“Fui perdiendo fe en la muerte y desde entonces no creo en ella, como no creo en el sin-sentido de la vida”.

Silo

A la comunidad ecuatoriana:

Un fantasma recorre el Ecuador y el mundo en este marzo y abril de 2020. Su nombre es miedo, o como muchos le llaman temor, pánico, espanto. El miedo es una reacción lógica ante situaciones imprevistas que no queremos ni deseamos tener en nuestras vidas. Una de ellas es la muerte y otra es la enfermedad. En el mundo espantado por la expansión del coronavirus o covid-19, el temor a contraer dicha enfermedad y aún más perder la vida por ella, resultan lamentablemente normales.

Pero el impacto que provoca el brote imprevisto de esta pandemia que ha cobrado la vida de unas 50.000 personas y ha infectado a más de un millón (datos al 2 de abril) en el mundo, va mucho más allá. Provoca un terremoto en la economía global, poniendo en jaque a los mercados, golpeando la capacidad productiva de los países, despojándolos de liquidez en cuanto al dinero circulante, aislando los pueblos, levantando muros, causando crisis en los precios de los productos y materias primas, quitando empleos y generando incertidumbre a todo nivel.

Sn embargo, eso no es todo. A nivel interno, el miedo a la pandemia y el azote de esta plaga también deja una factura lamentable: dolor en los enfermos y sufrimiento en quienes deben enterrar a sus muertos o, peor aún, dejar sin nicho por la insensibilidad de las autoridades. Y es aquí donde comienzan a germinar los otros miedos: al futuro sin trabajo, al presente en escasez y sin comida, al estrés sin manera de aliviarlo, a la desesperanza total, a la desconfianza en las instituciones, al retorno a una ‘normalidad’ donde la primera misión sea sobrevivir pagando las deudas a los bancos, a los servicios, quizá hasta al vecino que nos fía. Vivimos cuarentenas mientras llenan nuestros corazones de conflictos sin resolver y sin la ayuda de quienes están llamados a dirigirnos y liderar soluciones. Esto nos lleva una vez más al miedo, por lo que quizá uno de los principales retos es entender lo que lo provoca y enfrentarlo. Hay que vencer el miedo.

Calles vacías en Quito

Por otro lado, la respuesta de las instituciones ha sido violenta. En Ecuador, el gobierno transitorio ha encontrado esta situación de miedo y desmovilización social como un pretexto ideal para radicalizar su lealtad de alfombra al capital financiero internacional, representado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), a los grupos de poder económico que lo sostienen (cámaras empresariales) y a los grupos de poder político (Movimiento CREO, Partido Social  Cristiano, Partido Sociedad Patriótica, fuerzas armadas y policiales, e incluso algunos medios de comunicación nacionales). El neoliberalismo atado a la aplicación de acuerdos exigidos por el FMI, dio un paso más antes de la declaratoria del estado de excepción y la emergencia sanitaria, decretando retenciones salariales de empleados públicos y dejando intocados los privilegios de la banca privada que tiene una parte sustancial de sus recursos en el extranjero. Ahora que la pandemia ha llegado al Ecuador, el Gobierno de Nadie, dada su alta impopularidad, se da cuenta que su continua y violenta aplicación de políticas ha dejado en la salud una de sus principales víctimas. Su violenta ofensiva se caracterizó por: el despido de miles de médicos y trabajadores de la salud de un momento a otro, sin previo aviso; desmonte de la estructura de salud pública que mal o bien se había venido implementando en los años precedentes; minimizó la labor de los estudiantes y médicos rotativos y rurales, considerando que ganan en exceso, despreciando sus estudios y su derecho al trabajo; se burló de los hospitales diciendo que hay camas en exceso; expulsó a médicos cubanos por un prejuicio ideológico; desatendió el presupuesto de la salud y el gasto en este sector experimenta caídas permanentes desde el inicio de su gestión. En pocas palabras, destruyó la salud con el fin de tener recursos que le permitan cumplir, eso sí, con sus financistas de la clase chulquera global, como lo demostró el pasado 24 de marzo, cuando privilegió pagar la deuda externa (USD 324 millones) antes que destinar esos recursos a la atención del estado de emergencia sanitaria. Y días más tarde decide cubrir ese bache dejado por el pago de la deuda con una operación en la que inmoviliza el oro ecuatoriano por casi la misma cantidad del pago ordenado por el ministro de Economía, Richard Martínez.

Durante la gestión de esta crisis, el No gobierno careció de una política comunicacional transparente, que motive a la ciudadanía a permanecer en sus casas, a no entrar en pánico y a organizarse vecinalmente para enfrentar estas situaciones. Adicionalmente, se mostró a la zaga de las iniciativas de algunos gobiernos locales y demostró tener poca capacidad de respuesta para implementar soluciones e invertir en infraestructura de emergencia y en estrategias reales y solidarias de socorro a los grupos vulnerables ante estas pandemias: gente que vive en las calles, minadores, comerciantes informales, desempleados, adultos mayores, migrantes y personas con discapacidad, además de los grupos expuestos por su labor durante la emergencia, como periodistas, policías municipales y nacionales, militares, y, sobre todo, médicos, enfermeras y trabajadores de la salud. Este último grupo fue minimizado por las irresponsables autoridades del gobierno, quienes no prestaron sus oídos a los reclamos por falta de insumos y de seguridad sanitaria, y más bien se dedicaron a solapar la persecución a las y los doctores que se quejaron, además de tolerar que haya ministros de áreas distintas a las de la salud dedicados a insultarlos para callar los reclamos.

El coronavirus sorprendió al Ecuador, usando una analogía, con las defensas bajas en salud gracias a la acción del neoliberalismo y la inacción del gobierno transitorio de Lenín Moreno. Los muertos, que son muchos más que los que presentan las cifras oficiales, son resultado de esto y serán una cruz que perseguirá a quienes hoy ostentan el cargo hasta el final de sus tiempos. Conforme han pasado los días, se vislumbra la ausencia de intenciones del mal gobierno por enmendar. En vez de profundizar las políticas solidarias, permite que germinen actos de corrupción para importar mascarillas con sobreprecio, deja que algunos militares ejerzan acciones violentas en contra de la ciudadanía, aplica un doble rasero para aplicar la ley cuando se trata de defender a la irresponsable alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, y castigar a alcaldes que se oponen a sus dictámenes, dicta acuerdos ministeriales que flexibilizan el trabajo y aumentan el desempleo, y se dedica a acusar a grupos políticos contrarios de supuestamente tener montadas campañas de desinformación en las redes sociales. Una vez más, en actos de torpeza tras torpeza, pretende desviar su irresponsabilidad señalando que todos los demás somos culpables, menos ellos. Cree que la culpa es de la población y para señalarlo, además de sus funcionarios se vale incluso de periodistas claramente identificados con los grupos de poder, quienes una vez que les baja la calentura de su enojo santificado, se auto-sacrifica montando el show de pedir disculpas públicas.

La gota que derramó el vaso, lamentablemente, sucede en estos momentos, mientras ustedes leen esta carta. Se trata del estado de conmoción que recorre el mundo real y que ha sido captado por las redes sociales, con imágenes de cadáveres en las calles de la ciudad de Guayaquil, morgues llenas, muertos quemados en plena vía pública para evitar la putrefacción, chimeneas humeantes de supuestos crematorios… Algunos hablan de más de 450 cadáveres. Es indignante, es humillante y es espeluznante. Esto solo refleja la orfandad en la que se encuentra la gente, sin autoridades, sin ayuda, sin instituciones, solos con su dolor, su sufrimiento, su angustia, su desesperanza, su histórico olvido. ¿Alguien duda de que este gobierno es violento, que sus respuestas son violentas y que sus objetivos también lo son?

Como humanistas, creemos que las personas, los barrios, las ciudades, los países y el mundo merecen otra oportunidad. Uno de nuestros ejes de acción es la no violencia activa como estrategia para construir un barrio, una escuela, un trabajo, una ciudad, un país, un mundo sin violencia. Por eso rechazamos la violencia institucionalizada que desprecia al ser humano, lo pone debajo del dinero de la banca internacional, que no se atreve a pedir recursos a los grupos empresariales poderosos y, en cambio, pone la carga sobre los hombros de las grandes mayorías, aprovechándose de su dolor, de su indefensión, de su confinamiento obligado.

Como humanistas llamamos a la gente a resistir a esta lamentable situación y a organizarse como familias, como amigos, como compañeros, desde cada lugar de confinamiento obligado para reconstruir la esperanza y no permitir que nos arrebaten el presente y el futuro de todos. También pedimos a las y los ecuatorianos de todo el territorio nacional, a resistir al miedo, a compartir el dolor, a recuperarnos de este momento. Vaya paradoja, pero ni los abrazos nos pueden consolar en este momento porque están prohibidos por el momento. Sin embargo, somos seres que podemos remontarnos hasta el infinito y recuperarnos.

Detalle en una pared

Busquemos en estos momentos oscuros, llenos de dolor y sufrimiento, la manera de encontrar un sentido a nuestras vidas y la de quienes están en nuestro corazón. Solo si cada uno encuentra un sentido a sus proyectos de vida podremos darle uno a esta sociedad en la que nos ha tocado nacer y crecer. Como parte de esta comunidad sufriente, hacemos votos para que este momento triste para todos, pase en breve, y juntos actuemos para que esto no vuelva a repetirse. Es cierto, tal vez no podamos evitar que la naturaleza se rebele en contra de la actitud depredadora de muchos humanos, que estemos expuestos a infecciones mortales como la que ahora nos azota ni podremos detener fenómenos naturales, como terremotos, lluvias o tsunamis, pero juntos podremos poner a hombres y mujeres capaces, éticos, sensibles y solidarios en puestos de dirección, que estén dispuestos a resistir a la tentación del  poder e impulsar una inversión social en salud, educación, vivienda y empleo, capaz que la próxima vez que nos amenacen plagas, epidemias y pandemias estemos listos y mejor equipados, organizados y unidos.

Como humanistas creemos en el ser humano y en su infinita posibilidad de reconstituirse, de reinventarse para el bien y de avanzar juntos. Creemos en que a pesar de nuestro dolor o de nuestro sufrimiento, sabremos avanzar. Resistir, llorar si lo tenemos que hacer, cerrar nuestra mandíbula con fuerza profunda o gritar hasta que nuestros pulmones obliguen a nuestra voz a hacer una pausa… tenemos derecho de todo esto, siempre lo tuvimos, pero quizá ahora más. Ese grito desgarrador es más fuerte en Guayaquil hoy y no tenemos palabras para consolar ni derecho para recriminar, es necesario ayudar. Por eso nuestra exigencia va hacia el Gobierno y reclamamos por acciones rápidas y eficientes que permitan crear una luz al final del túnel, una en la que el socorro llegue a tiempo y brinde atención al necesitado.

No, no es el momento de dar la vuelta a la página, como los poderosos y el mal gobierno quieren. No, no es el tiempo de cheques en blanco ni de vías despejadas para que los mismos vivos de siempre se lleven mejores pedazos del pastel de la riqueza. No, no es tiempo de encerrarnos en la casa y ver hacia la pared. No, no lo es porque nuestros muertos y nuestros enfermos, porque  nuestros olvidados y nuestros rechazados no merecen quedar en el olvido, como una estadística más de una infección mortal o como una cifra que adorne los gráficos que nadie entenderá ni querrá saber. No, no aceptamos treguas con sabor a oportunismo y a viveza, porque mientras nosotros nos quedamos en casa por nuestras vidas, hay otros que no paran de maquinar cómo llevarse las empresas de todos vendiéndolas al mejor postor, cómo quitarle dinero a los empleados, como restarnos futuro  para quedarse ellos con él. No, no aceptamos dar la vuelta a la página porque no queremos que los gallinazos den vueltas circulares sobre nuestras cabezas debido a la falta de autoridades que vengan a levantar un cadáver de la calle, mientras sus familiares lloran desconsolados porque no para él o ella no hubo ninguna prueba ni ninguna atención sino tan solo una llamada telefónica que le condenó a morir solo, en su casa o en la acera. No, no es el momento de dar vuelta a la página sino que es necesario completarla, escribiendo nuestro dolor, nuestro rechazo y si esta se llenó repleta de indignación, ahí si dar la vuelta para escribir en la otra carilla, pero no con olvido y desmemoria, sino con lo que más le molesta a los poderosos y a quienes se creen dueños de este país, con esperanza, con fe, con libertad, con alegría, con altivez. No daremos la vuelta a la página, por ti, por mí, por ustedes, por nosotros, por todos. No lo haremos.

Humanistas / Quito, 03 de abril de 2020