La «Ley del 22 de mayo de 1978, n.194 – Normas para la protección social de la maternidad y la interrupción voluntaria del embarazo» está siendo cuestionada de nuevo, como sucede cada vez que la derecha tiene más poder en este país. Eso no es nuevo.

La novedad es que una concejala, líder del PD en Verona, no se ha opuesto a la moción que pretende limitar su aplicación y que apunta a financiar a las asociaciones anti-aborto. ¡Horror! De su partido salen gritos de excomunión: la 194 no se toca, y eso es todo.

La otra cosa curiosa es que ha habido algunas reacciones frente a las declaraciones del Papa Francisco sobre el tema del aborto. Entiendo que a la izquierda nos ha faltado líderes decentes y creíbles en los últimos años, pero depender únicamente de las declaraciones del Papa me parece un poco excesivo. Ciertamente, en medio de la confusión y los Evangelios ostentados en las calles durante la campaña electoral, el Santo Padre también tuvo que recordar que dentro de ese librillo dice que todos los seres humanos son iguales ante Dios. Los buenos cristianos deben tener eso en cuenta. Pobre Francisco…

Pero, ¿queremos que diga algo realmente católico, apostólico y romano sobre el nacimiento? ¿Qué esperamos que nos diga: la misa ha terminado, podéis abortar en paz? En resumen, a cada uno sus creencias y a cada uno su coherencia, pero en un estado secular la ley está hecha para todos, no sólo para los creyentes de algo, no lo olvidemos.

Parece que los ateos apasionados por la historia de las religiones, en primer lugar, debemos hacer la defensa ideológica de la Ley 194 y luego dejar que los devotos de todas las creencias que consideran el aborto como un pecado más o menos mortal continúen usándola también. Después tendrán que lidiar con sus dogmas, pero eso ya es otro asunto que se debe agotar fuera de los Tribunales del Estado y, a menudo, en una dimensión diferente del ser.

Los cristianos son actualmente los más rígidos: es un asesinato, un pecado mortal, y eso es todo. Los judíos son un poco menos duros, ya que consideran la vida humana desde el nacimiento y no desde la concepción, pero condenan la interrupción del embarazo, aunque no la consideren un verdadero asesinato. En el Islam equivale a un asesinato sólo a partir del cuarto mes. Y aquí llegamos al punto en que, en la historia reciente y lejana, filósofos, teólogos, científicos y legisladores, todos, comenzaron a confundirse. ¿Cuándo comienza la vida humana? Hay quien dice en el día catorce de la concepción, unos en el cuadragésimo, otros en el cuarto mes, otros en el nacimiento. ¡Bingo! Pero lo que define la vida humana como tal y lo que la diferencia de la vida animal, es el enigma sobre el que los religiosos evitan profundizar, los legisladores se abstienen y los científicos tartamudean. Parece tan obvio que nadie lo define con la claridad que se necesita hoy en día.

Curiosamente, las grandes religiones monoteístas, las de la divinidad masculina, son las que más lo condenan, siempre dispuestas, sin embargo, a cuestionar las normas caso por caso, a fin de hacer sus propias distinciones y encontrar la manera de contravenirlas en la práctica cuando sea necesario.

Pero volvamos al punto: ¿cuándo podemos hablar de la vida humana y no, simplemente, de la vida animal? Actualmente, incluso en un entorno científico, seguimos confiando en la definición aristotélica del ser humano como «animal racional», y eso es un gran problema.

¿Cómo puedo evaluar la capacidad racional de un feto en la tercera semana o el cuarto mes? Si se trata de una vida animal – para distinguirla de la vida vegetal – no hay duda, pero ¿cómo medimos esta racionalidad? Ni siquiera podemos hacerle un test de inteligencia, si realmente sirviera de algo. Los científicos se agarran de cualquier cosa para justificar el uso experimental del feto de catorce días en lugar de uno de cinco semanas en el estudio de las células madre, y esto lo hacen de buena gana, ya sean de origen cristiano, judío o islámico, se entiende. Porque la «máquina biológica» para observar y comprender les gusta mucho a todos, para luego justificar a sus colegas médicos que se oponen concienzudamente a la aplicación de una ley estatal, si profesan públicamente una de esas creencias que prohíben el aborto.

Quisiera sugerir que reflexionemos sobre cuántas religiones, en su historia cercana y lejana, han justificado la violencia en muchas formas y han desencadenado guerras fratricidas. Quisiera sugerir que pensemos en cómo la ciencia, en su historia cercana y lejana, no ha tenido muchos escrúpulos en probar, a menudo, sus fórmulas en humanos, sin siquiera preguntar a los sujetos de los experimentos, siempre dispuesta a justificar todo en nombre del conocimiento y el avance de la humanidad. ¿Qué ocurre con los gobiernos, cuando las leyes delirantes provocaron un horror armado, racista y genocida, que nuestra especie aún no ha logrado integrar? Bien.

Por otra parte, las mujeres no son libres de decidir si realmente quieren tener un hijo o no. Cometieron un error, por supuesto, junto con un hombre que desapareció entre bastidores en algún momento. Se equivocaron y lo están pagando en su propio pellejo, porque si llegan allí es porque no han podido hacer nada más a tiempo por mil razones diferentes, no han encontrado una alternativa que les evitase una operación similar. Bueno: ¡esto es un asesinato! Y además si lo hacen – porque las mujeres han estado controlando los nacimientos desde que eran mujeres – deben sentirse en pecado mortal.

¿No percibes también un ligero tufo de desproporción?

Volviendo a nuestra pregunta sobre cuándo comienza la vida humana, Silo (1), en su sabiduría, nos ha dado una definición de lo que es humano, que nos ayuda a clarificar dentro de nosotros mismos y a considerar las cosas desde un punto de vista más amplio y completo. El ser humano es un ser histórico que transforma su naturaleza a través de la actividad social (2). Este no es el lugar para discutir extensamente esta definición, pero no hay duda de que la esencia de lo humano, desde este punto de vista, es su historicidad y su capacidad para transformar su naturaleza a través de acciones en el mundo. Esas acciones transformadoras son sacadas del cuerpo de la madre, eso es seguro. En este sentido, el ser humano se forma y se expresa a partir de su apertura al mundo y a la vida después del nacimiento. En principio, es un proyecto de vida humana, un proyecto que, inicialmente, vive en la mente de los padres y germina como una semilla dentro de un cuerpo, pero que cobrará vida, en el sentido de vida humana, a partir de la relación con ellos y con el mundo que les rodea.

Si una mujer decide tener un aborto, sobre todo ahora que están disponibles y al alcance de todos, muchos otros métodos anticonceptivos y de interrupción temprana -que los dogmas habituales se apresuran a  estigmatizar y prohibir tan pronto como se presentan al público- significa que un proyecto ha fracasado o se ha impuesto fuera de plazo. Esa decisión entra en juego con mucho contenido profundo y nunca se toma a la ligera, aunque los que miran desde fuera pueden no darse cuenta. La Ley n. 194, en su imperfección, aún hoy ayuda a las mujeres a no esconderse, a elegir y a pagar las consecuencias en su propia piel, sin embargo, sin someterse al grave riesgo de la ilegalidad y sin comprometer toda su vida y la de otro ser humano, con una maternidad profundamente indeseada.

  1. Pensador argentino, fundador del Nuevo Humanismo Universalista, también conocido como Siloísmo, presente en todo el planeta a través de sus manifestaciones culturales, políticas, sociales y espirituales. El trabajo completo de Silo puede descargarse gratuitamente de www.silo.net
  2. En su intervención, en un grupo de estudio «Acerca de lo Humano», en Tortuguitas, Buenos Aires, el 1 de mayo de 1983, Silo expone clara y sintéticamente el concepto de humano que impregna su pensamiento y su obra. El texto de esta intervención se encuentra en la colección «Discursos», que puede descargarse en http://silo.net/en/collected_works/silo_speaks; los libros de Silo también están publicados en italiano por Multimage.

Traducido del italiano por María Cristina Sánchez