Por Ignacio Torres

Hace casi un año nos espantábamos con el asesinato del joven comunero mapuche Camilo Catrillanca. Hoy, nos espantan las decenas de casos de manifestantes mutilados por la represión policial, quienes han perdido sus ojos y han quedado con cegueras irrecuperables para el resto de sus vidas. Ambas historias tienen un agente en común: Carabineros de Chile.

Hace casi un año comentábamos la necesidad de disolver la policía militar chilena y reemplazarla por una nueva Policía Nacional originada en democracia, civil, respetuosa de los derechos humanos, descentralizada y con amplia participación ciudadana en su gestión. La secuencia de omisiones, ocultamientos y conspiraciones de Carabineros de Chile después del homicidio de Catrillanca y los numerosos casos de abusos policiales que se han sucedido desde el inicio del estallido social que vive nuestro país confirman esa necesidad de hacer una transformación profunda en el ejercicio de la función policial en Chile.

Seamos claros: Chile ha vivido durante el siglo XX una anomalía policial. El despliegue en todo el territorio nacional de una sola fuerza de policía con carácter militar, altamente jerarquizada, fuertemente armada y separada de la ciudadanía ha generado una cultura organizacional corporativa, ajena al mundo civil, verticalista y que facilita la comisión de abusos policiales y de faltas a la probidad, como lo hemos visto recientemente en el país con el conocido caso “Pacogate”.

Ante ello es importante tener presente que la función policial puede ejercerse de manera muy distinta a como se hace en Chile. En buena parte del mundo, la función policial está encargada a cuerpos locales, civiles y que responden a autoridades regionales o provinciales. Son esas policiales civiles y locales las que están a cargo de resguardar la vida cotidiana y solo en casos excepcionales se hacen presentes fuerzas de carácter nacional, fundamentalmente para la investigación de delitos complejos.

Pero en Chile están confundidas la función policial con la función militar, ya que la principal policía del país está estructurada como una fuerza militar de ocupación de todo el territorio y, por lo tanto, se ve a sí misma como una fuerza en enfrentamiento con la ciudadanía, a la cual debe reprimir y someter. La confusión de la función policial con la militar distorsiona una cuestión fundamental: que la policía está para resguardar a las comunidades a las que sirve y que el rol policial es, ante todo, un rol de servicio y seguridad a esas comunidades.

Es justamente esto último lo que no sucede en Chile, debido al carácter militar de la policía que ocupa todo el territorio nacional. Y es justamente aquello lo que puede y debe cambiar: hay que disolver Carabineros de Chile y reemplazar esa institución por una nueva Policía Nacional que entienda que su rol es, ante todo, para las y los ciudadanos de Chile.

Foto de Sergio Bastías