Diario de un pobrecito mortal en Cataluña.

Sábado 3 de noviembre de 2018. El fiscal del estado ha solicitado la pena para los presos políticos catalanes: 25 años para Junqueras, 17 para los consellers y los Jordis. Casi nada, entre todos suman unos 200 años. Los acusan de rebelión, de sedición, de malversación y de hacer ruido al tomar la sopa. Aunque de momento, lo único que se puede probar es la última acusación.

¿Acaso alguien es capaz de ver a Junqueras en el papel de James Dean, haciendo de “Rebelde sin causa”? Camiseta blanca ajustada, vaqueros arremangados, encima de una moto con los pelos al viento… Si Junqueras debe ser la típica persona que se ponía el casco aunque no fuera obligatorio. ¿Y además “sin causa”? Cuando justo eso es lo que sobra en Catalunya, causas para independizarse (salir corriendo de la monarquía española medieval, dicen algunos).

¿Y los Jordis, que no tenían ningún cargo político? Los acusan de haber convocado manifestaciones. Si estas no hubieran tenido ningún éxito, nadie se acordaría de ellos; el problema es que sumaron miles, millones de personas. Y, claro, eso por sí solo ya es un peligro. ¿Te imaginas cómo iría el metro para llegar hasta el lugar de la manifestación?, ¿la de olores que habría circulando por el aire? ¡Eso sí es violencia!

Hoy quería preguntar a mi hija qué quería para comer, pero no me atreví a hacerlo, no vaya a ser que mi esposa me acuse de “violencia doméstica”, haciendo una consulta ilegal. Y ya sabemos que a los jueces españoles estas cosas no les gustan nada (a las consultas ilegales me refiero, que con la violencia doméstica son mucho más tolerantes).

Convocar manifestaciones, consultas, ¡menudo clan mafioso! Coppola debería venir a filmar “El Padrino 4” aquí, a Barcelona misma, con Puigdemont haciendo de Vito Corleone, Roger Torrent haciendo el papel de Al Pacino, Junqueras el de Robert Duvall, y Quim Torra… bueno, mejor que Quim Torra no salga por pantalla, si no queremos dormir al personal.

Menos mal que el rey Felipe VI, haciendo gala de talante conciliador como pocos, mandó a cagar a todos los catalanes el 3-O. Claro, es el típico juego del poli malo y el poli bueno. El rey-heredero-de-su-padre-designado-por-el-dictador-Franco, tan democrático, hace de poli malo, mientras que los jueces… también. Nos falta ver el final de la película para saber quién será el poli bueno; de momento es una incógnita total, porque no hay un solo personaje que apunte maneras.

Es que estos catalanes son unos provocadores, quieren votar y decidir qué hacer con sus vidas, atacando a cabezazos las pobres porras de los agentes de la Guardia Civil, y encima se ponen a pasear en minifalda tentando al diablo (¡ah no!, que este argumento es para justificar otros delitos). ¿Acaso en las grabaciones en que se ve a los guardias civiles pegándoles frente a los colegios el 1-O, hay algún catalán que expresamente diga “No quiero que me pegues” en castellano, la lengua oficial del estado? Nada, sólo ponen caras de dolor, pero a lo mejor les gusta. Además, ya sabemos el discernimiento tan fino que tienen guardias civiles como el de “La manada”, que mientras no le mandes un burofax con tu negativa, él sigue tranquilo, convencido de que te gusta lo que te está haciendo.

El calendario dice que estamos ya en el siglo XXI, pero España, que parecía haber entrado en la modernidad europea en los años 80 del siglo pasado, está retrocediendo en el tiempo, cual Bill Murray repitiendo el día de la marmota tras cada amanecer. De momento vamos por el período franquista, pero pronto entraremos de lleno en el medioevo, y veremos aparecer a Torquemada en Televisión Española.