El Imperio de Ghana fue, después del Reino de Kush, el mayor imperio del África subsahariana y uno de los más grandes que África ha conocido.

En el momento de su máxima expansión (siglos X-XI) incluía el actual Sudán, Níger, Senegal, Malí y Mauritania, y llegaba hasta las puertas del Sáhara.

Como muchos otros países antes de la hambruna, era una zona hermosa, próspera y dorada que había heredado el conocimiento del antiguo Egipto y Nubia. Pequeños clanes como el Soninké y el Sarakole conquistaron lentamente otras tierras. Según la tradición oral, el imperio fue creado en el siglo VIII por Dinga Cissè, un hombre del este, pero entre estos clanes también estaban los bereberes del norte de África.

El imperio se hizo cada vez más poderoso e influyente gracias al oro y a su organización política, hasta el punto de controlar el comercio transahariano. El Kaya Magan era el emperador, líder espiritual y máxima autoridad judicial, y vivía en la capital Kumbi Saleh. El Senado estaba compuesto por 12 patriarcas descendientes de Dinga Cisse, elegidos por su conocimiento en astronomía y política, y por su personalidad. Les seguían los Nana, 18 generales que tenían la tarea de organizar y defender el imperio; nueve de ellos montaban caballos rojos y los otros nueve caballos blancos, mientras que los 12 gobernadores se llamaban Fado.

La abundancia de oro creó tal envidia que los almorávides (una población bereber) comenzaron a conquistar territorios cada vez más grandes. La conversión al Islam produjo otros conflictos; después de la decadencia del Imperio de Ghana, surgió el gran imperio de Malí, el de Benín y el reino de los Ashanti, uno de los pocos en oponer una fuerte resistencia a los invasores europeos. Entre 1826 y 1896 Gran Bretaña libró cuatro guerras contra los ashanti; una de las figuras más conocidas en la lucha contra el colonialismo inglés fue la reina Yaa Asantewaa, que se convirtió en un símbolo de la resistencia africana a la opresión colonial.

Traducido del italiano por María Cristina Sánchez