por @LautaroRivara

La llamada “comunidad internacional”, muda hasta el momento en lo que respecta a la grave crisis haitiana, acaba de mover ficha. El día 30 de septiembre tuvo lugar una reunión entre aliados del partido gobernante, sectores de la oposición política especialmente convocados por su moderación extrema (si se nos permite el oxímoron) y el autodenominado “grupo de amigos de Haití”, más conocido como Core Group.

La entidad es tan irregular en su institucionalidad como decisiva en los asuntos internos de la nación haitiana, privada del más elemental ejercicio de soberanía política. Su nombre, «grupo central», no deja dudas respecto a su importancia. El Core Group es un organismo para-supra-estatal, una especie de comité de administradores coloniales que aglutina a representantes de las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea y a los embajadores de Estados Unidos, Francia, Canadá, Alemania, España y un desentonado convidado continental: Brasil.

Se trata, en suma, de todos los interesados en “la cosa haitiana”. No por los alegados vínculos históricos ni por razones de índole humanitaria, es claro, sino por la imprescriptible nostalgia colonial de algunas ex-potencias y por los bajos instintos de la acumulación de capital.

Directa o indirectamente, todos los aludidos ostentan intereses bien tangibles en relación a: el control de las remesas de la nutrida diáspora haitiana; la explotación de los bajísimos salarios de la mano de obra nacional en las grandes maquiladoras instaladas por las trasnacionales; la utilización del país como consumidor obligado de sus productos agrícolas o agroindustriales (como la China de las Guerras del Opio, nada nuevo bajo el sol); la explotación de los abundantes recursos minerales que Haití posee en los departamentos septentrionales; y el usufructo y control simultáneo del narcotráfico que encuentra en el país una importante estación intermedia entre su producción al sur y su consumo en el norte.

Hasta aquí todo normal. Tan sólo reminiscencias y actualizaciones del fenómeno colonial. Lo peculiar, decíamos, es la presencia brasilera. Sin intereses materiales directos al oeste de la isla La Española, su participación en el selecto club de los tutores de Haití responde al comando de la tristemente célebre Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH) que Brasil ostentó desde 2004 a 2017.

Un reciente artículo del conservador periódico Folha de São Paulo, recuerda la invitación del recientemente fallecido ex-presidente francés Jacques Chiracy de George W. Bush, para que desde el Planalto asumieran el comando militar de la expedición. La contraparte tácita era asegurar al «Brasil potencia» su deseado asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Luego serían propagadas todo tipo de argucias «humanitarias» por intelectuales y diplomáticos «progresistas», como aquella del «principio de no indiferencia», que versaban sobre la conveniencia de no dejar en las manos de los Estados Unidos una misión de ocupación que sin embargo los norteamericanos siempre sostuvieron con la correa corta. Para ellos, la participación entusiasta de prácticamente todas las naciones sudamericanas y de varias centroamericanas, con la honrosa excepción de Venezuela y Cuba, redundó no solo en un abaratamiento de la operación en sí, sino también en la garantía de un control de tipo remoto que no exponía al imperio ni implicaba la apertura de un nuevo frente político-militar.

Recuérdese que hablamos de los difíciles tiempos en que los Estados Unidos se hundían más y más en el pantano iraquí. El costo económico  de la aventura que debía durar meses y duró 13 años demandó la nada modesta cifra de 3 billones de dólares. Y el costo político fue incalculable, si consideramos el impacto que tuvo la participación de la MINUSTAH en redes de trata y prostitución de mujeres e infantes, en la emblemática masacre de Cité Soleil en la que fueron asesinados dos delincuentes al costo de acribillar a 80 inocentes, y en la propagación de la fatídica epidemia de cólera que se cobró alrededor de 9 mil víctimas fatales. Pocos yerros políticos han dañado tanto en nuestra historia las tentativas de integración caribeña y latinoamericana.

El Core Group, aparentemente más sobrio ahora en lo que respecta a su apoyo al impopular presidente haitiano, viene actuando de forma diligente y militante como garante último de la tortuosa gobernabilidad de un país que atraviesa en simultáneo una crisis política, institucional, económica, alimentaria y ahora también energética, contando ya su sexta semana consecutiva sin abastecimiento regular de combustibles.

Recordemos que el pasado 10 de febrero el Core Group emitió un comunicado de apoyo manifiesto a la continuidad en el poder de Jovenel Moïse, precisamente cuando acababa de ser presentado al Senado un detallado informe del Tribunal Superior de Cuentas que lo inculpaba, junto con algunos de sus funcionarios de mayor jerarquía, en el escándalo de corrupción de fondos públicos más grande de toda la historia haitiana. A su vez, el comunicado saludaba el «profesionalismo» de las fuerzas de seguridad, mientras que cuerpos especializados de la Policía Nacional en connivencia con grupos delincuenciales, perpetraban sendas masacres en los barrios periféricos de La Saline y Martissant.

Esta entidad, novedosamente dividida ahora en lo que respecta a la álgida cuestión haitiana, se posicionó sin tomar posición. Sus interpelaciones, como las alocuciones papales, pueden resultar indirectas, opacas. Precisan ser interpretadas.

Para la mirada externa podría parecer que la reunión no implicó más que otra abstracta apelación a los valores demócrata-liberales de Occidente. Sin embargo, convocando a aliados de Moïse como el ex-Primer Ministro Evans Paul del KID, al sector conservador y moderado de la oposición política, y dejando por fuera a los sectores radicales, los partidos políticos de izquierda y los movimientos sociales, la comunidad internacional se posiciona.

A la fractura del frente nacional que sostenía en el poder a Jovenel Moïse sigue la fractura del frente internacional, o al menos la explicitación de sus divergencias. Si la posición del partido de gobierno se debilitó con el traspaso a la oposición del Foro Económico Privado, de buena parte de la burguesía local y de algunas figuras políticas de envergadura, se debilita ahora aún más con la postura ya inocultable de Francia y Canadá, quiénes ya comienzan a abogar por un cambio de régimen controlado.

Sin embargo, quién paga la orquesta elige la música, y la última palabra la tienen los Estados Unidos. La sintomática reunión, con todo, expresa sin medias tintas que el recurso a una salida ordenada de Moïse, pactada por arriba, ahora está sobre la mesa y en período de evaluación. Además de la salvaguarda de sus intereses económicos, las prioridades regionales de Trump y de Bolsonaro explican la intransigencia en el sostenimiento de Moïse.

Este ha demostrado ser un presidente que prefiere llevar a su país al suicidio político y energético con tal de satisfacer al menos dos prioridades geopolíticas foráneas: atacar al gobierno de Nicolás Maduro y a la Revolución Bolivariana de Venezuela y contribuir a tensionar y eventualmente romper iniciativas de integración como Petrocaribe y la Comunidad del Caribe (CARICOM). Por último, es de interés de las potencias suscribientes que el descalabro haitiano, del que son evidentes responsables después de años de aventuras humanitarias, electorales y militares, no se vuelva demasiado notorio, dañando su reputación.

Según el periódico haitiano Le Nouvelliste, fuentes del Core Group informaron estar preocupadas sobre la intención de la oposición de forzar la dimisión de Moïse, dado que eso implicaría la convalidación de mecanismos anti-democráticos que podrían repetirse ad eternum. Sin embargo, el organismo no expresó los mismos pruritos cuando decidió llevar al Palacio Nacional al mentor y antecesor de Moïse, el inefable cantante Michel Martelly.

Según lo denuncia Ricardo Seintenfus, ex representante del Secretariado de la OEA en el país en su libro «Reconstruir Haití», las embajadas y organismos supranacionales representados en el Core Group fueron los gestores del fraude electoral que llevó al poder al partido PHTK. El guatemalteco Edmond Mulet, representante de la ONU, habría informado al por entonces presidente René Préval, en pleno ejercicio de su mandato constitucional, que en «48hs, a más tardar, debería dejar la Presidencia y abandonar Haití». La manipulación de los resultados electorales y la presión ejercida sobre el Consejo Electoral Provisorio para ungir al candidato seleccionado por la comunidad internacional, vendría después.

Mientras los cónclaves diplomáticos se suceden, las clases populares y sus organizaciones, que acaban de realinearse bajo el paraguas del denominado Foro Patriótico, se juegan en las movilizaciones callejeras su única carta para garantizar una salida progresiva y con protagonismo popular a la crisis en curso.

Las expectativas de garantizar un cambio de gobierno que abra la puerta a un cambio mucho más sustantivo son razonables, atendiendo a la magnitud, permanencia y radicalidad de las protestas que se suceden en todo el país. Los sectores de poder comienzan a mover la pesada maquinaria diplomática, económica y mediática que pretende cambiar elementos ornamentales para garantizar la continuidad del status quo.

Pero todo indica que la entera estructura de un régimen de dominación nacional e internacional crujió hasta sus cimientos en julio de 2018, y desde entonces pareciera que cualquier pequeña réplica es capaz de derribarlo definitivamente.

Lautaro Rivara es Sociólogo y miembro de la Brigada Dessalines de Solidaridad con Haití