Por Juan Gómez*

La reciente celebración del 8M, Día Internacional de la Mujer, a pesar de ser muy emotiva entre las mujeres, deja una pequeña sensación de exclusión o discriminación hacia el sexo opuesto. Lo mismo las actividades feministas que usan como base la canción de Las Tesis, reflejan una rabia contenida, una liberación de un sentimiento de opresión que exterioriza un lamento revanchista, reivindicador de tantas vidas heridas por la depredación sexual y el patriarcado dominante y abusador.

Este feminismo que se vive en las calles es en cierta medida el antónimo de machismo, aunque muy pocas mujeres lo quieren reconocer diciendo que su causa es equitativa, y probablemente para la mayoría así sea. Por eso es siempre necesario tener un término intermedio como el equitativismo, que reconoce plena igualdad de derechos y deberes a ambos sexos. No reconoce superioridad de ninguno, pero ve en ellos la diferencia natural de roles que le otorga la naturaleza, que se traduce en características de sensibilidad distinta, de energía sexual diferente, que concede a uno y otro sexo una percepción de la realidad de una tonalidad diferente El equitativismo asimismo percibe en todo esto una fuerza complementaria insoslayable a la hora de construir una sociedad más justa e igualitaria, y que de su justo equilibrio saldrán las mejores soluciones a los grandes problemas que arrastra la humanidad precisamente por desconocer este balance complementario indispensable.

El patriarcado y el machismo son manifestaciones de un egoísmo de género que usufructúa de la potencia física para subyugar al género femenino. Las raíces más primigenias de este fenómeno social lo hayamos en el origen de la propiedad privada asociada al sedentarismo primitivo. En tiempos del nomadismo y la vida comunitaria las familias eran extendidas, los hijos eran de la comunidad, y todos los querían como propios. La propiedad en general era comunitaria sin ese sentimiento de pertenencia que hoy nos domina. Con el sedentarismo la especie humana echó raíces y se hizo dueño de sus tierras, formó familia en un hogar independiente, el cual pasó a formar parte de la propiedad de la familia, con todo lo que contenía, incluso las personas. Las mujeres perdieron los derechos de herencia y quedaron relegadas a segundo plano, al servicio de la casa, a la crianza de los niños, y sometida a los deseos sexuales del macho. Contribuyó mucho a acentuar este fenómeno las continuas guerras a las cuales concurrían los hombres, dada su mayor fortaleza muscular.

De esa subyugación femenina han derivado muchos de los males que persisten hasta hoy día. Con la mujer considerada como un género de segunda categoría, nada bueno era dable esperar. La mujer sometida a los dictados del varón debía mostrarse intachable, y cualquier intento liberal era considerado una mujer de mala vida y rápidamente sofocada en sus intentos. En sus ansias de dominio el hombre la obligó a ser virginal, para que sirviera sexualmente sólo a él mismo, y si tenía un desliz era considerada una prostituta, y condenada casi a muerte, como una bajeza indigna de un ser humano.

A esto contribuyeron mucho las religiones y las sociedades teocráticas, para las cuales el sexo es digno únicamente para la concepción (sobre todo para la mujer) e inaceptable como fuente de placer, menos para la mujer. Se creó así una suerte de hipocresía, ya que el hombre siguió buscando fuentes de satisfacción sexual normalmente con prostitutas, a quienes se consideraba socialmente una degradación indigna de la mujer, lo peor de la escala humana. Sin embargo, el varón no corría la misma suerte. Sus deslices eran perdonados, y muchas veces halagados en sus conquistas. Era una doble moral inaceptable, que sin embargo se mantiene vigente hasta nuestros días.

Esta falta de igualdad entre ambos géneros sin duda no permitió durante siglos relaciones verdaderamente simétricas, porque cómo se puede construir una relación plena con alguien inferior? Se le puede querer como se quiere a una mascota, pero no como a un ser de su misma condición. La mujer sin embargo tuvo que soportar esta realidad durante miles de años, sometida a su rol de madre y de cuasi sirvienta, sin revelarse so pena de duros castigos, resignada a su condición como un designio divino. Dada esta situación, en algunas civilizaciones tener una hija era casi una maldición, y en algunos casos eran hasta eliminadas porque no tenían ningún futuro para sí mismas ni para sus padres. En otras civilizaciones, todos lo sabemos, la mujer era mutilada genitalmente, ya que no era digno que sintiera placer sexual, sólo reservado a los hombres. Lamentablemente estas ignominias aún nos persiguen en pleno siglo XXI.

De esa condición las mujeres han pugnado por salir a través de los siglos, en un principio con resignación, dada la futilidad de sus demandas, y solamente en el último siglo han ido ganando terreno, con el derecho a voto y su inclusión en el mundo estudiantil y laboral. Sin embargo aún subsisten grandes resabios machistas tanto en hombres como en mujeres, los que reproducen en sus hijos, produciendo un estancamiento cultural que sigue anclado en esta cultura patriarcal machista que tanto daño hace a ambos géneros. Porque el machismo no sólo perjudica a las mujeres, daña el sistema social completo y frena la evolución y el desarrollo de las comunidades humanas.

Necesitamos el concurso de todos, hombres y mujeres para hacer avanzar la conciencia social hacia nuevas formas de convivencia basadas en el respeto para una mejor convivencia fraternal. La reconocida sensibilidad femenina es fundamental para conformar una mentalidad más pacifista que contribuya a terminar con las guerras y el armamentismo propias de una atávica mentalidad androgénica que ha costado tanto sufrimiento a la humanidad a través de los siglos.

Aún más que eso, la sociedad necesita que se constituyan parejas que se reconozcan en un plano de plena igualdad en todos los términos, en una comunión de intereses, derechos y deberes que las hagan mirar el futuro en una misma dirección, trabajando juntos por los grandes desafíos de la humanidad, y educando a sus hijos en ese espíritu. No necesitamos nunca más que los hombres se consideren superiores a las mujeres o viceversa. Eso no nos sirve. Nos perjudica. La continua pugna entre los sexos que hemos vivido por tanto tiempo está ya agotada. Tenemos que ser capaces de superar esa etapa por el bien de nuestros hijos y nietos.

Es muy necesario que las mujeres abandonen los sentimientos machistas que heredaron de la educación de sus padres y eduquen a sus hijos sin sesgo alguno de género, con los mismos derechos y deberes para niños y niñas, y por sobre todo les enseñen el respeto y la tolerancia que deben tener los hombres con respecto a las mujeres, y a la inversa las damas hacia los varones. De esa formase podrá haber un plano de igualdad entre ambos sexos que permita parejas más sólidas y duraderas. Y por supuesto desarrollar una sociedad más igualitaria y evolucionada. Las mujeres no pueden rendirse a esta cultura patriarcal, para que no sean cooptadas por los sentimientos machistas plenos de agresividad y sed de poder y dominio. Sean ustedes mismas para lograr el justo equilibrio masculino-femenino necesario para balancear todos los procesos sociales y políticos. Así las necesita la humanidad, intelectual y espiritualmente femeninas.

Absolutamente necesario también en una educación igualitaria no sexista, es esclarecer todo lo relativo a la sexualidad, sobre todo en lo que tiene que ver con las libertades sexuales de hombres y mujeres, las cuales deben ser las mismas para ambos sexos, sin enaltecer la sexualidad de los varones y el recato en las damas. Así se evitará denigrar la libertad sexual en las mujeres y la admiración de la misma en los hombres. Esto constituye una diferencia irritante que ha generado problemas desde siempre. Por supuesto que es necesario aclarar al respecto que las hormonas masculinas son muchísimo más erogénicas que las femeninas, lo cual por cierto constituye una diferencia natural. Respecto de lo mismo, es tremendamente importante cultivar el reconocimiento y la aceptación del cuerpo humano tal como es, con sus órganos sexuales incluídos, no como algo que no se puede mostrar y que hay que necesariamente esconder. Esto sólo ha logrado desde siempre estimular la morbosidad frente a algo tan natural como el cuerpo humano. En ese sentido el naturismo es sin duda una alternativa de culto.

En la medida que ambos sexos se reconozcan y acepten físicamente en forma plena y que además se acepten en su sexualidad más plena con tanto derecho el hombre como la mujer de vivirla plenamente, disminuirán mucho todas las psicopatías relacionadas con el sexo, las violaciones, el acoso sexual, la promiscuidad y la morbosidad que tanto daño a hecho a las mujeres, y también a los hombres. Los violadores y abusadores en general no son personas plenas sexualmente y por tanto sufren intensamente. Si ambos sexos aceptan disfrutar su sexualidad sin sentimientos de culpa, el ser humano se liberará de ese yugo que lo esclaviza. Ya no se mirará a las servidoras sexuales como seres indignos sino que se reconocerá la nobleza de su oficio y se le asignará el valor que se merece en la sociedad.

Se puede percibir en las manifestaciones femeninas en las calles un dejo de confrontación de género, una rebelión teñida de revancha que aspira a una liberación enmancipatoria que conduzca a la sociedad hacia una suerte de matriarcado igualmente nocivo, que no hace sino perpetuar la histórica pugna de ambos sexos. Comprendemos esa rabia heredada de sus madres y abuelas, que está muy relacionada con la bronca contra todo el sistema neoliberal construido por el machismo patriarcal basado en ese sentimiento egoísta de posesión y apropiación de todo lo existente, incluída la mujer. Les pedimos sinceramente perdón por todos los abusos y las violaciones de que las hemos hecho objeto, pero al mismo tiempo les pedimos que caminemos ahora juntos en un plano de igualdad para construir juntos el futuro para nuestros hijos y nietos.

 

*Miembro de la organización «Mundo sin Guerras y sin Violencias»