Salma Atai y Atai Walimohammad son hermanos muy unidos, aunque una viva en Afganistán y el otro en Apulia, huyendo del riesgo real de ser asesinado por los talibanes como dice en su libro «Me negué al paraíso para no matar». Salma fundó la asociación FWAN (Free Afghan Women Now) hace un par de meses y su hermano la ayuda destinando las ganancias de su libro a financiar la asociación. Esta entrevista es con ella, pero a través de él.

Salma, háblanos de ti.

No soy una buena chica musulmana, puedo leer el Corán, rezo cinco veces al día, pero estoy en contra de la doctrina de los talibanes y de los que envían niños a volarse a sí mismos para ir al cielo, de los que matan a otros seres humanos, de los hombres que golpean a las mujeres y piensan que las mujeres son esclavas y que deben ser encerradas en sus casas como prisioneras, de los que siembran el odio y de los que creen que la guerra tiene algo sagrado: la guerra no puede ser santa. Y en Afganistán se libran guerras por el petróleo, por los intereses económicos de extranjeros con los que la cultura afgana y la religión islámica no tienen nada que ver.

¿Cuál es el sentido de tu vida?

El propósito de mi vida es liberar a las mujeres afganas de la esclavitud y de las prisiones de sus maridos, suegros y progenitores, a pesar de las amenazas que recibo todos los días no sólo de los talibanes, sino también de la gente de su aldea. Me amenazan porque no respeto las costumbres y tradiciones del pueblo y de los talibanes. Las mujeres aquí son esclavas de sus maridos, obligadas a obedecer y satisfacer cualquier deseo y de cualquier naturaleza. Las mujeres lloran todos los días por sus maridos, suegros y padres, porque las golpean hasta la muerte si no se ponen el burka o salen de casa sin permiso, o si no cocinan y no cuidan a sus hijos.

Tenías una amiga. ¿Quieres contar su historia?

Mi amiga se llamaba Shaiema y tenía 15 años; había sido vendida a un señor de 50 años que ya tenía dos esposas y ocho hijos. La situación en la casa de Shaiema era difícil, su padre era un hombre cruel. Ya ni siquiera podía contar con su madre, ya que un día su marido «accidentalmente» le disparó en la cabeza con un Kalashnikov. Después de tres operaciones a la cabeza, quedó paralizada, ciega y muda.

Cuando Shaiema cumplió dieciséis años, su padre la vendió a cambio de una gran suma de dinero y comenzó a organizar el matrimonio de su hija. Los parientes del novio llegaron a la casa para tomar las medidas para hacer el vestido de Shaiema. Ese día intentó rebelarse, pero su padre le dio una paliza delante de los parientes del novio, quienes, complacidos, tomaron las medidas. Pasaron varios días, era más de un mes que Shaiema ya no comía. Una noche, entró en la habitación de su madre, colgó una cuerda de una viga, metió la cabeza en la soga y se ahorcó como todas las demás mujeres que no quieren someterse y prefieren la muerte.

¿Qué pensaste hacer?

Cuando me enteré de la muerte de Shaiema, lloré mucho y decidí luchar para ayudar a las mujeres a deshacerse de ese infierno, tomé el bolígrafo y un cuaderno y comencé a estudiar, primero en secreto y luego, cuando mi hermano me defendió, estudié a la luz del sol y me sentí muy feliz. Por supuesto, la única que no estaba contenta era nuestra madre que quería casarme con un imán de nuestro pueblo. Pero mi hermano, como único varón de la familia, podía oponerse y lo hizo. Por una vez, las reglas machistas servían para algo.

¿Qué quieres hacer con la asociación?

Con esta asociación intentamos que las mujeres entiendan que también existen derechos para ellas, y que no siempre tienen que decir «Sí» a sus maridos, suegros y padres. Pronto activaremos un número gratuito con el que las mujeres puedan ponerse en contacto con nosotros si son maltratadas, tenemos la intención de ir a las zonas rurales, pero lamentablemente la situación actual del país no nos permite movernos y los talibanes están tomando el poder de nuevo. Pero estoy segura de que haré algo por las mujeres afganas, aunque no será fácil y llevará mucho tiempo, porque son las mujeres afganas las que no conocen sus derechos y, cuando se les habla, a veces tienen la boca abierta, porque sienten por primera vez en sus vidas que no nacieron para ser esclavas.

¿Qué has hecho ya?

Encontramos a otras cinco chicas voluntarias, dos de las cuales fueron obligadas al matrimonio forzado, por lo que son personas que ya tienen un pasado enrevesado como el mío, conocen bien los problemas de las mujeres afganas. Hemos hablado con unas 160 personas desde que empezamos a trabajar.

Ya hemos dejado claro a muchas mujeres que pueden rebelarse contra los malos tratos a los que se enfrentan a diario, los matrimonios forzados, etc.

Hemos abierto una oficina que por razones de seguridad no tiene nuestro cartel en el exterior; estamos activos tanto físicamente como a través de las redes sociales para llevar a cabo nuestro proyecto.

Traducido del italiano por María Cristina Sánchez