Hoy se cumple un año de los atentados sucedidos en Barcelona, que causaron un total de 24 muertos entre atacantes y atacados. Por respeto a las víctimas y familiares, recordar la respuesta de amor de la ciudadanía sería el mejor acto para un aniversario cargado de intereses.

Cuando en una ciudad, que consigue ser de las más deseadas para el turismo mundial, sucede un acto terrorista en plenas vacaciones, la noticia se posiciona en la cabecera informativa a nivel internacional, convirtiéndose en un acto mediático donde la política de todo signo intentará posicionarse para sacar partido de la situación. Lo fue entonces y lo es ahora.

La ciudad conmemora este 17A, el primer aniversario de aquel acto terrorista que la sacudió, pero parece que al sector mediático dominante y al político, se le ha pasado por alto que lo que sucedió aquel 17A, además de un acto terrorista, fue un toque directo al sentimiento más profundo de todo ser humano, fue un toque para reivindicar la noviolencia y el no al resentimiento, para defender el derecho a la convivencia intercultural y religiosa, para posicionarse frente al miedo impuesto por el poder.

En este 17 de agosto, algunos políticos volverán a utilizar el atentado para hablar de sus intereses y poderes, qué mejor momento, mientras los familiares de las víctimas sólo quieren pasar página y olvidar. Ripoll, el pueblo de donde eran los jóvenes que protagonizaron los atentados de Barcelona y Cambrils, ha tratado de vivir este año de dolor todavía sin comprender qué impulsó a los jóvenes a acometer semejante atrocidad. Quieren saber, comprender, pero olvidar. Y es que a la ciudadanía no se le han dado explicaciones de cómo pudieron verse implicados unos jóvenes, hasta la fecha sin ninguna sospecha, a cometer tal acto de violencia. Esos móviles, incomprendidos, siempre quedan ocultos al ciudadano.

10 días después del acto terrorista, Barcelona protagonizaba en acción de duelo, una masiva manifestación bajo el lema “No tenim por” (No tenemos miedo)  a la que acudieron los principales representantes del gobierno de España, de la Generalitat, el Ayuntamiento y la Monarquía. Para sorpresa de todos ellos, el acto se caracterizó por una diversidad de voces donde cada una reivindica a su posicionamiento político, pero por encima de todo ello, la voz que ganó fue la de no criminalizar al Islam, sino las políticas bélicas que puestas al servicio de la globalización del miedo conducen hacia sociedades donde el presupuesto a la defensa militar supera al de la defensa por los derechos humanos.

Fue una llamada ciudadana a esclarecer que no se iba a criticar a una religión, cultura o país, pero sí a las políticas bélicas que en ese momento se centraron en la figura del rey Felipe VI acusado de vender armas a Arabia Saudí.

Porque en ese tema la población sí que tiene algo de información, y no olvida, ya que la historia de una monarquía y un gobierno central marcados por la corrupción y venta de armamento e intereses varios con los regímenes antidemocráticos de Arabia Saudí, Qatar y Emiratos no pasa de puntillas como para que ahora se de la vuelta al tema.

Pero paralelamente a las críticas políticas y monarquicas, la ciudadanía fue capaz de tejer un discurso donde el amor superaba al odio. Verse inmerso en una manifestación de ese talante, se registraba como algo extraño, pues ¿cómo era posible que un acto de terrorismo se convirtiese en un baño de amor y apuesta por el no resentimiento? Sin duda que en momentos de alta emergencia, la sociedad da respuestas imprevisibles, que apelan a lo más profundo de cada ser humano, y lo alentador es que esas respuestas sigan el signo de la noviolencia.

En ese enaltecimiento del amor, los unos se abrazaban con los otros, se palpaban gestos de aceptación y hermandad entre culturas y se expresaban declaraciones de pacifismo en cada tramo por parte de la comunidad musulmana. Ese tipo de sucesos multitudinarios, con consignas pacíficas demostradas con claros actos de afecto, empiezan a ser más frecuentes entre la sociedad catalana. Porque desde el 15M, la chispa quedó encendida y gran parte de la sociedad ya no quiere ser marioneta del miedo que trata de infundir el poder.

Vivir aquella tarde y pasear entre el medio millar de asistentes que recorría el Passeig de Gràcia hasta la Plaza Catalunya, se convertía casi en un ritual liberador, era difícil prever a priori que la respuesta ciudadana iba a seguir el camino de la reconciliación, siendo su mensaje el verdadero protagonista y rechazando el acto político, institucional y monárquico.

Hacía dos meses que Barcelona había organizado un encuentro mundial de “Ciudades sin miedo”, un encuentro de municipalidades regidas por un mismo signo, y aquí, en la manifestación, la ciudadanía  tuvo la oportunidad de defender el eslogan de aquel encuentro: “no tenemos miedo”.

Hace un año nos preguntábamos qué dirección tomarían todos estos escenarios. Durante este tiempo, Catalunya, inmersa en multitud de acontecimientos, tocó la punta del iceberg. Las voces del terrorismo islámico se fueron apagando, pero la retahíla de sucesos políticos ligados a los dictámenes del gobierno central, ha marcado la actualidad más sorprendente que se puede esperar de un supuesto país democrático. Sin duda alguna que el relato nos lleva a descubrir que el resentimiento sí que se posó sobre parte de la clase dirigente. Dos meses después, en un acto demasiado cercano al acto terrorista como para no crear conexiones neuronales, que no dejan de ser supuestas imaginaciones populares, suceden los actos “ilegales” de la consulta popular por la autodeterminación del 1-Octubre. Una vez más la noviolencia vuelve a asentarse en el pacifismo ciudadano frente a la brutal violencia ejercida por las fuerzas de seguridad. Tras todo ello se desencadena toda una serie de actos, encarcelamientos, represiones y privación de derechos con el artículo 155.

Así relatados los hechos, está claro que hay un desencaje entre el pacifismo y el deseo del camino no violento de una parte de la ciudadanía frente al acto y al discurso de una parte de la política.

Hoy, 17A, los políticos estarán ahí, la monarquía estará ahí, pero la ciudadanía ya emitió su mensaje: la violencia se supera con la noviolencia.