Por Eduardo Yentzen

Vivimos un tiempo de caída de los dioses de la modernidad, y una pérdida en la confianza hacia las élites respecto de sus propuestas de conducción para la humanidad. Esto nos coloca ante la necesidad de encontrar un nuevo paradigma de sentido que nos convoque hacia una nueva conducción y permita el surgimiento y predominio de nuevos liderazgos asociados a esta nueva conducción.

El momento de la pérdida de la confianza es doloroso y amenazante, pero es a la vez un terreno abonado para una profundización del propio conocimiento. Así, el movimiento de emancipación radical de la modernidad –aunque distorsionado al haber hecho de cada una un nuevo Dios- ha creado las condiciones para postular un paradigma más maduro, cuya arquitectura provea de respuesta y dirección constructiva al momento actual, otorgando el espacio de libertad que el ser humano necesita, pero sin amenazarlo con un escenario de vértigo, y salvaguardando con una actitud de alerta permanente el error cognitivo de considerar esta nueva construcción como una verdad, y con ello instalarse de nuevo en la distorsión emocional y conductual de pretender imponerla por la fuerza.

Este paradigma más maduro existe ya, en un estado de elaboración avanzada. Su arquitectura proporciona un mapa explicativo general sobre el sentido de la vida, y una propuesta de dirección al quehacer colectivo e individual del ser humano, con lo que se homologa a las religiones, ideologías, filosofías, mitos u otros macrorelatos, y tiene la virtud de proponerse como adquisición de conciencia y no como imposición por la fuerza.

Uno de sus nombres más difundidos es el de postmodernidad holística. Postmodernidad para señalar el paso a una nueva época, y holística -del vocablo ingles whole, que significa totalidad- como una caracterización central.

Lo más relevante de este nuevo paradigma es que concibe la transformación personal y social como un proceso de conciencia, un cambio interior de las personas, países, culturas, ámbitos académicos, religiones, corrientes políticas y líderes; y no como un enfrentamiento entre sectores bajo el supuesto de que sólo uno es poseedor de la verdad. Su espíritu redescubre la unidad de todo lo existente a través de una articulación interna, desde la explosión original hasta nuestra vida en el planeta Tierra.

En la visión de mundo del paradigma holístico la realidad no se queda quieta nunca, ni puede ser partida en pedazos; cada aspecto integrante actúa con otro tan cabalmente que causa y efecto no pueden ser separados. Esto convierte a la realidad en una totalidad.

Para esta representación del mundo, toda totalidad es también una unidad a una escala ampliada; y cada nivel de escala mayor interpenetra los niveles menores –interiores- , tal como los conjuntos a sus subconjuntos, o como el agua interpenetra un trozo de madera, la energía del sol al planeta tierra, y el aire al ser humano.

Este concepto da cuenta del vínculo esencial entre todo lo existente. El principio de escala que vincula los conceptos de unidad y totalidad, conlleva otro principio que lo complementa, cual es el de la relatividad. Éste sostiene que cada elemento está en relación con los demás, y con la totalidad mayor de la que forma parte. Ello hace que cada componente de esa totalidad posea una realidad interdependiente. Los fenómenos aparecen como separados sólo cuando hay una insuficiente comprensión de ellos. La imagen de la interdependencia es la de red. El pensamiento relativo define que algo sólo se conoce cabalmente cuando se conoce su ubicación, su función y su relación con el todo.

Estos principios o leyes holísticas, apenas esbozados aquí, describen y estructuran un mundo -un universo- ordenado, unificado y conocido en su estructura, si bien no en todas las particularidades de su funcionamiento. Si este universo es Dios -un neopanteismo que abarca a todo el universo- o si dios es su creador, resulta una pregunta secundaria –quizás una opción nominativa apenas- frente al hecho de poder contar con una visión del universo y de la divinidad aportadores de orden –en el sentido de armonía- y sentido.

El paradigma holístico trae un nuevo Dios al universo, con una imagen a la altura de la complejidad de las mentes modernas y de las ciencias de vanguardia. Un Dios que es sistema y que contiene leyes y sentidos finales. Un Dios pleno de justicia porque todo ocupa en el universo su justo lugar, y sus posibilidades, y destino están definidos en consecuencia. Un Dios que creó o que es un universo en el que habita la conciencia, y donde el mal sólo puede provenir de la inconsciencia.

Ahora bien, toda transformación cultural requiere nódulos de cambio transformativo -liderazgos- y nuevos actores. La posibilidad de avanzar en este nuevo paradigma social postmodemo pasa por fortalecer un proceso de conducción humana articulada desde este nuevo paradigma. La postmodemidad holística es una opción, no un destino escrito.

En mi opinión, la actual crisis de sentido del proyecto de largo plazo del progresismo político es una oportunidad para abrir un diálogo con este nuevo paradigma postmoderno holístico. Ya hubo una oportunidad en los años sesenta, cuando el movimiento de izquierda y el movimiento de contracultura estuvieron en su momento peak. Pero predominó entonces la «vía dura» para enfrentar al capitalismo, con toda la contra-violencia (la dictadura) que ello generó en las décadas del setenta y ochenta. La contracultura de los sesenta –que es la que va evolucionando hacia el paradigma holístico- fue primero rechazada por las corrientes duras, y luego dispersada y hostilizada por la dictadura. Y fue a la vez factor de contribución, en el Este y en Latinoamérica, a los procesos de recuperación de la democracia.

¿Cuáles son los componentes sociales de esta postmodernidad holística, convertidos en conocimiento científico, metodologías de gestión y prácticas ciudadanas? Algunos de ellos ya han sido tomados por la gestión política progresista, pero sólo como agendas temáticas adosados a la ideología progresista –bastante desperfilada actualmente.

Ellos son principalmente: la conciencia ecológica, el antipatriarcalismo cultural, el respeto a la diversidad cultural, étnica, etárea y sexual, la ciencia de sistemas que explica el universo como un evento energético único, el concepto de co-evolución entre organismo y entorno, que desplaza el principio de competencia por el de colaboración; el paso del concepto de crecimiento ilimitado al de sustentabilidad; la postulación de un equilibrio entre cambio-expansión y memoria-conservación; la subjetivación del estar en el mundo que recupera una ética de la responsabilidad; la no-ideologización del pensamiento que deja de postularse como poseedor de la razón, para reconocerse sólo con la capacidad de razonar al interior de un mundo razonable.

Con estos elementos, la postmodernidad holística aporta los cimientos para construir una Democracia Holística, como forma de organización de la vida social.

Ello es así porque la democracia, junto con ser un sistema de gobierno, ha adelantado en su práctica el nuevo paradigma. Lo ha hecho al generar procedimientos de convivencia sistémica entre diversas élites -con sus conflictos de intereses y visiones de mundo- y entre las ciudadanías adscritas a ellas; también ha creado procedimientos de regulación de conflictos y de alternancia en el ejercicio del poder. Finalmente instaló los principios de igualdad, libertad y fraternidad, que actuando como tríada, pueden sostener una democracia holística. El gran olvido durante la modernidad fue que tanto la igualdad como la libertad deben realizarse en fraternidad, o de lo contrario los otros dos componentes van a la guerra –la Guerra Fría que vivimos entre los representantes de la libertad y los de la igualdad. Así debemos asumir que la fraternidad es el vínculo general, el que a nivel del universo físico se expresa como fuerza de gravedad, en el nivel psicológico se expresa como armonía, en el plano de lo social, como democracia, y a nivel de relaciones humanas como confianza.

El gran temor de volver a creer en otro proyecto de construcción social guiado por el ser humano es que éste vaya a derivar, a la vuelta de la historia, en un nuevo enfrentamiento fratricida. El antídoto para esto es la construcción de una fraternidad universal, pues la confrontación a escala global -ya lo sabemos- interpenetra y rompe las convivencias locales.

La tecnología que ha favorecido el proceso de globalización planetaria, ayuda, pero no es en ningún caso causa suficiente para la construcción de la fraternidad. Ella sólo se puede alcanzar a partir de una nueva actitud humana, una nueva conciencia, ya no ideológica sino integral.