Todo comenzó a mediados de marzo, por lo menos en la parte del mundo donde yo estoy. Se hablaba de un tal virus que iba a ser letal, que ya había miles de infectados rodando por la calle y viajando en los autobuses y metro de Londres. Aquellos días todavía se podía salir sin que nadie te mirara de forma extraña o se apartara de ti cuando te encontrabas con otro ser humano caminando por la misma acera. Unos días más tarde ya se hablaba de cerrar los bares y los restaurantes, así que nada más escuchar esas míseras noticias me dirigí al pub más cercano a mi casa y me tomé un pint al lado de una chimenea. Saqué el móvil y tomé una foto de aquel momento. Eso fue hace ya dos meses y no he vuelto a un pub desde entonces. ¿Y por qué no?  Porque nos han robado nuestra libertad: la libertad de movimiento, la libertad de reunirnos con nuestros semejantes, la libertad de disfrutar de nuestras costumbres gastronómicas, la libertad de expresión y de manifestarnos y un largo etcétera.

Fue un tal Neil Ferguson y su equipo de Imperial College de la Universidad de Londres quien dio la voz de alarma: que en el Reino Unido iban a morir medio millón de personas sino se confinaba a la población. El pelirrojo al principio no le hizo mucho caso, pero días más tarde alguien le debió inyectar el virus porque cambió de opinión de la noche a la mañana y a partir de ahí todos nos tuvimos que quedar en casa. Tuvieras trabajo o no, ordenador y wifi o no. Qué más daba, todos en casita y calladitos porque el gobierno nos cuidaría y también nos iba a dar de comer. Todos confinados por las proyecciones matemáticas de un programa de ordenador. Y así seguimos, limitados desde todos los ángulos. Los parques están abiertos, pero no podemos quedarnos allí mucho tiempo ni tampoco jugar al fútbol, las playas están ahí, abiertas como son por naturaleza, pero si viajamos de la ciudad a la costa, aunque sean unos 300km tenemos que regresar a casa porque no está permitido pasar la noche en otro lugar y además no hay hoteles ni hostales abiertos. Si tienes que ir a trabajar no cojas ni el bus ni el metro, vete en bici o mejor aún a pie, aunque el trayecto -en una ciudad como Londres te lleve dos o tres horas-, pero como lo recomienda el rubio gordinflón no queda más remedio que hacerle caso. Si tienes una úlcera será mejor que te mueras porque los médicos de cabecera han cerrado, hablar de ir a urgencias es tabú y llamar a una ambulancia algo incógnito. Y si tienes dolor de muela arráncatela ya, sujetando un cordel a una puerta antes de que te mate la infección. Los dentistas han desaparecido de la faz de la Tierra.

Hoy es sábado aquí en Portobello. El mercado de los sábados ya es historia. Ya no se ven turistas españoles ni italianos. ¿Qué será de ellos?   El Colegio español de Cañada Blanch también ha cerrado, ya no se ven ni niños, ni niñas, ni madres, ni abuelas, ni nada. Las palomas han invadido Portobello y deambulan por las calles junto a heroinómanos en busca del siguiente chute.

Hoy es sábado y quisiera reservar un billete de avión e irme a alguna playa de España o Portugal, pero no puedo porque no solo tendría que exponerme a las nuevas medidas de una distopía, porque la Nueva Normalidad no existe y es una aberración de todo lo humano, sino que nada más llegar a mi destino me pondrían en cuarentena y a la vuelta a casa, también Ya hablan de adiestrar perros para detectar el coronavirus en la población porque si hace poco éramos todos terroristas, ahora somos todos enfermos, llevamos todos la peste, y nos tratarán como leprosos. Hoy quisiera almorzar fuera con un grupo de amigos en un restaurante libanés no muy lejos de mi barrio, pero no puedo porque mis amigos se han quedado varados en otras ciudades de Europa y los restaurantes aquí en Londres no dan señales de vida, ni tampoco prometen mucho futuro. Me tendré que conformar con observar la foto que le saqué a mi querida pint aquel 18 de marzo.