Abdelbaqi Ghorab, Universidad de Lancaster para El Conversatorio

Después de las oraciones del viernes, las calles de Argelia se han visto inundadas de manifestantes que reclaman cambios en las últimas semanas. Exigen que se ponga fin a los 20 años de mandato del presidente Abdelaziz Bouteflika, que ahora se ha comprometido -no de una forma totalmente convincente- a dimitir.

Aún queda por ver si se producirá un verdadero cambio. Pero lo más notable de este «hirak» masivo (palabra árabe para «movimiento») es su desconfianza hacia cualquier político que busque hablar en nombre de los manifestantes y de su rechazo a la violencia.

La importancia de estos dos factores se basa en la larga lucha que ha enfrentado la nación. Los argelinos, aunque decididos y esperanzados, conocen bien los peligros que conlleva la lucha por un cambio de esta magnitud. Su pasado compartido ofrece muchas lecciones sobre la construcción de la nación, muchas de las cuales se pagaron a un precio muy alto.

Los expertos están divididos en cuanto a la definición de «nación», pero muchos coinciden en que dos factores son importantes. Por un lado, la memoria colectiva sirve como registro de los triunfos y fracasos de los que la nación extrae sus lecciones. Por otro lado, la imaginación ayuda a inculcar un vínculo profundo entre los diferentes miembros de la nación y a cultivar un sentido envolvente de comunidad. Ambos factores han desempeñado un papel importante, en Algeria, en la búsqueda constante de una nacionalidad.

La Independencia

Argelia se independizó de Francia en 1962 tras una guerra de siete años que dejó más de un millón de muertos. En Argelia, la memoria de los mártires es a la vez una fuente de dolor por la magnitud de la pérdida y una fuente de orgullo por la voluntad de algunos que sacrificaron todo por la libertad de la nación.

El FLN (Frente de Liberación Nacional) desempeñó un papel importante en la dirección del país hacia la independencia. Pero la guerra, y el papel que desempeñó el FLN en ella, se convirtió en un medio para que el partido legitimara su dominio durante décadas y en una excusa para ocultar sus numerosos fracasos.

La crisis económica de los años ochenta desempeñó un papel importante al obligar al Estado a pasar de un sistema de partido único, que había permitido al FLN monopolizar el poder, a un sistema multipartidista. Y la gente aprovechó esta oportunidad para expresar su deseo de un cambio radical.

El FIS (Front Islamique du Salut), un partido islamista, se aprovechó de la situación, creció en popularidad y en 1991 parecía que iba a derrotar al FLN en las elecciones. Pero el ejército argelino intervino, alegando que estaba protegiendo a la nación de los peligros de la ideología del FIS, y detuvo el proceso electoral. El FIS tomó medidas extremas, se formó un ala militarizada y el país se sumió en el caos, y se produjo la guerra civil durante un período conocido como la «Década Negra» de Argelia. Alrededor de 200.000 personas perdieron sus vidas.

Abdelaziz Bouteflika, cuya reciente candidatura para un quinto mandato (a pesar de su enfermedad actual) desencadenó el actual hirak, fue elegido por primera vez en 1999. Su ley de Concordia Civil, seguida por la Carta por la Paz y la Reconciliación Nacional de 2005, que se promulgó durante su segundo mandato en el poder, y contribuyó a poner fin a la guerra civil. Pero este logro se convirtió una vez más en una forma de legitimizar su gobierno durante años.

Sin Primavera Árabe

Los recuerdos de la Década Negra también se convirtieron en una traba, dificultando durante mucho tiempo cualquier oposición generalizada. Cuando la primavera árabe arrasó la región a partir del año 2011, los temores de un nuevo derramamiento de sangre, de una guerra civil, impidieron que muchos argelinos buscaran cambios que pudieran desencadenar violencia. De hecho, el 28 de febrero de este año, en un discurso ante el parlamento, el ex primer ministro Ahmed Ouyahia intentó utilizar la Primavera Árabe para advertir al pueblo argelino que no debían convertir a la nación en otra Siria.

Pero las protestas pacíficas que siguieron han enviado una respuesta clara: esto no es Siria. El cambio por medios sin violencia es posible.

Los argelinos son muy conscientes de su propio pasado y no quieren repetir el derramamiento de sangre que tuvo que soportar Túnez, la toma militar del poder en Egipto, la situación inestable en Libia o la devastación de Siria. Las experiencias anteriores de la nación, especialmente las de la Década Negra y la fatal manipulación de la ideología extremista que pretendía acabar con la diversa naturaleza de la sociedad argelina, son recordatorios de cómo una chispa de cambio puede extinguirse fácilmente, y a menudo de una forma muy sangrienta.

Pero los argelinos también creen en la posibilidad de un futuro distinto, que haga fructificar una nación con la que ellos imaginan. El hirak es la expresión del pueblo que representa esto, alejado de la injerencia de los políticos o de los gobiernos extranjeros.

En una carta dirigida al pueblo, Bouteflika ha declarado que no se postulará para un quinto mandato. Pero también ha cancelado las próximas elecciones y ha prorrogado su actual mandato.

Ha prometido supervisar una transición pacífica hacia una nueva república, pero los argelinos lo han rechazado y planean continuar con el hirak pacífico. Recordando su pasado mientras luchan por un futuro mejor. Ellos están decididos a convertir sus ideales en un nuevo estado. La lucha continúa, pero su medio sigue siendo la «silmiya» (pacífica).

Abdelbaqi Ghorab, candidato al doctorado, Departamento de Lenguas y Culturas, Universidad de Lancaster

Este artículo ha sido reeditado de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lea el artículo original.


Traducido del inglés por Nicolás Soto