Lo recordamos diez años después.

En junio de 2009, nace la idea de “Lo sbarco”: un barco lleno de italianos residentes en el extranjero que declaran su amor por la tierra que dejaron atrás. Quieren participar en alguno de los movimientos de resistencia que surgen en aquel momento por todas partes, sin terminar de conformarse. Quieren ser una mirada que desde el exterior ayude a entender, a visibilizar una serie de problemas ya muy instalados. Desde principios de la década de 1980 se observa una lenta erosión de los derechos. Hay un constante empobrecimiento material, y a la vez político y cultural; una barbarie que hace de la televisión comercial, los shoppings, los contratos basura, los recortes en la sanidad y la educación pública, los pilares sobre los que se apoya el poder de una nueva derecha grosera y racista.

En ese momento Italia se encuentra de nuevo a la “vanguardia” de la historia. En el poder hay una persona impresentable, un espectáculo obsceno entre la prepotencia y el machismo. Así ha sucedido y el mundo se pregunta: “¿por qué?”.

¿Por qué el pueblo italiano, que en el pasado produjo joyas de la cultura y el saber político, anda ahora a tientas por el lodo?

A los italianos residentes en el extranjero les da vergüenza. Y a su vez en ellos se unen un sentimiento de culpa y de impotencia al participar como espectadores de esa rápida decadencia.

“Lo sbarco” es un gesto de amor, en primer lugar, de amor propio: no queremos que «se nos reduzca a eso”. Hay una voluntad de iluminar otras cosas que también existen, esas otras cosas que no aparecen en la televisión. Es un gesto de dignidad. Es un movimiento, una lucha, varias formas de resistencia, por todo el territorio.

De esta forma trabajamos durante un año entero en la elaboración del proyecto.

Se trabajó tejiendo relaciones. El centro fue Barcelona, pero se crearon otros grupos igualmente destacados en Génova, Bruselas, París, Milán, Roma, Turín, en el sur de Italia, a los que se unieron grupos de Madrid, Londres, Cerdeña y Alemania.

Dicha experiencia probablemente afectó poco las dinámicas de la “alta” política, pero hizo que se encontraran cientos de personas que compartieron un sueño, que a la vez era una acción bien visible.

Recibimos la “bendición” de Saramago, que murió pocas semanas antes del viaje. Recibimos mucha solidaridad, y despertamos mucha simpatía. Una especie de Foro Social que tuvo lugar primero en el barco, durante 24 horas y luego en Génova, donde fuimos acogidos para dormir por más de 400 personas. Génova nos acogió magníficamente con 5 plazas organizadas con reuniones, instalaciones, exposiciones, conciertos y espectáculos sobre los diversos derechos: el derecho a la salud, a la educación, a la ciudadanía, al medio ambiente, a la paz y el trabajo.

Posteriormente salió un documental y se publicó un libro. Pero lo más sólido fueron las relaciones que nacieron, y se mantienen con el pasar de los años.

“Lo sbarco”, el barco de los derechos, formó parte de ese río subterráneo que en Italia ha existido desde siempre; que ha provocado que en cada movimiento histórico participe una parte de ese país que en el pasado alcanzó metas de gran altura para la civilización mundial: la escuela pública y la sanidad universales, el estatuto de los derechos de los trabajadores, el cierre de los manicomios, derechos… De ese pedestal conseguido gracias a luchas duras y preciosas, nos hicieron bajar a empujones.

Sepan los gobernantes de este país, los poderes fuertes de todo tipo, legales e ilegales (normalmente de la mano, sepan que aquí estamos, que las llamas están todavía encendidas, que vienen de lejos, que lo estamos anotando todo y que la lista es larga, que las cosas tienen su límite y que las estaciones se alternan.

Después nos tocará a nosotros llevar a cuesta las responsabilidades y compromisos a los que pronto nos llamará la historia; hagámoslo con determinación lúcida, pero también con generosidad, alegría y amor.

El documental: