La cuestión de una posible reforma constitucional que reduzca el número de parlamentarios puede y debe reactivar el debate sobre la actual ley electoral –el «rosatellum», sobre el que existen dudas de constitucionalidad, tanto de acuerdo al profesor Felice Besostri como por el jurista Lamberto Roberti– y la investigación sobre el fenómeno del abstencionismo.

En cuanto a la participación política, en Italia se observa, sobre todo desde 2006, una fuerte «despolitización» de los ciudadanos.

En 1953, el choque ideológico entre DC, PCI y PSI trajo al voto el 93,81% de aquellos  con derecho a votar (sólo el 6,2% de abstención). Desde entonces, la abstención en las elecciones políticas siempre ha crecido hasta la última década. En 2006 alcanzó el 16,4%, ascendiendo al 19,5% en 2008 y luego se disparó en 2013 y 2018 respectivamente, con un 24,8% y un 27,1% de abstencionismo.

No hablamos de las elecciones europeas, donde la atención siempre ha sido escasa. Aquí, en 2009, la abstención se mantuvo en el 33,7% y luego aumentó al 41,3% en 2014.

¿Por qué no evaluar, entonces, la reintroducción de la sanción contra las abstenciones?

El artículo 115 del Decreto Presidencial 361 de 30 de marzo de 1957 establecía que «el elector, que no haya ejercido el derecho al voto, deberá justificarlo ante el Alcalde del Municipio en cuyo padrón electoral esté inscrito» y, para los injustificados, establecía la sanción del registro de «no votó» en el certificado de buena conducta del ciudadano.

La disposición fue derogada por el art. 3 del Decreto Legislativo nº 534 del 20 de diciembre de 1993 (Gobierno de Ciampi – DC-PSI-PDS y otros).

Sin embargo, el artículo 48 de nuestra Constitución sigue afirmando que «su ejercicio es un deber cívico». Principio reafirmado por la Sentencia nº 96 de 2 de julio de 1968 del Tribunal Constitucional (Presidente Prof. Aldo Sandulli): «El artículo 48, párrafo segundo, de la Constitución tiene carácter universal y los principios que en él se enuncian deben respetarse en todos los casos en que se deba ejercer el derecho relativo».

Esta discusión no es ciertamente extravagante si el propio periódico francés «Le Monde» publicó ayer mismo un artículo, escrito por Patrick Roger, que suscita el debate en el país transalpino y «la propuesta de hacer obligatorio el voto en Francia, para frenar la preocupante tendencia a la abstención».

También en Francia, de hecho, «el fuerte aumento de la abstención a partir de los años ochenta, síntoma de una crisis de la democracia representativa y una advertencia a los políticos, ha llevado a cuestionar la necesidad de hacer obligatorio el voto». En las elecciones presidenciales de 2017, la abstención alcanzó el 22,23% (frente al 20,52% en 2012 y el 16,23% en 2007).

Está claro que la propuesta también tiene un significado opuesto a la tendencia de los partidos populistas que emergen en los resultados gracias a la abstención.

A este respecto, el periódico recuerda que «en Europa, la obligación de votar sigue existiendo en Bélgica, Chipre, Dinamarca, Grecia, Liechtenstein y Luxemburgo». En particular, en Bélgica «se aplica un régimen de medidas que va desde una multa de 30 a 60 euros por la primera infracción» hasta impedir la contratación en la administración pública a los reincidentes o, en el caso de los antiguos empleados, bloquear cualquier ascenso profesional.

El autor explica que «para los partidarios del voto obligatorio, la participación electoral es esencial para el buen funcionamiento de la democracia como manifestación de la soberanía popular». Por otra parte, «puesto que el voto sigue siendo secreto, el votante es libre, si ningún candidato es elegible, de colocar una papeleta en blanco en las urnas».

Patrick Roger concluye su artículo en  «Le Monde» con una pregunta de reflexión: «Para fomentar la participación ciudadana, ¿no es mejor analizar las causas en lugar de los síntomas? » En resumen, ¿por qué los trabajadores y los jóvenes están cada vez más «despolitizados» y no votan?

Una pregunta ciertamente válida y cuya respuesta no está en nuestras posibilidades.


Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide