Por Miss Psyche Zenobia

Qué duda cabe de que esta crisis, pandemia, catástrofe sanitaria o como se la quiera denominar, va a dar mucho de sí. Va a dar para muchas reflexiones: científicas, ambientales, culturales, sociales, existenciales…, pero creo que hasta que no acabe, no van a aparecer los estudios y análisis más claros del fenómeno. Aun así, no he podido resistirme a compartir algunos pensamientos en función de las medidas que están adoptando nuestros políticos para superar este difícil momento.

Centrándonos en España, los primeros casos se detectaron en unos pocos núcleos muy concretos: Vitoria, Haro, Madrid y alguno más. En un inicio se despreció la magnitud del problema comparándolo con una gripe común, pero posteriormente, cuando el contagio empezó a crecer y los servicios sanitarios colapsaron en Madrid, el Gobierno reaccionó declarando el Estado de Alarma, unificando la gestión en un mando único, absorbiendo competencias de las Comunidades Autónomas e imponiendo a toda la población un confinamiento de los más estrictos en la Unión Europea y en todo el mundo.

Lo peor que nos puede ocurrir a los españoles es que Madrid tenga problemas, ya que cuando el lugar donde se alojan las Instituciones Centrales del Estado y por tanto los políticos de más alto rango sufre un percance, el lío lo tenemos todos. Si el foco principal de contagio se hubiera producido en La Coruña, el mensaje habría sido que “La Coruña sufre una epidemia”. Es como si me diera cuenta de que estoy engordando y como Presidenta de mi comunidad de vecinos pusiera a dieta a todo el vecindario porque todos estamos engordando, pero si el que engorda es el del segundo digo que el del segundo se está poniendo muy gordo. Y es que en España padecemos de un centralismo que si no nos empeñamos decididamente en corregir, seguirá acrecentando nacionalismos e  independentismos de toda índole.

Y así, amig@s, nos encontramos que se han adoptado en pequeños pueblos las mismas medidas que  en poblaciones de más de un millón de habitantes. Lo mismo en localidades con un alto número de contagiados que en otros que no han registrado ni un caso. La misma vara de medir en lugares donde la confluencia de personas es casi inevitable, que en aquellas localidades que ni siquiera tienen transporte público. El mismo rasero para aquellas personas que viven en mitad del campo que para aquellas que viven hacinadas en grandes núcleos urbanos. El absurdo y la irracionalidad   campan a sus anchas por nuestro territorio, dándose el caso de que en poblaciones de menos de 20 habitantes y sin ningún caso de contagio, la gente se encuentra confinada en su casa sin poder siquiera salir a dar un paseo.

La culpa no es del Covid-19

Esta descripción podría dar a entender que estoy criticando al equipo político que ocupa el Gobierno Central en estos momentos o que ataco en concreto la forma en que se está gestionando esta pandemia. Ni mucho menos. Más bien estoy resaltando una forma de hacer política y una forma de entender el ejercicio del poder y la toma de decisiones que esta crisis sanitaria está poniendo en evidencia, pero que desgraciadamente es la habitual. Lo cierto es que las personas y los pueblos somos ninguneados permanentemente, entendiéndose que debemos acatar lo que deciden señores y señoras que viven alejados de nosotr@s y que lo desconocen todo acerca de nuestras vidas. Si un pequeño equipo tiene que gestionar una crisis que afecta a millones de personas, lo más fácil (para ellos, claro) es aplicar la tabla rasa para esos millones, sin importar si cuentan con  economía suficiente para cumplir el confinamiento, si viven en un piso interior de 40 m2 con dos niños y la abuela o si podrán adquirir mascarillas.

No voy a reclamar que se hubiera debido consultar a las personas a través de encuestas populares o votaciones telemáticas o cualquier otra idea descabelladamente revolucionaria (entiéndase la ironía), pero cuánto más inteligente habría resultado la acción dando participación a los municipios y a las Comunidades Autónomas. No digo que la administración central no deba tomar las medidas de carácter general: declarar el estado de alarma, cierre de fronteras, restricción de la movilidad entre comunidades o provincias, lineamientos sanitarios generales, movilización de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, etc., pero las decisiones más concretas sobre apertura de comercios,  industrias y servicios, sobre circulación intramunicipal de las personas y las condiciones del distanciamiento social, deberían haber quedado en el ámbito que les es propio, o sea en el de la administración local. Quizá así se habría conseguido frenar la expansión de la enfermedad con más inteligencia, obteniendo los mismos resultados con menos coste humano, social, laboral y económico.

Aún nos queda un tiempo de confinamiento y un tiempo mayor de desconfinamiento en distintas fases. Por fin, algunas ideas cuerdas van entrando en la cabeza de nuestros gobernantes y sus asesores que se plantean un diseño de “vuelta a la normalidad” que se ha dado en llamar asimétrico y que, parece, va a dejar de aplicar la tabla rasa y a contemplar la distinta incidencia de la enfermedad, la diversidad territorial, social y econnómica. Por fin se escucha a los alcaldes de pequeños pueblos con más sentido común que la de los grandes próceres del Estado. ¡Por fin un poco de sensatez!