Dora Vargha , Universidad de Exeter para The Conversation

Las prácticas de destruir archivos rara vez son noticia. Las bases de datos son sexy, los archivos lo son menos, al menos para la mayoría de las personas. Cada vez que leemos sobre archivos, es casi exclusivamente en el contexto de algo que desaparece. Aparentemente, nunca sabemos algo bueno hasta que se va.

Más recientemente, se supo que el Ministerio del Interior al parecer destruyó las tarjetas de desembarque de immigrantes del Winrush hace ocho años. Estos, ahora parece, fueron documentos cruciales para establecer el estatus legal de los residentes nacidos en el Caribe que llegaron en las décadas de 1950 y 1960. La cuestión de quién es exactamente el culpable de esta acción sigue en debate .

No es la primera vez que el gobierno tiene que admitir este tipo de práctica. Hace unos meses, el Ministerio de Asuntos Exteriores admitió su papel en la «desaparición» de documentos clave de los Archivos Nacionales . Entre ellos había documentos sobre la administración colonial de Palestina, las Malvinas, los problemas de Irlanda del Norte y una veintena de otros temas delicados.

No está claro por qué se destruyeron las tarjetas de desembarque. El Ministerio del Interior dice que la decisión fue tomada sobre bases de protección de datos y que parece ser un argumento válido. Por supuesto, ese argumento, también, puede ser, y frecuentemente es, abusado.

Pérdida de memoria

Tal vez todos deberíamos prestar más atención a los archivos. Como muestra el caso de Windrush, su significado más amplio tiende a salir a la luz cuando dejan de funcionar.

Por definición, los archivos son el resultado de un proceso de selección. Son dinámicos y cambian para siempre. Alguien, en algún lugar elige lo que entra y lo que queda afuera. Alguien decide quién puede tener acceso a él, qué está restringido y qué se destruye. Las prácticas de archivo son complejas, trabajan con diferentes capas de intencionalidad que no siempre se asocian entre sí. Un historiador social o un científico del clima, por ejemplo, podría estar interesado en diferentes tipos de documentos de los que los cuerpos de gobierno del archivo consideran dignos de conservar. Un ciudadano que busca aclarar su estado legal puede dar prioridad a las prácticas de archivo del estado que difieren de las intenciones de mantenimiento de registros de los ministerios.

En este caso, es muy difícil no conectar los puntos entre el objetivo declarado del Ministerio del Interior de un «ambiente hostil» para los inmigrantes y la destrucción deliberada de las tarjetas de desembarque. Hay una tensión muy clara entre los objetivos de quienes recopilan registros oficiales en este caso, los que regulan, limitan o impiden el acceso a ellos, y aquellos que buscan acceso a ellos.

En casos extremos, el acceso a un archivo completo puede cortarse. La colección de los Archivos Nacionales Húngaros posterior a 1945 ha estado en proceso de «movimiento» durante más de un año (sin un nuevo edificio listo donde acomodar los archivos). Por cierto, no le interesa al gobierno húngaro actual que se lleven a cabo investigaciones sobre la historia de la posguerra que puedan cuestionar su narración del pasado. Pero uno no necesita ir a una «democracia no liberal» para encontrar tales prácticas: los archivos de la organización internacional UNICEF han estado «revisando sus archivos y políticas de archivo» durante años, sin ningún signo de abrir su colección para el acceso público.

Los archivos son pertinentes a la historia que una institución o gobierno quiere contar de sí mismo. En algunos casos, esa historia puede volverse demasiado incómoda y los archivos son herramientas cruciales para hacer que esas instituciones rindan cuentas.

Los archivos son vitales porque la memoria institucional, como revelan las prácticas de los departamentos gubernamentales, suele ser extremadamente corta . Los administradores, gerentes y directores se mueven entre departamentos y oficinas, dejando atrás sus conocimientos. Esto ocasiona regularmente que los departamentos gubernamentales den vueltas en círculos, «inventando» soluciones a problemas que se han intentado repetidamente en el pasado y han fallado.

Como muestra el caso de Windrush, la negligencia de archivo puede tener un impacto severo en las personas también. Durante mi propia investigación, me enfrenté a la destrucción de masas de archivos de pacientes con polio en Hungría. Las personas perdieron la única evidencia restante de su hospitalización, diagnóstico y tratamiento desde su infancia. A medida que el síndrome post-polio afectaba a muchos de ellos, y con sus padres fallecidos, solo podían adivinar las intervenciones médicas que tenían y el curso de acción que podrían necesitar.

Ninguno de los anteriores debe ser intencional, pero la poca importancia asignada a aprender sobre ese pasado y atender a los archivos, sí lo es. Y esto debe abordarse, especialmente si estamos hablando de organizaciones financiadas con fondos públicos.

Los archivos importan

Cuando escuchamos la palabra archivos, podemos imaginar un gran edificio donde historiadores con gafas y eruditos literarios reflexionan sobre los papeles mohosos en silencio. Pero los archivos están a nuestro alrededor: podrían estar en el sótano de una oficina del gobierno, el archivo del hospital, la computadora de una compañía, el ático de alguien. Puede que ni siquiera sean documentos o textos. Los archivos pueden ser colecciones de especímenes como semillas o sangre, fósiles y minerales.

Los usuarios de los archivos pueden variar de manera similar. Desde científicos y activistas de derechos humanos y personas comunes juntando su árbol genealógico, hasta burócratas, periodistas, arquitectos y abogados.

A veces parece que los historiadores tienen que demostrar que la historia importa, y qué historia importa, una y otra vez (incluso Stephen Fry contribuyó en ello) y pocos parecen estar escuchando. Pero la conciencia de lo que está en juego en el mantenimiento de una memoria institucional no debe limitarse a los debates académicos. Nos conciernen a todos, y es posible que no nos demos cuenta hasta que sea demasiado tarde, o hasta que desaparezcan las huellas de nuestras vidas, tal como las conocemos.

Dora Vargha, profesora de Humanidades Médicas, Universidad de Exeter

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation . Lee el artículo original.

Traducido del inglés por Alejandra Llano