Por Florencia Varas*

Tiene 82 años, vive sola totalmente feliz en una casita en la playa, es psicóloga.

Su verdadera historia comienza hace más de cuarenta años cuando siendo una señora convencional, clase alta, con una maravillosa casa, marido exitoso y rico empresario, abandona todo, vende la casa, se separa y se va a vivir a
la comunidad de Osho, en Oregon, USA.

El tan controvertido gurú que fue expulsado de los Estados Unidos, encarcelado y acusado de todo tipo de delitos y de que sus discípulos eran pervertidos porque practicaban el amor libre, tal como se ve en el documental exitoso de la serie Netflix «Wild Wild Country».

Luz María, Tanmayo, para los discípulos de Osho, vivió en Oregon, en Rajneespuram, tres años. Cuenta como fue esa comuna y su experiencia de vida. Su historia muestra el lado B de la serie «Wild Wild Country».

Para Savitri

Vine de una familia que tenía roles muy marcados en lo que era de hombre y de mujer. Nadie cuestionaba lo  tradicional. Estudié en Santiago de Chile, en el Colegio Francés Jeanne D´Arc, no tenía exámenes válidos (no se necesitaba, me dijeron más tarde, «hay que dejar los cupos universitarios a los hombres»). Bien, a los 23 años me casé y tuve tres hijos, el último a los 27.  Siempre fui muy religiosa y practicante católica comprometida: Acción Católica, Catequesis, Shöenstatt , Hogar de Cristo, etc. etc.

Cuando cumplí 29 años vino el primer terremoto: el catolicismo empezó a desmoronarse en mi vida, muchos de los dogmas me parecían absurdos y … eso de “la única religión verdadera”, era demasiado (…asiáticos y africanos: al infierno!).- Pasaron como 10 años en que fui atea, como Sartre: nada antes, nada después. Esta vida es lo único que hay. Esa postura tenía su belleza porque me llevaba a vivir con plenitud cada momento.

A los 33: terremoto con incendio… primer quiebre matrimonial (a los 10 años). Me enteré que la vida no era como parecía ser, había toda una existencia subterránea que yo no sabía que existía. Me sentía como un pájaro que se cayó del nido: estaba sola, con tres niños, nunca había trabajado, no tenía profesión, ¡ni siquiera sabía manejar! Me puse manos a la obra: en un año aprendí a manejar,  di los exámenes válidos, trabajé como Secretaria en la Escuela de Arquitectura y al año siguiente entré a la Universidad Católica a estudiar Psicología. También, después de un año, a pesar de la gravedad de los hechos que llevaron a la ruptura, decidimos dar otra oportunidad a nuestro matrimonio, el que duró 10 años más.

Y… el colapso final 10 años más tarde

Todo colapsó … y ahí estaba sentada, metafóricamente, sobre las cenizas humeantes de lo que fuera mi hogar. Había jugado todas mis fichas a lo que más me importaba en la vida: mi familia. Hice todo lo que sabía hacer y lo hice bien (no digo que lo hice a la perfección, sino lo mejor que pude). Y ahí estaba con mi proyecto totalmente fracasado… la sensación era de nada, de que yo no sabía nada. Entendí que los hechos sucedían, no por voluntad de los hombres, sino obedecían a un plan superior que no se rige por nuestras leyes. Pero: el plan sabe.  Ahí en la humildad que conlleva esa convicción de no saber, me comprometí con la existencia, (Dios para algunos), que de ahora en adelante, me dejaría llevar por ella. Terminó mi ateísmo, cooperaría con el Plan Divino, iría con lo que la vida me trajera y no resistiría.

Osho

Ese fue el momento en que Osho entró en mi vida… el día de mi cumpleaños me regalaron su libro : “My way, the Way of the White Clouds” («Mi Camino, el Camino de las Nubes Blancas»). Eso era lo que andaba buscando. Mi vida se llenó de luz, de amor y de sentido. Pasé de ser una creatura que vivía feliz a ras del piso, a convertirme en un ser que podía volar, tener perspectivas insospechadas, comprender por primera vez aquello de que Dios es omnipotente y omnisciente: todo le es posible y la existencia infinita…y yo… parte de ella.

De ahí, el paso lógico fue irme a vivir con mi Maestro en su Ashram, en Oregon. Regalé todo lo que tenía y lo hice gozosamente, quería otra vida y quería empezar de cero. Si había perdido lo que más me importaba, mejor no dejarme nada, no tener nada. (Nadie me lavó el cerebro… hace cerca de 40 años de estos sucesos y sigo pensando que fue la mejor decisión de mi vida!). Mi hija menor, Paz, decidió irse también a Oregon a vivir esa experiencia con Osho. Mi hijo Alfredo, se reuniría con nosotras al año siguiente. Luz, la mayor, estaba de novia y prefirió quedarse en Chile, aunque siempre fue incondicional con nosotros, después me ha confesado que le habría gustado irse también…

La vida en el Rancho de Oregon era muy intensa. Trabajábamos disciplinadamente 8 horas diarias, incluyendo sábados y domingos. No había vacaciones. Nuestra meditación era el trabajo. Construimos una ciudad, caminos y drenajes para manejar el problema del barro, huertos, casas para los 1.500 residentes que éramos, un hotel, un Mall, una gran represa navegable para tener agua para los cultivos, un centro médico etc. etc.

Es muy difícil transmitir lo que sucedía allí más allá de lo tangible que acabo de explicar. Tiene que ver con la energía del lugar, el cambio que producía en las personas era notable. Lo más importante, sin duda, fue conocer a Osho, constatar en él la potencialidad que tiene un ser humano, lo que cada uno de nosotros puede llegar a ser. Ser parte de esa Comunidad fue la experiencia más enriquecedora que me ha tocado vivir.

Volver a Chile fue todo un desafío. Materialmente no tenía nada. Pero la existencia era la que estaba a cargo ahora y ella tendría que proveer… Alguien me prestó dinero para el pasaje, amigas entrañables pusieron a mi disposición su consulta y me enviaron pacientes, un hermano me hizo de aval para arrendar un departamento, etc. Poco a poco todo fue poniéndose en marcha….

Años más tarde, a mis 65 años, me vine a vivir a la playa sola. Esa decisión tuvo que ver con que, nuevamente, la existencia habló:

En una visita al oculista, donde me vieron dos connotados especialistas, el diagnóstico fue que tenía un problema crónico e incurable en la mácula y… que iba a quedar ciega. Poco antes, en uno de los viajes que hacía todos los viernes a mi lugar en la playa, me había dado vuelta en auto (algo muy raro: era una recta, no había otros autos, tampoco un perro…) Tenía que decidir donde quería vivir ciega, porque no podría seguir viajando. Para mi la decisión estaba clara, desarmé mi vida en Santiago, derivé pacientes y me preparé para una nueva etapa. (Más tarde, cuando ya había quemado mis naves, surgió la oportunidad de una operación que me salvó la vista y no quedé ciega!).

Tengo 82 años y llevo 17 años viviendo en la soledad de mi lugar, muy feliz de estar aquí. Hace dos años me operaron de un cáncer de mama, volvió en marzo de este año, pero ahora está detenido. Esta existencia mía se encarga de darme sustos de vez en cuando, al final todo se soluciona.

Y si ya fuera tiempo de morir, está bien también!

 

*Florencia Varas es periodista, agregada cultural en Inglaterra desde 1990 a 1994, ex corresponsal de los periódicos The Times y Sunday Times, de Londres.