Por María G. Tellechea

El 1° de noviembre me invitaron a participar del festejo por los 100 años del voto femenino en Alemania. El evento se realizó en el ayuntamiento de Pankow, Berlín. El primero en hablar fue un hombre, el Bürgermeister, que vendría a ser como una especie de alcalde. No pude participar de todas las actividades del evento porque terminaban muy tarde y tenía que tomar un tren para viajar al otro lado de la ciudad. El alcalde hizo un poco de historia: habló de la revolución francesa y de la declaración de derechos civiles, todos derechos pensados por y para los hombres. Habló de que no se produce una verdadera revolución cuando la mitad de la población queda excluida de sus conquistas. Y ahí entendí que en Alemania el feminismo –tal como yo lo vivo– es más bien una historia, o es la Historia de las diversas conquistas de los movimientos de mujeres, entre las que se encuentra el derecho al voto. Por suerte, después apareció en el discurso de la siguiente oradora, la directora del consejo de la mujer del mismo ayuntamiento, Heike Gerstenberger, el presente de la situación de la mujer en Alemania. Un panorama un poco más realista y acorde con la situación de desigualdad actual. Sin embargo, en su enumeración de la vulneración de derechos de las mujeres en ningún momento apareció la palabra Frauenmord, es decir, el femicidio. Y pareciera que no es porque en Alemania no existiera el femicicio o los denominados crímenes de género (las estadísticas no presentan cifras despreciables), sino porque las condiciones y situaciones de desigualdad, explotación y violencia que llevan a ellos evidentemente no son tan patentes o grotescas como lo son en todas las regiones de América Latina. Desde la aparición del NiUnaMenos en Argentina, las feministas –o las que desde ese momento comenzamos a auto percibirnos ya sin dudarlo como feministas–, empezamos a reconocer que esos femicidios que aparecen todos los días en las noticias no son hechos aislados, no son crímenes que llevan a cabo machos sueltos que odian a las mujeres, ex maridos o novios celosos y posesivos, golpeadores a los que se les va la mano o se les sale la situación de control sumidos en una “emoción violenta”. Desde ese entonces, empezamos a darnos cuenta de que los femicidios son más bien el resultado o desenlace final, fatal y extremo de las condiciones de desigualdad, opresión y violencia que sufrimos las mujeres desde que la sociedad, nuestro mundo circundante –y obligadamente nosotras mismas– nos percibe(-imos) como tales. Los ejecutores de esos crímenes son lo que nosotras –en un afán de compresión de la estructura de la sociedad machista, misógina y patriarcal en la que vivimos– damos en llamar “hijos sanos del patriarcado”. Sostenemos que son hijos “sanos” porque fueron criados con los preceptos de aquel mandato de masculinidad que debe acatar cualquier varón por el hecho de nacer varón y crecer en una cultura (salvando las diferencias específicas de cada lugar) como la latinoamericana. Es el mismo mandato de masculinidad que lleva al femicida no solo a violar, agredir y asesinar el cuerpo de una mujer, sino también a destruirlo, desmembrarlo, embolsarlo.

Y entonces trato de volver a Alemania y de entender por qué siquiera se menciona la palabra patriarcado, por qué un país pionero en derechos civiles, culturales, políticos, sexuales y económicos de las mujeres no mira más lejos o más profundo y trata de categorizar e inscribir estos crímenes –que también suceden en su país– en un contexto cultural y social como el sistema patriarcal. ¿Es que acaso la educación no es también machista en Alemania? ¿Es que el machismo tal como lo conocemos es una cuestión latina? Me resulta difícil verlo así, tal como me resulta difícil separar tajante y claramente una cultura de la otra. No estoy en condiciones de hacer un análisis comparativo de las situaciones de machismo de aquí y allá pero sí me llama la atención que el feminismo en Alemania –en tanto movimiento y expresión revolucionaria– tenga características y puntos de partida tan distintos, reclamos y modos tal vez más moderados, más sutiles, más elegantes, menos radicales. ¿Será que el momento de irrupción, hartazgo e ira de las mujeres ya pasó acá y recién está comenzando allá? ¿Será que nuestros modos de construir feminismo son diferentes por el simple hecho de ubicarnos en culturas diferentes?

Fui con un grupo de mujeres pertenecientes a la Asociación de Mujeres Latinoamericanas Xochicuicatl y dos afganas que viven en Alemania en condición de refugiadas. Mientras esperábamos en una cola medio desordenada a que nos dieran las entradas y yo trataba de entablar algunas palabras con una de las afganas para contarle algo de la lucha por el aborto legal en Argentina y regalarle un pañuelo de la campaña, se acercó una señora alemana a afirmar en un tono muy elevado e impaciente que no estábamos haciendo la cola. Con un alemán despierto enseguida respondí: doch! Pero ella no quiso escuchar y se fue al comienzo de la mesa para corroborar que las mujeres que estaban organizando el ingreso de las otras mujeres estaban un tanto desbordadas. Y ahí me pregunté, ¿cómo se dirá la palabra sororidad en alemán? ¿Schwesterlichkeit? ¿Frauensolidarität? No hay dudas de que la palabra Brüderlichkeit ya existe.

Hay palabras y frases sin las que para mí el feminismo, este que vivimos y sentimos y construimos en Argentina, no sería lo que es: sororidad, NiUnaMenos, NuncaMásSola, yotecreo, estoyconvos, compañera, compañeras, hermanas, amigas.

Entonces vuelvo a pensar qué es para mí construir feminismo, militarlo y vivirlo. Definitivamente no es tan solo la historia, más allá de que una se pueda interesar más o menos por ella. Casi sin dudarlo, puedo afirmar que para nosotras construir feminismo no es enumerar conquistas, no es mirar para atrás, no es leer teoría King Kong (o si es todo eso, lo es en parte), sino más bien denunciar las injusticias, visibilizar la desigualdad, la opresión y la explotación, gritar a los cuatro vientos las situaciones de acoso y abuso, movilizar todo lo que esté a nuestro alcance y más cuando hay una mujer o una niña desaparecida, presa de manera injusta o en la calle porque escapó de una situación de violencia. Pero también es mirarnos entre nosotras, escucharnos, querernos, respetarnos y cuidarnos. Seguramente es todo aquello de lo que estábamos privadas hasta ahora y de una forma u otra no nos permitíamos sentir o hacer. Realizar un esfuerzo constante por gritar y visibilizar estas violencias, por tratar de explicar y entender cómo la objetivación del cuerpo y de la vida de las mujeres desde que dejan de ser niñas (desde que empiezan a escuchar y sentir en su cuerpo el acoso callejero, desde que empiezan a auto percibirse como incompletas, feas, gordas, desproporcionadas, desde que se dan cuenta de que el mundo solo tiene para ofrecerles productos, tratamientos, ejercicios para mejorar su imagen y agradar a los demás, que tienen que cuidar sus palabras y sus modos porque ante todo no pueden quedar como maleducadas, insolentes o contestatarias, porque tienen que encontrar marido o de lo contrario estarán siempre solas) produce un encadenamiento sinfín de hechos y actos que llevan al aniquilamiento y destrucción de esos cuerpos y esas vidas.

Y me encuentro una y otra vez explicando en Alemania por qué existe una figura específica para el femicidio, por qué no es un crimen común y qué lo diferencia de un homicidio. Y me preguntan, ¿por qué no se puede hablar de crímenes de género al revés? Acá se suele afirmar que también existen los asesinatos de hombres por parte de mujeres. Como latinoamericana, no necesito entrar en cuestiones estadísticas (pronunciadamente menores en los casos inversos) para comprender enseguida que los femicidios tienen determinadas características, que son ejecutados únicamente sobre cuerpos femenizados y por eso merecen una figura jurídica aparte. Porque al femicidio lo precede y sustenta un sistema de explotación, opresión y violencia hacia la mujer o el cuerpo femenizado que simplemente en el caso del varón y por el rol que ocupan los hombres en nuestra sociedad no existe. ¿Será porque estamos cansadas hasta el hartazgo y el más profundo repudio de descubrir cada día una muerte más, una niña o mujer adulta que aparece descuartizada en una bolsa de basura, tirada en un descampado, muerta en una zanja, violada, empalada y destrozada hasta las entrañas?

Antes de terminar de escribir esta nota, tengo la suerte de encontrar en Berlín a algunas de las referentas del colectivo NiUnaMenos Berlín y enterarme así que para la marcha del 25N han decidido traducir “sororidad” por “Sororität”. Como traductora latinoamericana y feminista me da una gran alegría saber que hay algunos conceptos fundamentales y fundacionales de los movimientos feministas latinoamericanos actuales que van a poder ser importados por los movimientos europeos para aprender de la forma de construir feminismo que tenemos allá y generar así lazos similares de sororidad acá. Ojalá suceda algo parecido con la incorporación figura jurídica del femicidio en el sistema penal alemán y muy pronto podamos visibilizar la singularidad de estos crímenes en Alemania, que están inscriptos en la cultura patriarcal y misógina de la que este país tampoco no está exento.