por Vilma C. Perren

Parte I

Hace ya tiempo que vengo preguntándome y pensando sobre el tema de “política y espiritualidad”. Dos temáticas que me convocaron desde siempre y que me llevan, hoy, a plantearme algunos interrogantes:

¿Puedo ser espiritual y desentenderme o ser indiferente a lo que pasa a mí alrededor, a lo que ocurre en la sociedad?

¿Puedo desplegar mi espiritualidad y pensar solamente en mí, y en mi proyecto de vida de modo  individualista?

A continuación, y buscando respuestas y eslabones que conecten ambos temas, algunas definiciones que encontré sobre la palabra “política”:

1) Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados.

2) Actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país.

3) Conjunto de los procedimientos y medidas que se adoptan para dirigir los asuntos que afectan a la sociedad o tienen relación con ella.

 

Ateniéndome a las definiciones anteriores, sigo preguntándome:

¿Puedo desentenderme de algo que atraviesa la organización de la sociedad en la que vivo?

¿Puedo permanecer indiferente a los  “asuntos que afectan a la sociedad o a un país”? (¡el país en que vivo!)

¿Puedo repetir casi mecánicamente “la política no me interesa”, siendo que es algo que trata de “los procedimientos y medidas que se adoptan para dirigir los asuntos que afectan a la sociedad o tienen relación con ella”? (¡soy un ser social, vivo en una sociedad!)

Creo que el mayor problema con que nos encontramos al hablar de política, es que nos manejamos con viejas ideas, viejas formas, viejos “paisajes”.

Debemos encontrar una nueva forma de hacer política: sin manipulación, sin mentiras, sin paternalismos, sin “tranzas”, como expresión de la más genuina necesidad de construir un mundo con igualdad de oportunidades para todos, sin privilegios.

 

Por otro lado la espiritualidad es ese aspecto inherente a lo humano que me permite verme a mí misma, que me despliega más allá de mis condicionamientos, que me da la posibilidad de empatía, no ya ese mero reflejo natural de “cuidado de los míos” para la perpetuación de la especie, sino que me permite emplazarme desde una postura ética en la que veo a otros como semejantes, donde tomo conciencia de la totalidad de la que formamos parte y desde allí, deseo para el otro el mismo bienestar y felicidad que aspiro para mi vida.

Es esa posibilidad de autoconciencia, como dice V. Frankl, donde puedo dejar de comportarme desde el automatismo de mi psiquismo para lograr la autonomía de mi existencia espiritual.

“Yo soy otro tú”, decían los Mayas, a modo de saludo.

Entonces, ¿la vida será una carrera encarada con furia en un “para mí?, ¿o será la posibilidad de construir un nosotros?

 

Parte II

Siguiendo con las reflexiones, preguntas, respuestas sobre la temática de “política y espiritualidad”, llego a estos otros interrogantes:

Como humana: ¿hacia dónde voy?, ¿cuál es el sentido de mi existencia?, y traigo las palabras de Silo, mi maestro: “Te diré cuál es tu sentido aquí: ¡Humanizar la Tierra! Y qué es Humanizar la Tierra?, es superar el dolor y el sufrimiento, es aprender sin límite, es amar la realidad que construyo”.

¿Podré lograr esto si no me reconozco como un ser social, por lo tanto político (partícipe de una polis), si no asumo mi responsabilidad como tal?

Y, por favor, ¡no confundamos política con partidismo!, no reduzcamos esa posibilidad humana que significa construir una sociedad con sentido para todos, con la adhesión a un partido (aunque se adhiera a alguno) y mucho menos con fanatismos.

 

“La política es sucia”, gritan asustados quienes temen a la palabra política, por años de malas experiencias con políticos corruptos.

Les cuento, señoras y señores, que la política no es una entelequia, es el hacer concreto de mujeres y hombres concretos con intenciones concretas y una dirección mental concreta.

“La política corrompe”, insisten los temerosos de ella. Yo insisto también, la política en sí misma no tiene intencionalidad, es una actividad humana como otra (que se interesa por el bienestar común). Si las personas que actúan en política la usan como medio para sus fines es una elección personal, una actitud personal. Cada uno sabrá qué y cómo hace en el quehacer que desempeña.

Hay personas corruptas, que reciben coimas en el desempeño de su profesión;  hay profesionales de la salud corruptos  que  manipulan a sus pacientes para que dependan de ellos; hay comerciantes corruptos que especulan y mienten a sus clientes; hay clérigos corruptos que usan su lugar de poder para fines personales desconociendo cualquier ética; hay jueces corruptos que por dinero o privilegios personales no imparten justicia; hay inspectores corruptos que reciben beneficios personales para “hacer la vista gorda” y que las cosas se hagan de cualquier manera…

El acto ético o corrupto no “se me impone” por la actividad que desarrolle, es SIEMPRE una decisión personal.

Entonces, los corruptibles, o no, somos los seres humanos, la corrupción no está en una tarea determinada; esto me obliga a plantearme, en mi singularidad, cómo vivo mi vida y cómo llevo adelante la tarea que desempeño, SEA ESTA CUAL FUERE; y por supuesto como dice Silo: “Si tu influencia llega a un pueblo cuida tus manos de noble labrador y procura superar tu contradicción profunda”, pero sabiendo que ocupe el lugar que ocupe en la sociedad soy responsable de su armado, lo que varía (y esto no es un detalle ni algo menor) es la cantidad de gente en la que influyo, pero SIEMPRE mis actos llegan a otros; y de esto no debo desentenderme.

Si reconozco que mi accionar termina en otros, que lo que hago dejará su huella en este paso mío por la tierra (dirija un país o le deje las recetas de la abuela, con todo mi amor, a mis hijos) estoy ya actuando desde mi ser espiritual.

Soy parte de un TODO, formo parte de una corriente evolutiva de la humanidad con un pasado y un futuro.

Si elijo “ser el cambio que quiero ver en el mundo”, como dijo Gandhi, me asumo como ser trascendente, por lo tanto ESPIRITUAL.

Queda entonces en lo profundo de mi consciencia la elección de cómo viviré mi vida.

La posibilidad de ser corrupto o ético no está en el afuera, está en mi fuero interno. De lo que soy, de qué clase de persona elijo ser, soy responsable yo, no mi entorno ni la labor que desempeño. Y si quisiera justificarme en “lo que hacen otros” estaría actuando de mala fe, al decir de Sartre, porque no me responsabilizo de mis propios actos, pongo esa responsabilidad en lo que hacen otros.

¿Quién soy?, ¿A dónde voy?, ¿Cómo elijo hacer lo que hago? son las preguntas más espirituales que conozco y a la vez las más políticas, porque responderme a esas preguntas me señala una ética.

Yo no los invito a que “hagan política”, sino a que tomemos consciencia de que en la medida en que formamos parte de una comunidad, de una ciudad, de un país, del planeta Tierra, todos nuestros actos son políticos.

Si la existencia humana no se resuelve en un “para mí”, si somos seres abiertos al mundo, si somos ser-en-el-mundo, no hay modo de desentenderse de la política.

Por otro lado si soy consciente de que cualquier acto humano termina en otro, que todo acto va hacia otro, me resulta imperioso preguntarme cómo llevaré adelante mis actos, ¿qué es el otro para mí?, ¿un medio para mis fines?, entonces cosifico y me cosifico; ¿o un ser abierto a su propio futuro?,  ¿un semejante al que me dirijo desde una ética solidaria?

 

Jamás entenderé una espiritualidad separada de lo social. Si el desarrollo de la misma no se traduce en una mayor compasión y amor por mis hermanos, no es espiritualidad, es simplemente, un encapsulamiento del ego.