El ex presidente de Brasil, Lula, va a cumplir un año en prisión esta semana. Es un aniversario amargo y dulce, no sólo para Lula, no sólo para Brasil, sino para la idea de la democracia. ¿Qué hizo Lula para merecer este tiempo en prisión, y qué hizo su sucesor, Dilma, para que lo enjuiciaran tan agresivamente hace unos años?

Por Vijay Prashad (1)

Fuente: Independent Media Institute

Este artículo fue producido por Globetrotter, un proyecto de Idependent Media Institute.

Anoche, cené con el fotógrafo bangladés Shahidul Alam. Él pasó cerca de 100 días en prisión en Daca el año pasado. El crimen de Shahidul fue simple: el, a su manera tranquila y encantadora, cuestionó la legitimidad de su gobierno. Preguntó por qué el gobierno no podía proveer las necesidades más básicas de su gente, como la seguridad vial para los niños pequeños y, por supuesto, la protección de los trabajadores y un sustento para los millones de personas que han sido dejados de lado por nuestro mundo contemporáneo. Estas son preguntas escandalosas, no se supone que se deban hacer. Se supone que los ciudadanos de Bangladesh deben estar agradecidos de que están vivos. “No puedo dejar de decir la verdad”, dijo Shahidul. Él es un hombre valiente, con bondad escrita en su rostro.

Unas horas después de que termináramos de cenar, escuché de mi amigo P.K. Rajan desde Chennai, India; él es una de las principales personas de la editorial de izquierda Bharathi Puthakalayam. Ellos se están alistando para publicar un libro de S. Vijayan llamado Rafale: A scam that rocked the nation (Una estafa que estremeció a la nación), que se trata de un acuerdo corrupto impulsado por el gobierno del primer ministro indio Narendra Modi con el surtidor de armas francés Rafale. El libro iba a ser lanzado por uno de los periodistas más respetados en India: N. Ram de The Hindu. Ram había clavado su dedo en el ojo del gobierno con sus informes forenses sobre la corrupción en torno a este acuerdo. Horas antes del lanzamiento, la Comisión Electoral de la India envió a la policía a incautar todos los libros.

Mientras tanto, en Nueva Delhi, LeftWord Books -del que soy editor en jefe- se preparaba para publicar su volumen sobre el Rashtriya Swayamsevak Sangh (titulado The RSS), el grupo autoritario, fascista y paramilitar al que pertenece el Primer Ministro Modi. El ex vicepresidente de la India, Hamid Ansari, dará a conocer el libro. La policía ha estado llamando a nuestra oficina para presionarnos sobre este libro, que ha sido escrito por uno de los abogados constitucionales más experimentados de la India, A.G. Noorani. La India se presenta a elecciones en unas pocas semanas. La intimidación y el miedo son las tácticas de los poderosos para ganar en las urnas. La democracia se desvanece.

Brasil

El ex presidente de Brasil, Lula, cumplirá un año de prisión esta semana. Es un aniversario amargo y dulce, no sólo para Lula, no sólo para Brasil, sino para la idea de la democracia. ¿Qué hizo Lula para merecer este tiempo en prisión, y qué hizo su sucesor, Dilma, para que lo enjuiciaran tan agresivamente hace unos años?

Como Shahidul, Vijayan, Ram y Noorani, Lula y Dilma representan el lado de la historia que dice que a los poderosos no se les debe permitir hacer lo que quieran, y cuando hacen lo que quieren, no se les debe permitir salirse con la suya. Lula y Dilma, a diferencia de los demás, se convirtieron en jefes de gobierno, y como jefes de gobierno, impulsaron agendas que sacudieron al viejo orden.

Pero no rompieron las reglas. Todo lo que hicieron fue arrastrar parte de la riqueza secuestrada por los ricos de Brasil y tratar de moderar una sociedad que ha sido profundamente desigual durante 500 años. Enfrentaron el problema del hambre y la corrupción, el analfabetismo y la indignidad. Los problemas en Brasil siguen siendo graves, y -como cualquier persona razonable dirá- Lula y Dilma trataron de resolverlos con honestidad y razón. Las Naciones Unidas señalaron a Brasil como ejemplo de un país capaz de erradicar el hambre. Una visita a las universidades federales -establecidas bajo el gobierno de Lula- muestra lo que era posible en términos de la provisión de educación superior para las comunidades oprimidas.

Todo esto estaba fuera de discusión. La oligarquía quería recuperar su país. La crueldad con la que Dilma fue acusada en abril de 2016 es un indicio del desprecio de la oligarquía por las normas democráticas y del hambre de restablecer el poder. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro (El Trump del Trópico), era entonces un legislador. Dedicó su voto en contra de Dilma al coronel Brilhante Ustra, el hombre que torturó a Dilma en 1970 durante la dictadura militar. Bolsonaro mira hacia atrás con nostalgia a la dictadura. No hubo cargos de corrupción contra Dilma, ni evidencia de nada. El juicio político fue una muestra de machismo de la oligarquía, un golpe dentro de la legislatura.

Lula fue arrestado porque estaba claro que él -una fuerza de la naturaleza- tenía probabilidades de ganar las elecciones presidenciales de 2018. La semana pasada, 464 abogados brasileños -todos muy respetados en su profesión- firmaron una declaración pidiendo la liberación de Lula. Lula, dicen, no recibió las reglas del debido proceso, su equipo de defensa no pudo trabajar eficazmente, y los hechos de su complicidad no fueron probados más allá de toda duda. Lula, el primer presidente de origen obrero, escribieron, impulsó una agenda a favor de los pobres, que «puede ser una de las razones que explican su arresto».

De hecho, las acusaciones de corrupción harían que un juez serio palidezca. Pero el juez Sergio Moro procesó a Lula como si fuera el hombre más corrupto del planeta. Moro está ahora en el gobierno de Bolsonaro. La corrupción quid pro quo de un juez que hace posible una victoria presidencial al aceptar un trabajo en el gabinete del nuevo presidente no ha levantado suficientes sospechas. No hay evidencia de que Lula haya hecho algo malo, excepto lo que suena como evidencia en el candente ruido de la prensa de la oligarquía. Es como si Lula fuera el diablo encarnado, un hombre con cuernos en la cabeza. La lógica se ha ido. WhatsApp ha ocupado su lugar.

Silencio al borde del acantilado

Tantos colegas -reporteros de todo el mundo- se encuentran arrestados por la cosa más ordinaria, contar la historia tal como la ven. Una vez más en Filipinas, Maria Ressa ha sido detenida por escribir acerca del presidente. Una vez más, el marroquí Hamid El Mahdaoui está entre rejas por escribir sobre las protestas de al-Hirak en la región del Rif. Tanto María como Hamid cuentan la historia tal como se presenta, sin adornos, sin miedo. Es una sensibilidad moribunda, ya que la ecología del periodismo se enfría cada vez más por el miedo a una sentencia de prisión o a la pobreza. Hay silencio al borde del acantilado.

Hay silencio sobre la corrupción real. Las estimaciones de la riqueza secuestrada en los paraísos fiscales oscilan entre 10 y 32 billones de dólares, es decir, entre el 12 y el 35 por ciento de la riqueza financiera nacional del mundo. Aquí es donde debería centrarse la atención, en la corrupción real, con una riqueza real que podría utilizarse mejor para proporcionar empleos significativos, un sistema social genuino y una transición de la civilización del carbono a una civilización renovable. Pero no es ahí donde hay que mirar. Todas las miradas deben centrarse en un periodista que diga la verdad o en un dirigente político que esté dispuesto a hacer frente al delito del hambre. La verdadera corrupción se esconde en las sombras.

Lula sigue resistiendo. Tiene el amor de millones con él. El año pasado, cuando llegué al aeropuerto de São Paulo, el hombre de control de pasaportes me preguntó por qué quería entrar en Brasil. Dije que quería visitar a Lula en la cárcel. Él sonrió. Luego se puso de pie y anunció en voz muy alta a todos los demás oficiales de control de pasaportes: «Este tipo ha venido a Brasil a ver a Lula.» Todos ellos aplaudieron. Fue un espectáculo gratificante.

Me imagino a Lula en su celda el 7 de abril, el primer aniversario de su encarcelamiento. Me lo imagino mirando a Brasil y escuchando los aplausos de gente como esos oficiales de control de pasaportes. Conociendo a Lula, está pensando en los trabajadores descartados de su país que sufren de un incremento del hambre. Está pensando en Maria Ressa, en Hamid El Mahdaoui y en Shahidul Alam. Me imagino a Lula pensando en la democracia, marchitándose en la viña, con sus instituciones de caparazón intactas, pero su espíritu corrompido por el dinero y por el poder.

 

Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es escritor y corresponsal principal de Globetrotter, un proyecto del Independent Media Institute. Es el editor jefe de LeftWord Books y director de Tricontinental: Institute for Social Research. Ha escrito más de veinte libros, incluyendo The Darker Nations: A People’s History of the Third World (The New Press, 2007), The Poorer Nations: A Possible History of the Global South (Verso, 2013), The Death of the Nation and the Future of the Arab Revolution (University of California Press, 2016) y Red Star Over the Third World (LeftWord, 2017). Escribe regularmente para Frontline, the Hindu, Newsclick, AlterNet y BirGün.

 


Traducción del inglés de: Antonella Ayala