Por: Katya Torres

Hemos sido testigos, en los últimos años, de escaladas en las tensiones políticas entre muchos países del orbe. Parece que se nos olvidara que somos parte de una misma especie, aunque los conflictos, guerras y todo tipo de tensiones entre grupos humanos ha existido desde el inicio del surgimiento de la humanidad.
Pero, ¿cuáles son los catalizadores de este constante enfrentamiento?

Históricamente, desde el inicio de lo que podemos considerar como civilización humana, las tribus luchaban por su supervivencia, vigilándose y enfrentándose constantemente unos a otros por el control de territorios, a causa de sus recursos naturales.
Posteriormente, a medida que la técnica e invención humana se fueron expandiendo de manera progresiva, el ingenio humano fue reemplazando antiguas tradiciones centradas en la protección de nuestro planeta, es decir, también fue progresiva la pérdida de identidad y conexión de la humanidad con su entorno, en pro de los incipientes hallazgos económicos. Del homo sapiens al homo economicus.

Y, aunque parezca una simplificación de términos, lo que no se simplificó fue la manera cada vez más voraz y agresiva en que los nuevos grupos “modernos” conformados en torno a sociedades industriales y centros de poder autoritario, fueron degradando de manera creciente hasta nuestros días, la totalidad de los medios de subsistencia que existen no de forma perenne en el globo terráqueo. Así, con el devenir de los tiempos y el avance de la tecnología, los grupos humanos crearon la figura de la guerra constante, con el objetivo interminable de afán lucrativo y de acumulación de los mismos recursos que nos provee la tierra.

De tal manera, la figura de la guerra ha existido como un medio de perpetuación de tal afán de lucro, llevado por medios “legítimos”, diseñados en un sistema ficticio de Estados e instituciones globales. Mucho se ha discutido al respecto, lo cierto es que, ni las actuales Naciones Unidas ni el sistema moderno de Estados, pueden detener o decidir detener, de una vez por todas, la legitimación de la guerra perenne. Pero, ¿cómo hemos llegado a este estado de cosas? Por una parte, los intereses se disfrazan en discursos positivos de tinte humanitario para conseguir objetivos no tan positivos ni
humanitarios, siempre relacionados al afán de lucro o control de territorios.

Por ello, vemos como muchos conflictos humanos y guerras se ejecutan en escenarios donde los países involucrados solo han buscado “proveer de paz y seguridad internacional” a los grupos enfrentados en un determinado territorio, como ha sucedido en las sucesivas y al parecer, perennes, guerras en el continente africano y en otros países asiáticos. Y, ¿cuál ha sido un elemento común en estos constantes conflictos? El afán de poder, control de territorios, lucro económico.

Mucho se ha hablado de esto, pero estamos ante escenarios repetitivos, cíclicos, redundantes, desde el inicio de la existencia de esta especie que se encuentra cada vez más desarraigada y desconectada de los
elementos naturales. Entonces, la pregunta que cabe hacerse, dado el panorama actual que observamos a través de los medios, de manera constante, acerca de las guerras perennes, escaladas de conflictos,
surgimiento de nuevos, recuerdos de antiguos, conflictos históricos entre grupos humanos: ¿Qué tan preparado está el mundo para evitar o enfrentar otra guerra? Trátese de una guerra mundial o regional, al interior de un mismo país, o entre dos países.

La historia parece seguir su rumbo, de manera cíclica, parece que los patrones antes descritos son los mismos que guían la conducta humana en esta tierra ¿Tan desconectados nos encontramos unos de
otros y de nuestra misma tierra que nos abastece de lo que necesitamos?

Aunque la respuesta parezca obvia, lo que no es obvio es el resultado de una confrontación constante entre los individuos, grupos sociales, étnicos, raciales, y en especial entre Estados. Especialmente cuando estos últimos responden a objetivos e intereses, a veces de una sola persona, sino de un grupo específico de individuos, los cuales no dudan en utilizar los recursos naturales y la tecnología a su
disposición para fines más bélicos que pacíficos, y que ponen en riesgo la vida de la humanidad entera.

Ante tal escenario constante, ¿existe duda de cuál será el fin de la humanidad? O, ¿será posible encontrar verdaderos mecanismos pacíficos que aseguren nuestra supervivencia? Todo, al fin de cuentas, depende de nosotros mismos.