Por Marco Aurelio Peña Morales*

“Si existe algo más difícil que desintegrar un átomo, es desintegrar un prejuicio”, frase atribuida a Albert Einstein, físico-matemático.

El asesinato del Sr. George Floyd a manos de un agente policial blanco ha estremecido el status quo de los Estados Unidos de América, una nación «potente y grande» al decir de Rubén Darío en su poema «Oda a Roosevelt». Por el azar o por el destino, in promptu, un tipo que probablemente jamás aspiró a ser héroe o mártir de una causa social ha sido una de las noticias más virales en tiempos del Covid-19, mientras otros tantos han muerto o mueren asesinados en diferentes circunstancias en el más impertérrito anonimato.

En mi artículo «Hacia dónde va EE.UU», escrito inmediatamente después que el novicio en materia política Donald J. Trump ganó –contra todo pronóstico– los comicios electorales de 2016; manifesté mi preocupación sobre el rumbo de una democracia con una población multicultural al mando de un millonario con perfil conservador que tenía fuertes señalamientos de xenofobia. Me pregunté si su gobierno beneficiaría solamente a las grandes corporaciones comerciales o también beneficiaría al estadounidense promedio. Me pregunté si se trataba de un empresario que manejaría el espectro de la política como un negocio rentable o sería exitoso como político por su instinto de felino en el mundo de los negocios.

Los analistas hispanos de CNN en español nos explicaron, a despecho de cualquier marxista, que la clase trabajadora del circuito industrial de los Estados Unidos había votado por el estrafalario y fanfarrón magnate de los bienes raíces, conocido por su cadena de hoteles «Trump Tower», su programa «El Aprendiz» o sus libros “El Arte del Trato” y «El Toque de Midas». Cerré el artículo presagiando que del choque resultante entre la burguesía ilustrada y la burguesía conservadora (entiéndase, el antagonismo entre/en la clase media y la oligarquía, en la gesta de impulsar cambios sociales hacia adelante contra los defensores del orden establecido y los nostálgicos hacia tiempos idos), se definiría el futuro político del país de las barras y las estrellas.

El asesinato del Sr. George Floyd en Minneápolis desató, en pleno año electoral, enérgicas, vibrantes y multitudinarias protestas en diferentes puntos de la Unión Federal, denunciándose el racismo hacia la gente negra. Pero las marchas y las manifestaciones tuvieron como efecto colateral disturbios y vandalismo, una especie de «latinoamericanización» de las protestas en una sociedad regida por el sistema jurídico germano-anglosajón (El Rule of Law de un sistema de Derecho Consuetudinario) basado en la ley, el orden y la jurisprudencia con el mito de Wyatt Earp y Ellioth Ness en su cinefilia y cultura popular. Los familiares del Sr. Floyd han hecho un llamado a la paz y han manifestado que los disturbios no traerán de vuelta a la vida a su ser querido. Pero la disminución de la tensión social dependerá de la sabiduría pragmática con que reaccione la Administración del ambivalente Trump, cuya reelección está en veremos.

Es indudable que la movilización de la mayoría de los manifestantes es legítima, justa y de buena voluntad. El homicida del Sr. Floyd debía ser severamente juzgado y condenado tomando en cuenta el agravante de su condición de agente policial o «agente de la ley». De modo análogo, los demás agentes policiales testigos del crimen merecían ser juzgados por un delito de omisión (un delito de no hacer), al obviar su deber de prestar auxilio, tomando en cuenta su calidad de «agentes de la ley» como agravante.

Sin embargo, la concentración de personas en dichas protestas ha tenido una composición heterogénea. A los protestantes de buena voluntad, se suman extremistas de izquierda, agitadores profesionales, anticapitalistas de tiempo completo, enemigos, conspiradores y opositores políticos del gobierno y del propio país (viviendo en el mismo país) que exacerban las pasiones de la histeria colectiva, aprovechando el sentimiento de impotencia, rabia e indignación social, para ser agentes de la destrucción, el caos y la anarquía. No suelo dar crédito a las teorías de conspiración, pero la realidad observable (videos, grabaciones, etc.) indica que además de la coerción de parte de las fuerzas del orden, los disturbios dejaron propiedad pública y privada destruida, saqueos a establecimientos comerciales y ciudadanos agredidos por atacantes con fachada de manifestantes, todo esto llevado a cabo por blancos y negros.

Entre el coro de voces de la composición variopinta de los manifestantes, me preocupa seriamente la histérica narrativa saturada de sociología política y cargada de sesgos ideológicos haciendo un llamado a destruir el sistema. Cuando se dice que «el racismo es institucional», «el racismo es sistémico», «el blanco oprime al negro» en una «sociedad racista o supremacista» pareciera abusarse de los términos «estructural» y «sistémico» (tan de moda en las CC.SS) porque aquellos que lanzan sus consignas no siempre tienen a mano estadísticas sociales que evidencien la regularidad de lo que denuncian y omiten a propósito los beneficios del sistema al subrayar sus perjuicios.

En la sociedad norteamericana moderna una persona negra ya fue presidente de la Unión (Barack Obama), quien junto a su familia residió en la White House (en Alemania o China difícilmente alguien que no tenga aspecto teutónico u ojos rasgados ocupará la primera magistratura del país). El afrodescendiente puede ser jugador de baloncesto (como Lebron James), boxeador (como Floyd Mayweather Jr.), empresaria de la televisión (como Oprah Winfrey), artista de cine (como Halle Berry), artista de la música (como Beyonce) o corredor de la bolsa de valores y empresario (como Chris Gardner), alcanzando la cima de su carrera, el prestigio social y la autorrealización personal. El ciudadano negro es, en acto y potencia, juez, magistrado, congresista, funcionario público, obrero, escritor, intelectual, científico o docente universitario.

La gente negra ha sido pionera, creadora y promotora de todos los géneros musicales modernos. Del mismo modo, el negro ha liderado todos los estilos del arte del baile y todas las disciplinas olímpicas del atletismo. Las personas negras deberían ser lo que sueñen y se propongan ser en un régimen de libertades civiles, fruto de la lucha social de sus abuelos y padres bajo el movimiento por los derechos civiles y políticos. No existe en la actualidad un régimen de esclavitud, de servidumbre ni de segregación racial como sucedió en otras épocas de oscurantismo. Hoy en día, semejante al blanco, en la sociedad norteamericana hay negros clase alta, clase media, pobres y paupérrimos. No obstante, el negro promedio en Estados Unidos es más libre y más rico que el negro promedio de la mayoría de los países del continente africano, tierras en las cuales, siendo nativo, ha sido oprimido, esclavizado y asesinado por sus pares negros bajo regímenes políticos dictatoriales, sangrientos y militares. En este sentido, recomiendo ver el galardonado film «El Último Rey de Escocia” (2006), basado en hechos reales.

Los que se manifiestan e identifican con el movimiento «Black Lives Matter», no deben ignorar adrede que el negro mata al negro en los barrios o guettos de negros. Así como sucede entre los blancos, el negro también le vende drogas al negro y el negro violenta a la mujer negra. Algunos analistas negros atribuyen estos hechos a la descomposición del núcleo familiar norteamericano en la comunidad negra, razón por la cual se infiere una correlación entre los negros que crecen sin padre y una alta probabilidad de cometer crímenes, ir a prisión, recibir una mala educación o no poder competir en el mercado (en otra proporción estadística esta problemática también afecta a los blancos). De lo anterior, tengo razón suficiente para inferir que:

¡Los problemas de la condición humana no tienen color de piel ni género!

Me preocupa se difunda la idea maniqueísta de que el blanco es malo y el negro es bueno porque eso sería tan nocivo como cuando se creía que el blanco debía ser amo y el negro debía ser esclavo. No romanticemos una etnia por encima de la otra; el negro mata al negro como el blanco mata al blanco. El negro unas veces es víctima de un homicidio cometido por un blanco, otras veces es victimario de un homicidio cometido contra un blanco (como el caso del joven negro que asesinó a cuchilladas en Washington D.C. a Wendy Martínez en 2018, una joven con una brillante carrera de origen nicaragüense que estaba a punto de contraer nupcias).

El analista estadounidense Larry Elder (por cierto, un negro al que no le gusta le llamen afroamericano porque nunca ha estado en África), quien es incisivo con la evidencia empírica, llegó a decir que “los hechos son racistas”, luego de poner de manifiesto la siguiente estadística social: de 14,000 homicidios cometidos en el país en un año, la mitad eran cometidos por negros (7,000 homicidios), de los cuales, el 96% eran homicidios cometidos por negros contra negros. De aquí que, posiblemente, la policía se forme un prejuicio o estereotipo, en el ejercicio de sus funciones por la regularidad de los homicidios y otros delitos. Esto lo digo con carácter positivo-ontológico (lo que es) y no normativo-axiológico (lo que debe ser).

Si existe algo más difícil que la desintegración de un átomo, es la desintegración de un prejuicio. De la misma manera que se ha creado el prejuicio que un delincuente negro suele asaltar a un ciudadano blanco, se ha creado el prejuicio que un policía blanco suele ser violento contra un ciudadano negro. ¿A qué se deben estos prejuicios? Los pre-juicios son juicios a priori, valoraciones anticipadas, comúnmente negativos. El prejuicio nos puede remitir al estereotipo. Los estereotipos suelen conducir a falacias de generalización apresurada, como decir que todos los taxistas son atracadores porque se registren atracos en taxis. Los estereotipos pueden ser causa o consecuencia de algo; los hay falsos y los hay verdaderos, estos últimos son aquellos que coinciden con aquello que describen, como decir que los negros se destacan por su fortaleza física.

Me parece preocupante y contraproducente la «cultura de victimismo» presente en el discurso ideológico de un subconjunto diferenciado de políticos, intelectuales y activistas que dicen defender minorías dentro del amplio conjunto de los defensores de los derechos de las minorías. Sin menospreciar la lucha que debe librarse culturalmente contra las prácticas de discriminación racial, el discurso desde el victimismo es una narrativa refutada por una ciudadana negra que aparece en un vídeo que se hizo viral, en el que afirma con ímpetu y firmeza que «ella no es oprimida». La mujer negra no permite que la palabra de la activista blanca la victimice, La ciudadana negra es consciente que vive en un país jurídicamente regido por la igualdad ante la ley, donde la discriminación debe ser sancionada y donde una persona negra tiene derecho a los beneficios gubernamentales como los tiene un blanco. «Yo soy graduada y he hecho lo que he querido» le dice la negra a la blanca; ésta última apela a lo «sistémico» cuando no tiene nada mejor que replicarle a una mujer negra que vive dentro del sistema y que se autoafirma (en alta autoestima exteriorizando positivamente el Yo) diciendo sin vacilación «SOY LIBRE».

La lógica de contrarios entre burgueses y proletarios expuesta por Marx y Engels en el siglo XIX, es peligrosamente retomada por ideólogos funestos y poco originales, verdaderos sofistas modernos, para hacer un llamado a la confrontación luego de interpretar bajo el prisma de la intransigencia la tensión sexual entre hombres y mujeres y la tensión racial entre blancos y negros; de las cuales, el contendiente hegemónico, según esta interpretación, es el hombre blanco. Estos tipos de ideólogos nos ofrecen una encrucijada de extremos, lo cual, como gasolina, es altamente inflamable en épocas de extremos. Usualmente estos ideólogos no dicen “esta boca es mía” ni asumen consecuencias cuando las cosas salen terriblemente mal. En el futuro suelen desaparecer, guardar silencio o excusarse diciendo que fueron malinterpretados.

Así como hay críticas mordaces y certeras contra el sistema, existen invectivas contra el sistema que son fácilmente desmontables. En una sociedad «supremacista», el poder político blanco jamás hubiera permitido que un negro ganara la carrera hacia la Casa Blanca y hubiera cumplido 2 períodos presidenciales. Los “Black Lives Matter” deben recordar que no están viviendo los tiempos de los “Black Panthers”. Mi hipótesis social es que las doctrinas «supremacistas» de sectores ultraconservadores no representan el pensamiento político de la mayoría de los ciudadanos y habitantes del territorio estadounidense.

En un país regido por principios políticos y jurídicos de democracia representativa, derechos humanos, igualdad ante la ley y no discriminación, existe una interacción entre blancos y negros que va desde la amistad en el plano personal, la sociedad en el plano empresarial, hasta el compañerismo en el plano laboral. Este ideal de fraternidad interracial fue retratado en tiempos de segregación con la película «Fugas en Cadenas» o «The Defiant Ones» (1958), dirigida por Stanley Kramer, con Sidney Poitier y Tony Curtis en los papeles protagónicos, en el que un blanco y un negro, detestándose entre sí, pasan encadenados toda la película en su intento de huir de la policía estatal y poder llegar a un sitio fuera de su jurisdicción Al final de la película, el negro y el blanco llegan a ser tan amigos, que en el momento decisivo, ya sin cadenas, el blanco no puede sostener la mano de su amigo negro y subirse al tren en marcha para huir, dándose por vencido; su ahora amigo (antes enemigo), el negro, en un insólito y arrebatado acto de solidaridad se lanza del tren para que finalmente sean capturados juntos por los agentes de la ley.

La denuncia sonora de un racismo sistémico e institucional ha sacudido fuertemente el gobierno republicano de Donald J. Trump y ha estremecido a la sociedad norteamericana. Lo ocurrido es punto de partida para reformar el sistema (como se corrigen las fallas de una máquina o se cura alguna afección de un organismo vivo) con el propósito que la sociedad y el gobierno norteamericano evolucionen y re-evolucionen culturalmente (para bien) en aras de la calidad de vida, la paz social, la tolerancia, la no discriminación y la coexistencia pacífica, endureciendo y haciendo efectivas las penas contra la discriminación racial y sus otras modalidades, poniendo en práctica una «cultura de fraternización racial» en el sistema educativo, en los cuerpos policiales y en las instituciones gubernamentales de todo el país. La reforma social, basada en estudios empíricos y de campo, tiene que partir desde el núcleo familiar de la comunidad negra para revertir las tendencias de las estadísticas sociales. Las reformas sociales se hacen con propuestas y políticas públicas no con consignas victimistas y quejumbrosas.

En una sociedad multiétnica y multirracial (“yankees” propiamente dichos, latinos, negros, asiáticos, judíos, árabes, europeos…), la “unidad en la diversidad” y la “contradicción en la armonía” deben ser principios filosóficos rectores de una sociedad compleja para neutralizar vestigios de una cultura de discriminación racial en ciertos sectores políticos y segmentos sociales (que varían según el Estado), de una potencia mundial actualmente gobernada por una persona de ascendencia extranjera (anglosajona y alemana) y oriundo de Queens, Nueva York, un lugar cuya población afroamericana es casi del 20%. La discriminación racial no sólo puede ser bidireccional (entre blancos y negros), sino multidireccional (entre las diferentes etnias).

Más allá de ese maniqueísmo de «blanco malo contra negro bueno», más allá de la teoría de las «brisas bolivarianas» lloviznando en los dominios del imperio norteamericano con agitadores y propagandistas cubanos y venezolanos, debemos prestar mucha atención a problemas subyacentes: la descomposición de las familias norteamericanas (particularmente en la comunidad negra) y la cultura de violencia en la sociedad estadounidense reflejada en la brutalidad de la fuerza policíaca. La cultura de violencia se vincula estrechamente con la libre circulación de armas. Los abusos de poder y los excesos de autoridad cometidos por un cuerpo armado (con el visto bueno del aparato gubernamental) los declara enemigo de la ciudadanía. En el expediente histórico de América Latina, y recientemente de Nicaragua, la policía, el ejército y cuerpos armados irregulares pro-Gobierno han sido abiertamente enemigos de la ciudadanía.

¡El culto a la violencia es la intensificación del instinto de rivalidad y confrontación! ¡Es el tributo al odio, a la intolerancia y a la discordia!

El análisis científico del movimiento y el cambio cualitativo de una sociedad abierta, compleja y plural como la de Estados Unidos, nos obliga a examinar dialécticamente lo que acaece de lo general a lo particular y de lo particular a lo general. El análisis del discurso político pasa por contrastarlo con la evidencia empírica. Una narrativa consistente necesita más lógica y menos histerismo, más evidencia y menos especulación. De ahí que los discursos “consigneros” de ciertos extremistas no sean suficientes para que le demos credibilidad a los gritos desaforados de un cambio de sistema por vías violentas, ecos de nociones ideológicas harto conocidas. En cambio, son justas y acertadas las demandas de una política institucional que fomente la fraternización racial en aras de la igualdad de derechos y de oportunidades.

Las figuras como Martin Luther King y Nelson Mandela, dotados de un humanismo universal, son las que deben ser reivindicadas como ejemplos de lucha contra la discriminación racial y como símbolos de fraternización racial, indispensable para la coexistencia pacífica entre los seres humanos. Nadie nace discriminando ni odiando a otro. Nacemos y morimos sin distinciones de clase, de color de piel, de orientación sexual o de género. Todos participamos de la misma naturaleza humana.

¡La erradicación de la discriminación, de la violencia, del odio y la intolerancia social sería una de las mayores conquistas de nuestra civilización!

 

*Abogado y Economista. Miembro de Polimates, PoliScience y de la Asociación Centroamericana de Filosofía (ACEFI).