La vida sobre la Tierra enfrenta dos amenazas existenciales: la crisis climática y las armas nucleares. Ambas amenazas están estrechamente vinculadas y se potencian entre sí. Con el mundo en llamas, la crisis climática es, hasta para sus más acérrimos detractores, imposible de ignorar. No obstante, la gran mayoría de las personas sí ignoran cómo es que esta situación agrava el riesgo de una guerra nuclear y por qué el desarme nuclear es hoy en día más importante que nunca.

Por Carlos Umaña

Clima y costos nucleares

Según un informe de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos[1], detallado en el informe “De Ojivas a Molinos”[2] solamente en ese país, los costos de los daños causados por eventos climáticos extremos fueron de $ 400 mil millones dólares en 2018, y este costo podría fácilmente alcanzar los $ 3 billones por año para 2050. Se estima que el costo de la contaminación del aire por la quema de combustibles fósiles es de alrededor de $ 176 mil millones por año, o hasta $ 5,2 billones, en total, para 2050.

La inversión en tecnologías verdes es escasa en todo el mundo, especialmente en los países más contaminantes. Sin embargo, considerando los altos costos directos e indirectos de los daños ambientales, está claro que su costo-efectividad es alta. No obstante, el cortoplacismo político y su consecuente demagogia deriva en la inacción de parte de la mayoría de los políticos. De hecho, muchos recursos políticos y talento científico necesarios para la innovación ecológica están actualmente ocupados en el desarrollo de armamentismo nuclear y de otras empresas que, lejos de resolver los problemas existenciales urgentes, más bien atentan contra la vida en el planeta.

Las armas nucleares, en particular, son militar y políticamente obsoletas y suicidas. La miopía de este capricho armamentista es muy costosa, ya que estas armas son extremadamente caras de mantener: la inversión actual en armas nucleares es de 126 mil millones de dólares al año y sigue en aumento.

El riesgo de una guerra nuclear

La crisis climática potencia el riesgo de una guerra nuclear. El Reloj del Apocalipsis para 2019, del Boletín de Científicos Atómicos, un reloj simbólico que mide el riesgo de una destrucción catastrófica total por una guerra nuclear, actualmente marca 2 minutos para la medianoche, el riesgo más grande desde 1947. Esto se debe principalmente a tres factores: 1. al liderazgo político inestable en los Estados nucleares, 2. al mayor riesgo de detonación nuclear accidental o por ciberterrorismo debido a la vulnerabilidad de la alta y creciente dependencia en sistemas automatizados y 3. al cambio climático.

El cambio climático multiplica las posibilidades de conflictos bélicos sobre recursos como la tierra, el agua potable y las reservas de alimentos, y aumenta la presión para migrar. El colapso político, a su vez, conduce a que líderes extremistas obtengan el control sobre las armas nucleares, lo cual implica un riesgo en las regiones en las que hay tensión política.

Efectos ambientales y climáticos del uso de armas nucleares

Ahora bien, una sola detonación nuclear, especialmente en estos tiempos, es capaz de causar un gran daño ambiental significativo e irreparable.

Por un lado, está el pulso electromagnético (EMP, por sus siglas en inglés) producido por cualquier detonación nuclear.  Un solo EMP a gran altitud -que no requiere que la bomba nuclear sea de alta potencia- es capaz de inhabilitar los sistemas y dispositivos eléctricos en toda un área continental, sea esta Norteamérica o Europa, y tendría efectos masivos en la red eléctrica, en la comunicación, en el funcionamiento de automóviles y ambulancias -alterando vida civilizada según la conocemos- pero también afectaría, de la misma forma, las centrales nucleares, y podría provocar varias docenas de fusiones nucleares simultáneas. Pensemos por un momento en el daño causado por un solo accidente nuclear. El mundo todavía está viviendo los estragos del accidente nuclear en Fukushima de 2011, una sola central nuclear. Multipliquemos eso por decenas. Lejos de ser hipotético, este desastre es la amenaza que hasta hace poco Kim Jong-Un hacía sobre EE. UU., a sabiendas de que el arsenal norcoreano, una pequeñísima fracción del estadounidense, es suficiente para alterar la vida para todo el subcontinente norteamericano.

Por otra parte, el uso, incluso limitado, de las armas nucleares tendría consecuencias climáticas catastróficas. En 2012 se publicó un estudio prospectivo[3] de lo que ocurriría tras semejante conflicto bélico entre India y Pakistán, ambos países siendo Estados nucleares y actualmente en conflicto. Con 100 bombas del tamaño de la que se usó en Hiroshima, menos del 0,5% del arsenal global, el impacto catastrófico no sería solamente local y regional, sino también global. Se destruiría la capa de ozono -afectando la vida que depende de ella- y el clima se alteraría de forma tal que se reducirían los tiempos de cosecha de los granos básicos de los que dependen muchísimas poblaciones, lo que daría lugar a una hambruna que mataría a 2 mil millones de personas en todo el mundo, especialmente en el sur global. Esta escasez alimentaria, a su vez, generaría más conflictos, que podrían generar un uso mayor de armas nucleares. A mayor escala, una guerra nuclear causaría una destrucción de proporciones difíciles de imaginar, con miles de millones de muertos, una altísima contaminación por radiación de enormes áreas y un invierno nuclear que terminaría destruyendo nuestra civilización y posiblemente nuestra especie, junto con muchísimas otras.

Soluciones integradas

La solución al cambio climático debe incluir el desarme nuclear. Las armas nucleares representan un costo y un riesgo inaceptables y socavan los cimientos de la cooperación internacional y la buena voluntad esenciales para resolver crisis mundiales.

Para paliar la crisis climática, se requiere una movilización masiva de recursos. Una gran parte de esta inversión de capital podría provenir directamente de los cuantiosos recursos que se liberen una vez que se implemente el desarme nuclear. A su vez, el talento científico y los recursos políticos que actualmente están involucrados en las armas nucleares podrán entonces redirigirse a buscar innovaciones ecológicas.

Por otra parte, la solución, tanto a la crisis climática, como a las armas nucleares, tiene necesariamente que involucrar a toda la comunidad internacional. Es esencial canalizar los esfuerzos de la humanidad hacia fomentar una cultura de paz y fortalecer el régimen multilateral.

Si bien vemos cómo colapsan acuerdos bilaterales (como el de fuerzas nucleares intermedias entre EEUU y la Federación Rusa), dichosamente estamos también en medio de un cambio de paradigma en el que el prestigio de un país ya no lo da su poderío militar, o incluso económico, sino su capacidad de diálogo, de construir acuerdos y de generar paz. El Tratado sobre la prohibición de las armas nucleares (TPAN), adoptado en la ONU en julio de 2017 por 122 países, es producto de este cambio. Su concepción requirió de varios pasos políticos que implicaron la cooperación de muchas naciones, y su negociación fue sumamente constructiva y participativa, involucrando a expertos de la sociedad civil de forma nunca antes vista en un proceso de este tipo. La universalización e implementación del TPAN fortalecerán el régimen multilateral y propician el cientifismo y la diplomacia internacional, elementos indispensables para enfrentar el cambio climático. La firma y ratificación del TPAN, por lo tanto, deben verse como acciones urgentes en el marco de la crisis climática.

El tiempo de la retórica ha terminado.  Ante este binomio existencial, la humanidad se encuentra ante una encrucijada: o prosperamos o nos destruimos. Más que nunca, el mundo necesita diálogo, necesita líderes pragmáticos, capaces de tomar decisiones valientes y de promulgar e implementar políticas constructivas. Es imperativo darle una oportunidad a la paz.

[1] https://www.yaleclimateconnections.org/2019/04/climate-change-could-cost-u-s-economy-billions/

[2] http://www.nuclearban.us/w2w/

3] Hambruna nuclear –https://www.ippnw.org/nuclear-famine.html

Carlos Umaña, médico y traductor, es miembro de ICAN y vicepresidente regional para América Latina de IPPNW, una de las organizaciones que lleva décadas trabajando por el desarme nuclear.