El segundo día de la huelga mundial por el clima terminó de manera positiva. En Italia, y particularmente en Milán, se registró una menor participación, pero ciertamente más consciente y convencida que la del 15 de marzo, como lo es en la naturaleza de un movimiento en crecimiento. Era previsible: ya no existía la novedad del primer golpe, de la primera huelga,  los medios de comunicación estaban concentrados en las elecciones europeas (por otro lado, la forma en que trataron las manifestaciones del siguiente día pone de manifiesto el deseo de «cerrar el juego» con Greta lo antes posible: tienen cosas más importantes de que ocuparse…), el año escolástico está llegando a su fin y es hora de las evaluaciones, por último, había una amenaza de mal tiempo, aunque el día fuera hermoso, lleno de sol y de eslóganes, cantos, carteles, pancartas hechos por ellos mismos. Y sin esa selva de banderas de partido y símbolos de asociaciones que convierten los eventos -incluso los más bellos, como el evento por la Tierra del 23 de marzo en Roma – en una especie de supermercado donde se exhiben los productos en venta, con la esperanza de que alguien los compre…

Es inútil hablar de números: estábamos, ya sea por la mañana (la huelga de los estudiantes) como por la tarde (la procesión para los que no podían estar allí por la mañana), más los que hemos reunido a Salvini y a Zorro en Piazza Duomo, manteniendo el principal ábaco falso pro-partidista disponible para todas Jefaturas de Policía de Italia. Por otro lado, en las plazas de Salvini una buena mitad está ahí para silbarle y la otra mitad solo para escucharlo.

La huelga de Milán terminó con un debate quizás inútil en los jardines de la Trienal; con una primera parte, puesta en contraposición entre los que hacen el bien (los que luchan por el clima) y los ingenuos (a los que nos les importa), denunciada como falsa, pero sin oponerse a ninguna alternativa válida, como por ejemplo, aquella entre los responsables (los que escuchan las alertas de los científicos) y los impostores (los que deliberadamente las ignoran para no afectar los intereses dominantes). En cambio, todo parecía resolverse en una serie de buenos comportamientos -que también surgieron en la segunda parte del debate con la insistencia en el reciclaje- a las que se les confía la salida de emergencia, ignorando por completo la existencia de empresas, instituciones, medios de comunicación e intereses que trabajan día a día para imponernos un estilo de vida insostenible.

Cuando se transfirió a las instituciones -municipios, medios de comunicación, empresas- el espectáculo fue devastador: todos están a la vanguardia en la lucha por el medio ambiente, todos han hecho todo lo que se tenía que hacer. Sin embargo, queda por explicar por qué hemos llegado a este punto. El arquitecto Boeri propuso plantar tres millones de árboles, sin explicar si el suelo es suficiente para plantarlos (por ejemplo, el de las estaciones de ferrocarril o el hipódromo en construcción), o si por cada conjunto de plantas hay que construir un rascacielos especial como aquello que lo calificó como parte de archistar, con su inevitable consumo energético. Mientras el director del Corriere della Sera se jactaba del largo compromiso de su periódico con el tema del cambio climático, sin recordar que durante años su periódico (aunque él todavía no era el editor) -junto con Rubbia- solo dio voz al único científico italiano negacionista, Guido Visconti, recientemente arrepentido y que pasó a formar parte de nosotros sin siquiera reconocerlo.

Entre los inevitables altibajos, el movimiento Fridays for future  ha confirmado, sin embargo,  no sólo su permanencia, sino también su fuerza, que por ahora descansa sobre dos pilares fundamentales. En primer lugar se trata de un movimiento mundial: uno por uno, quién antes y quién después, todos los gobiernos tendrán que empezar a tenerlo en cuenta con hechos y no con palabras. Entonces se enfrenta a un empeoramiento del clima del que todos -incluso los negacionistas- se ven obligados a prestar atención y que con sus acontecimientos extremos cada vez más graves y frecuentes impedirán que todo el mundo lo deje en el olvido (o continúe burlándose de él, al igual que todos aquellos que se jactan de su ignorancia y mala fe).

El movimiento continuará con la multiplicación de acciones dispersas, como la ocupación de la sede de Enel en Milán o Nápoles, que no pertenecen directamente a Fridays for Future o a aquellas implementadas por Rebelión contra la Extinción, que son esenciales para mantener la atención sobre el tema. Y, después de Milán y Nápoles, crecerá a medida que otros municipios – incluidas las Regiones- se vean obligados a declarar la emergencia climática: por ahora sólo con palabras, pero legitimando así las reivindicaciones cada vez más radicales que el movimiento les presentará.

Mientras tanto, después del 24 de mayo, y en vista de la próxima huelga mundial del 20 de septiembre, hay una necesidad urgente de centrarse en los próximos compromisos.

La primera fue explicitada por Greta: la próxima huelga debe involucrar también a los adultos, aquellos que no son estudiantes. No es que hayan estado ausentes hasta ahora, pero han llegado en un orden disperso; sin embargo, siempre son bienvenidos. A partir de ahora tenemos la necesidad de trabajar porque los «adultos» y sobre todo los trabajadores están convencidos de participar masivamente en el movimiento porque todos estamos expuestos al mismo riesgo mortal. Por lo tanto, es necesario actuar ante todo sobre las familias de los estudiantes que participan en el movimiento, y sobre los condominios, sobre los municipios y sobre las asociaciones de vecinos. Después en el personal de empresas, plantas, instituciones – y no sólo a través de los sindicatos, ahora reacios si no opuestos a comprometerse en este campo, o dispuestos a hacerlo sólo con palabras – promoviendo folletos, reuniones, asambleas, debates sobre el tema, fuera y dentro del lugar de trabajo y presentándose en masa a la entrada y salida del trabajo, como lo habían hecho los estudiantes frente a las fábricas hace cincuenta años.

Pero para hacerlo es necesario fortalecer la presencia del movimiento en las escuelas y departamentos a nivel organizativo, poniendo en la agenda, antes del inicio del próximo año escolar, la revisión de programas, cursos de estudio y horarios escolares para dar cabida a los temas de emergencia climática y ambiental, junto a la solicitud de intervenciones para que los edificios sean sostenibles desde el punto de vista medioambiental en los que se imparte la educación…

En tercer lugar, es necesario desarrollar, no en la clausura de una asamblea por muy concurrida que sea, sino en una confrontación abierta con el estudiantado y con las asociaciones y comités a los que se puede llegar, cuáles son las acciones más urgentes para poner en práctica las declaraciones de emergencia aprobadas: tanto las cosas que hay que hacer lo antes posible, como las que hay que detener inmediatamente. Y aquí es donde surgen los problemas. Porque convencer a una administración de que el camino que está tomando está equivocado y que necesita cambiar de rumbo es como pedir a sus representantes que cambien de oficio…

Todo nos ayuda a creer que, teniendo en cuenta todo en conjunto, podemos hacer poco: un poco más de reciclaje, una dieta con menos carne, hacer un poco de bicicleta, un poco más de paneles solares en los tejados, unos cuantos vuelos menos, vidrio en lugar de plástico -todas cosas sagradas- y la vida puede continuar como antes…

No es de esta manera. Es necesario partir de los problemas de la vida cotidiana de todos, pero con la perspectiva de que los cambios que vamos a encontrar serán radicales: tanto si dejamos que las cosas continúen en la dirección actual, como si tratamos de tomar en nuestras manos nuestro destino y el de todas las generaciones futuras. En resumen, pase lo que pase, nada, pero nada en absoluto, será lo mismo que antes. Debemos disponernos a nosotros mismos y a los que nos encontremos, para entrar en un mundo completamente diferente.


Traducción: Ana Gabriela Velásquez Proaño