Por Medios Alternativos, Comunitarios y Populares
Texto: Rodrigo Ferreiro (La Retaguardia/Radio Zona Libre). Fotos: Laki Pérez, Agustina Salinas Bárbara Ann 

Al cumplirse once años del asesinato y desaparición de Luciano Arruga, Lomas del Mirador se convirtió nuevamente en tribuna de un nuevo pedido de justicia de familiares, amigos y manifestantes. Con una nutrida marcha desde la General Paz hasta la Plaza de Luciano, en el Barrio 12 de octubre, el grito se multiplicó por miles y colmó las calles de La Matanza.

Desde hace años, las marchas por Luciano comienzan en el mismo lugar. Allí, en el cruce de la Avenida Mosconi con la General Paz, en el prólogo de La Matanza y donde languidece la Ciudad de Buenos Aires, Luciano fue asesinado por la policía bonaerense, obligándolo a cruzar por la vía rápida, invitándolo a morir. Este 2020 no se escapa a la regla simbólica, y desde las 16.30 del primer sábado de febrero, las banderas, los bombos, la gente y el calor invaden el lugar, buscan la sombra y aguardan el comienzo. El agua abunda, las piernas ceden a la seducción del cordón o el pasto, y los minutos pasan.

Alrededor de las 17.30 la marcha comienza, encabezada por los movimientos de Derechos Humanos y anti represivos, pero con una presencia primordial notoria: el movimiento contra el gatillo fácil, que despliega una bandera contundente: Lo mató la policía. Lo desapareció el Estado. Allí, al costado derecho, camina Nacho Levy, de La Poderosa. Exclama y reafirma: “No fue una muerte, fue un asesinato. No están en la cárcel los responsables, y Luciano tampoco puede estar acá. Fue un crimen de Estado, que mantuvo a la familia y a los amigos buscándolo por cielo y tierra durante años. En esa búsqueda, llenaron de conciencia a un montón de pibes y pibas. La memoria, la verdad y la justicia son tan importantes en democracia como en dictadura”.

 

El ingreso formal a Lomas del Mirador del camión/escenario que eleva el sonido se realiza atravesando un pasacalle que señala claramente al máximo responsable político del asesinato y la desaparición de Luciano: Fernando Espinoza, actual intendente de La Matanza. A esa verdad colgante le siguen otras cuatro, distribuidas paciente y estratégicamente a lo largo de todo el camino que lleva hasta la Plaza Luciano Arruga, donde finalizará la procesión. Desde los parlantes, se escuchan las voces de tres militantes de Familiares y Amigos de Luciano Arruga, quienes acompañan a Vanesa y a Mónica en este camino de búsqueda de verdad y justicia. Se lee el comunicado redactado para la jornada del 31 de enero en la Plaza de San Justo, una radio abierta frente al municipio, que vuelve a señalar las responsabilidades del actual intendente, acción que se cruza con los pedidos de agua que se intensifican desde las veredas: el calor es sofocante y el camión tiene varias botellas que se van distribuyendo a cada costado.

A medida que la marcha avanza por Avenida Mosconi hacia el oeste, y llegando a la mitad de su recorrido, las paredes y los palos de luz, de cable, de teléfono, ofician de medios de comunicación alternativos. Los que abundan son escritos contra la policía, otros recordando a Luciano, y aquellos que intentan refrescar la memoria de los vecinos. Pero no son los únicos: también aparecen graffitis feministas, en apoyo a la rebelión popular en Chile, y otras luchas que son representadas con originalidad. La vista desde el camión es fascinante: cientos de banderas, miles de personas gritando, cantando, con una mixtura infinita de sensaciones. Hay lágrimas, sonrisas, abrazos, sudor. De ese modo, se escuchan con atención las palabras de Julio Avinceto, de Hijos La Plata, que narra prolijamente el proceso de Jury de enjuiciamiento que la familia de Luciano está llevando a cabo contra el Juez Gustavo Banco y las Fiscales Roxana Castelli y Celia Cejas Martín, funcionarios de la causa en los primeros cuatro años en los que la carátula fue, inexplicablemente (o no tanto), “Averiguación de paradero”.

Voces de la caminata

“Analía Costilla lo asesinó de un disparo en el tórax. Y aún sigue trabajando de policía. Es un peligro”. Las palabras de Grisel Medina, que lleva un cartel con el rostro de su compañero Hernán Gómez, asesinado por la policía el 16 de noviembre de 2018 en Zavaleta, son una gota más en el inmenso mar de la represión estatal y la impunidad judicial existente en el período democrático. Ella camina, junto a otros y otras que año tras año se acercan a la jornada por Luciano a difundir su caso y a apoyar otros similares. Horacio Cagliero, papá de Diego, es un ejemplo más de la sistematicidad represiva: “La policía empezó a tirar. Le pegaron catorce tiros a la camioneta, sin preguntar. Así mataron a mi hijo, y su amigo no murió de milagro. Por suerte el que disparó está preso. Pero lo conseguimos luchando contra todo”. En una panorámica, los nombres se multiplican: Montecinos, Danilo Sansone, Gabriel Eiriz, Masacre de Monte, Masacre de Pergamino, Paly Alcorta, Darío Santillán, Maximiliano Kosteki, Daniel Solano. Sin embargo, la enumeración es arbitraria, injusta y quimérica: los casos son tantos que nunca se abarca el todo.

Alrededor de las 18 la marcha llega al cruce de las Avenidas San Martín y Mosconi, epicentro del barrio. El sol, a esa altura, comienza a ser piadoso. El camión se detiene, y la gente descansa. Como hormigas, se ve el trabajo de los y las periodistas de medios alternativos, que por primera vez centralizaron la transmisión en vivo en el Espacio Luciano Arruga, armando una base radial allí. Se aprovecha el parate para conseguir testimonios. “Es una jornada emocionante que tiene un montón de contradicciones entre el dolor, el amor, la impotencia, la falta de justicia y sobre todo, porque también lo vivimos con familiares de Darío Santillán cuando este gobierno que entró como popular, y que de popular deja mucho que desear, está con todos los asesinos”, se explaya Alberto Santillán, padre de Darío. Cerca, está Gabriela Conder, integrante de la Gremial de Abogados/as, que vuelve a evidenciar la lucha por la restitución de los niños y las niñas nacidos en cautiverio, y Carlos “Sueco” Lordkipanidse, sobrevivente del genocidio y parte del Encuentro Militante Cachito Fukman, que afirma: “estamos aquí, como hace 11 años, porque la consigna sigue siendo ni olvido, ni perdón ni reconciliación”. Desde arriba del camión, y escoltada por dos cabezas gigantes de Scioli y Espinoza que serán incendiadas a su turno, Vanesa, la hermana de Luciano, se prepara para hablar. Con un discurso breve, contundente y claro, recorre los años de lucha, agradece el acompañamiento, señala al actual intendente de La Matanza, menciona una contradicción en buscar justicia dentro de un mismo Poder Judicial corrupto y clasista, plantea la continuidad represiva en democracia como sistema y recibe el aplauso cálido de la multitud. Sigue Pablo Pimentel, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Matanza. Pimentel pronuncia un discurso incendiario, haciendo hincapié en las responsabilidades políticas de actuales funcionarios del gobierno de Alberto Fernández, y en que el Estado debe hacerse cargo de sus crímenes en democracia. Finaliza exclamando: “Es un caso al que venimos acompañando desde la primera hora. A los 45 días de la desaparición de Luciano, Vanesa se acercó a contarnos lo que pasaba y a partir de ahí no nos despegamos nunca más. Así que es acompañar, esto de la calle tranquiliza un poco la falta de justicia, porque este caso sigue impune. Los responsables directos están libres y no se sabe quienes son. Sabemos que fue la policía pero no sabemos qué policía. Los vecinos no hablan, siguen escondiendo lo que pueden haber visto. Y nosotros estamos acá, en una marcha que es siempre el hecho político más relevante de La Matanza”.

Pasadas las 19, el camión y la cabecera se acercan al destino final. Desde el improvisado escenario rodante, es tiempo de recordar casos, cantar para exorcizar demonios y hacer un repaso de las actividades que se realizan en donde funcionaba el Destacamento de Lomas del Mirador, ahora Espacio Luciano Arruga, sobre la calle Indart. Los aplausos bajan cuando se mencionan talleres de teatro, de percusión, de huerta, apoyo escolar y radio. A las 20, la multitud ingresa en la Plaza Luciano Arruga. Allí, debajo de la pantalla gigante con el rostro de Luciano, el micrófono se abre a adhesiones de todo tipo, poemas, la palabra del preso político Daniel Ruíz y Nora Cortiñas, que realiza una especial invitación a participar de la Ronda de los días jueves. La prometida película a proyectar se demora.Los choripanes bajan la ansiedad y el público, sentado y con reminiscencias de autocine de barrio, comienza a comprender que lamentablemente no se podrá ver “Quién mató a mi hermano”, la película que dirigieron Ana Fraile y Lucas Scavino, que ya se convirtió en una herramienta más de la lucha por justicia. Una falla técnica se puso la gorra. Mónica se disculpa, Vanesa también, pero rescata con una sonrisa lo positivo de la jornada: otra vez se gritó fuerte por Luciano en su propio barrio. A esa altura, la gente deja de lado la frustración por no haber podido ver la peli, y aguarda ansiosa el final de siempre. Entonces, las personas se levantan, se dan vuelta y miran. A lo lejos aparece un patrullero de cartón, manso. Todos y todas saben muy bien que una llama, en la noche, en el corazón de la plaza, espera por él.

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