Por Enric Feliu (Marea Blanca).-

Una mañana incierta por la lluvia. Plaza Sant Jaume, a una lado el Ayuntamiento, al otro el edificio de la Generalitat, el ágora central y simbólica de nuestro país. Y allí estábamos. Encima de una tarima.

Barcelona acontecía una más de las muchas ciudades que en Europa y en todo el mundo reivindicaba el día 7 de abril, el Día Mundial de la Salud, el derecho fundamental de todas las personas a la salud. Pero esto va más allá de la Jornada Europea de acción contra la privatización y mercantilización de la Salud y de los servicios sociales #Health4Ajo, a la que colectivos como la Marea Blanca de Catalunya, con el lema Salud es Todo, se habían adherido.

A la tarima se subió todo el mundo para hacer oír su voz. Trabajadores y trabajadoras de los centros de atención primaria exigiendo la recuperación de un modelo sanitario primarista y más cercano a las personas, que no el hospital-centrismo instaurado, y una imprescindible mejora de las condiciones en que los profesionales desarrollan sus funciones.

Pero también la ciudadanía reclamó soluciones a la cronicidad enfermiza de las listas de espera, que acaban agravando las enfermedades sufridas. Hoy, muchos gestores de la sanidad pública son modernos Faustos que aceptan la venta de su alma a cambio de cuadrar números. Y la peor de las consecuencias es que estas políticas de austeridad a todo precio acaban matando. No lo pueden esconder.

Y se denunció en primera persona como los gestores consideran que la persona no tiene derechos y que la Salud de cada cual es para ellos tan sólo una mercancía, que todo tiene precio, que todo se puede vender. Que tu salud no es un derecho sino una factura ilegal que te envía un hospital público.

La indignación recorría la plaza. No era un discurso teórico sino que era el relato de una realidad, cruda y sin florituras.»La vida es así, no la he inventado yo» cantaba Sandro Giacobbe en  la canción “Jardín Prohibido”.No estábamos sólo. Las mujeres que llenaron las calles el 8 de marzo estaban. Los pensionistas que se manifestaron el 17 de marzo estaban. Las reivindicaciones por una enseñanza pública y de calidad, por la implementación de la renta garantizada, aprobada por el Parlamento de Catalunya, las exigencias mí

nimas de la Marea Básica… todo aquello que permite corregir las desigualdades, cada vez más crecientes en una sociedad en qué muchos golpes la palabra solidaridad acontece sólo un recurso retórico, todos, también estaba.

Pero el acto del día 7 iba más allá de la escenificación de una reivindicación imprescindible para la dignidad humana. Había un aire de fiesta que se respiraba alrededor del escenario y que algunos de los intervinientes, como el amigo Pep Cabayol de “Sicom” apuntaban: Ante la agresión continúa a nuestros derechos por el sistema económico capitalista neoliberal, verdadera enfermedad para nuestra supervivencia, hace falta la acción unitaria de todas y todos, en la misma dirección. Este tiene que ser el camino. La implicación de todas las luchas sectoriales en la gran lucha sistémica.

En el ámbito de la salud el sábado se dio un gran paso adelante. Representantes de cuatro sindicatos, cada cual con su historia y con sus diferentes formas de ser, intervinieron en el mismo acto bajo el nombre “Por la Salud, lucha obrera”. Con sus pegatinas y camisetas pudieron subir al escenario exhibiendo cada formación sindical su propia personalidad. Esta dinámica es intrínseca a la Marea Blanca de Catalunya, obligatoria para un movimiento tan transversal. Hay motivos para estar orgulloso de que la gente preocupada por la defensa del derecho a la salud y por un verdadero servicio nacional de salud, sea capaz de marchar por un camino común en esta lucha. Esto ya se hizo en la Ley de nuevas fórmulas de gestión sanitaria a cargo de fondos públicos, la “ley Comin”. Y a principios de año tuvimos un importante ejemplo en la Jornada de Lucha convocada desde CASO Madrid, e impulsada en Catalunya por CGT y IAC CATAC y que fue apoyada por UGT y CCOO. Este hecho no sucedió en ninguna parte más. Sólo en Catalunya.

Aquí, los diferentes sindicatos han asumido que la defensa de los servicios públicos no es una cuestión sólo de las trabajadoras y los trabajadores de estos servicios, sino de toda la ciudadanía empoderada y organizada. Los servicios públicos son los instrumentos materiales mediante los cuales los poderes públicos tratan de garantizar los derechos de todas, tanto individuales como colectivos. Unos derechos que ninguna ley o decreto ley, ni ningún Tribunal nos pueden arrebatar, porque son nuestros, de todos y todas y de cada cual, inalienables e inseparables de nuestra propia condición de persona.

Meses atrás se aprobó en Catalunya la Ley de universalización sanitaria, ahora recurrida y suspendida por Madrid. Esta ley tuvo un inmenso apoyo parlamentario. Todo el mundo estaba orgulloso de ella. El gobierno de Madrid, con un presidente aprendiz de brujo de Reagan y Thatcher, pretende mantener, contra los más elementales criterios de salud pública, el RD 16/2012 que comporta un verdadero apartheid sanitario y un impulso clarísimo a la mercantilización de la Salud. Pero, a estas alturas, este Decreto tendría que haber sido derogado por el Congreso de los Diputados. La debilidad de un gobierno, más que tocado y casi hundido, no se traduce con efectos positivos. El Congreso de los Diputados es casi tan inoperante como el Parlamento de Catalunya, por ahora.

La suspensión de la Ley de universalización de la asistencia sanitaria, a pesar de que era previsible, puede suponer el mecanismo de ignición de un amplio movimiento social y popular. Madrid no ha medido los efectos de sus acciones en Catalunya, pero esto no es nuevo. Las reacciones del mismo Departamento de Salud, de las otras administraciones, como el Ayuntamiento de Barcelona, de los trabajadores afectados, de los colegios profesionales, de los sindicatos y partidos políticos, del movimiento social y vecinal nos llenan de esperanza para un futuro de lucha, sí, larga y dura, pero con la gran ventaja de la fraternidad y de la solidaridad entre aquellas personas que cada día, en nuestro rincón de mundo, exigimos una sociedad menos desigual y más justa, más digna para todo el mundo.