Intervención de Fulvio De Vita, miembro del Centro de Estudios «Salvatore Puledda» *, en el  Tercer Simposio Internacional de Big History y Evolución Gobal .

Buenos días a todos.

En primer lugar, permítanme que agradezca al Eurasian Center for Big History and Forecasting y a la Universidad Lomonosov de Moscú por habernos hospedado en este contexto tan interesante que es el Tercer Symposium Internacional sobre Big History y Evolución Global.

También me gustaría agradecer especialmente a nuestro amigo el Dr. Akop Nazaretyan por hacer posible que el Humanismo Universalista esté representado aquí hoy.

No somos especialistas en el campo de la Big History, pero como algunos de ustedes saben, el Movimiento Humanista ha estado comprometido a lo largo de muchas décadas en el estudio y la previsión del futuro de la especie humana. Una especie que aún no ha alcanzado la culminación de su proceso, sino que está en constante transformación y desarrollo, adaptándose crecientemente y transformándose continuamente, a sí misma y a su medio.

En la breve intervención que seguirá, me gustaría focalizar la atención en el surgimiento de aquello que parece ser la expresión más avanzada del proceso global, en este momento evolutivo, en este planeta: la conciencia humana.

Debo precisar, antes de continuar, qué entendemos nosotros por conciencia humana, ya que las diversas interpretaciones de esta palabra podrían inducir a confusiones.

 

Desde la aparición de los primeros animales en la Tierra, se puede observar una suerte de psiquismo primitivo guiado por un instinto primordial de huida del dolor y acercamiento al placer. De este modo el psiquismo regula la satisfacción de las necesidades primarias que aseguran la continuidad del sistema psicofísico.

Con los primeros homínidos empieza la ampliación de las posibilidades del psiquismo para compensar los cambios externos y re-equilibrar temporalmente los procesos internos, biológicos y psicológicos. Surge lo que definimos como el sistema de coordinación y registro que lleva a cabo el psiquismo humano, la conciencia, que trabaja activamente, estructurando y coordinando de manera intencional las variaciones constantes entre la estructura psicofísica y el mundo.

Hecha esta precisión, entremos directamente a la cuestión que queremos tratar, intentando describir, en la medida de lo posible, lo que ocurre en la actualidad y apuntando algunas hipótesis sobre las posibilidades futuras que podrían abrirse en el momento en que se produzca el salto evolutivo  que se espera.

En el estudio de la Big History se han puesto en evidencia, con mucha claridad los momentos de crisis del proceso,  también denominados por diversos autores transiciones de fase o revoluciones. La característica de tales «crisis» parece haber sido siempre una modificación del sistema precedente, tan importante como para crear situaciones completamente nuevas (es decir, no existentes anteriormente) y más adecuadas a la evolución. Como si el impulso evolutivo del que formamos parte, tuviese una capacidad creativa que no se limita a recombinar los elementos viejos de un sistema, sino que es capaz de crear otros nuevos y más complejos.

Tales transiciones de fase se han acelerado evidentemente debido a la propia complejidad de los sistemas y de un modo particular con el surgimiento de la conciencia humana, algo que nos pone frente a un nuevo sistema más complejo y sustancialmente diferente de lo mecánico y de lo biológico.

La capacidad humana de diferir la respuesta a los estímulos inmediatos y de dar un sentido y una dirección a las acciones poniéndolas en relación con un futuro calculado o imaginado, nos presenta una característica totalmente nueva respecto al comportamiento del sistema precedente.

La mayor amplitud de su horizonte temporal permite a la conciencia humana colocar a los estímulos en un espacio mental complejo, apto para la toma de decisiones y comparaciones y resultados que van más allá del campo de percepción inmediato. Surge aquí la capacidad de liberarse intencionalmente de las condiciones del sistema de origen y se toma conciencia de poder “crear” el mundo, rebelándose a los determinismos naturales y mecánicos. Como ya han señalado algunos estudios son innumerables los eventos en la historia humana que evidencian esta particular capacidad de modificar el ambiente y ampliar continuamente las posibilidades de la propia estructura psicofísica. Un ejemplo evidente es el control del fuego por parte de nuestros antepasados. Por supuesto no podemos saber exactamente cómo ocurrió, pero parece bastante improbable que un simple animal, cuyo comportamiento instintivo y psicológico tiene como base la huida frente al peligro, se acerque tanto y de forma reiterada a un fenómeno evidentemente peligroso, como para poder aprender a manejarlo.

Algo ha ocurrido en la primitiva conciencia de estos grupos de homínidos, probablemente en el transcurso de algunos miles de años, para poder “imaginar” y crear un nuevo comportamiento, aparentemente antinatural, en la especie. Algo muy especial ha ocurrido en esos “animales” que han querido domesticar y apropiarse de ese ser divino, tanto que innumerables mitos relativos a la domesticación y utilización del fuego han guiado a la humanidad en cada cultura y época. Desde el mito de Agni en la cultura védica hasta llegar a los mitos más recientes sobre la siderurgia y la el trabajo con los metales en las culturas mediterráneas y orientales.

La reflexión sobre la propia finitud (algo imposible en un psiquismo animal) da lugar a nuevas relaciones con el mundo, la sospecha de una vida después de la muerte y la búsqueda de un sentido que trascienda la simple supervivencia biológica. Es en ese momento en el que aparecen por primera vez las sepulturas rituales, los mitos primitivos sobre un más allá deseado u odiado, la creencia en fuerzas invisibles, una primera toma de conciencia sobre la posibilidad de imaginar y proyectar el futuro para poder superar el mayor de los determinismos: la muerte.

La denominada Revolución Axial, en el milenio anterior al nacimiento del cristianismo, muestra como, en una etapa crítica en el crecimiento del ser humano, aparecieron casi simultáneamente en diversos lugares, elaboraciones del pensamiento y de la interioridad humana que denotan un aumento de la capacidad abstractiva y especulativa de la conciencia, basada en la reflexión sobre sí misma. Buda en la India, Zaratustra en la antigua Persia, las escuelas presocráticas en el Mediterráneo y Lao Tze en China son algunos testimonios de esto. Y así podríamos seguir mencionando las grandes producciones arquitectónicas y artísticas, las grandes revoluciones tecnológicas, desde las más primitivas hasta la informática, el lenguaje, la enorme revolución en la mirada sobre nuestro universo y la concepción del tiempo, siempre inspirada por un espacio de conciencia que desafía las reglas “naturales” y preestablecidas.

Hoy en día, como especie humana, nos encontramos en un punto de inflexión que probablemente no tiene precedentes. Por primera vez la interconexión y la comunicación han creado las condiciones para que se desarrolle una civilización planetaria. Pero la inercia de los viejos sistemas de relación y la incapacidad de las instituciones políticas y religiosas de dar una respuesta adecuada, han creado fracturas y contradicciones en el tejido social y en el medio psíquico, que cada vez más se expresan a través de la violencia, la intolerancia y la desconfianza hacia el futuro. Ningún gobierno o institución tiene todavía la capacidad y lucidez para analizar y modificar la tendencia mecánica y destructiva de la sociedad, mientras que en los individuos aumenta la sensación de imposibilidad de salir de esa dramática situación.

No hay duda, en nuestra opinión, que la aceleración de las transiciones de fase y el alcance planetario de la crisis actual, indican que estamos entrando en la fase inicial de una inflexión del proceso global en el que de la “singularidad” debería surgir un nuevo sistema desvinculado del anterior, asumiendo los aspectos más progresivos y abandonando los regresivos y destructivos.

Si esto fuese así, la conciencia humana estaría afrontando el reto de modificar sustancialmente el paradigma de su propia estructura de creencias y, en consecuencia, la interpretación de la realidad. Así que lo que hoy parecen dificultades insuperables se convertirían en fortalezas para el nuevo salto y aquello que hoy resulta impensable se trasmutaría en posibilidad. No nos estamos refiriendo a una modificación de la estructura de creencias únicamente relativas a aspectos secundarios o parciales de la organización social, sino más bien a modificaciones sustanciales de las creencias fundamentales que en este momento nos impiden ver más allá: o sea, lo que creemos sobre el ser humano, lo que creemos sobre la historia y sobre el progreso, lo que creemos sobre la realidad. Estamos hablando de un nuevo nivel de conciencia de la conciencia humana a nivel global y no sólo de algunos místicos o algunos eruditos como ha ocurrido a lo largo de la historia. Un nuevo salto evolutivo y una nueva ampliación de la conciencia que surja de la capacidad reflexiva típicamente humana y de una mirada sobre los acontecimientos internos desde otro lugar de la conciencia, más lúcido y más libre de las ataduras de un mundo que está muriendo.

Un cambio sustancial, similar a cuando nuestros antepasados se dieron cuenta de que el fuego podía ser domesticado; similar a cuando por primera vez la Tierra dejó de ser plana y el cielo se convirtió en un inmenso espacio tridimensional; similar a cuando la especie humana se dio cuenta que existía y comenzó a reflexionar sobre sí misma y sobre sus acciones.

La respuesta y la resultante revolución llegará desde la profundidad de la conciencia humana.

Esto es evidente cuando en la ciencia observamos cambios sustanciales relativos al punto de vista, absolutamente impensables en un pasado reciente: la ruptura del mecanicismo y del determinismo newtoniano y la introducción en las teorías formales de elementos indeterminados; el nuevo rol del factor tiempo como dirección irreversible de los fenómenos macroscópicos; el intento de interpretar científicamente el mundo y los fenómenos a partir de su propia dinámica y de la del observador; el intento de enfoque sistémico sobre los fenómenos complejos. Independientemente de la validez de las teorías en cuestión, lo que estamos presenciando es la ruptura, por parte de la conciencia, de los paradigmas en los que se basaban los viejos sistemas de pensamiento y la apertura de posibilidades aún impredecibles.

También está claro que, a pesar de que la dirección de los acontecimientos sea dramática debido a los errores que continúan cometiendo aquellos que en apariencia controlan el destino del mundo, cientos de científicos y millones de personas comunes deciden cada día que este no es el mundo en el que quieren vivir y comienzan a pensar, a moverse y a organizarse en otra dirección. Está claro cuando observamos, especialmente a las generaciones más jóvenes, una nueva sensibilidad, la búsqueda de una espiritualidad liviana, desvinculada de los cánones de las antiguas creencias, que pueda comprender con mayor profundidad el sentido y la dirección de nuestra especie. En cada salto evolutivo realizado por la especie humana en el transcurso de su breve historia, en cada salto evolutivo no lineal o mecánico, sino más bien intencional y reflexivo, la conciencia humana ha desplegado su gran capacidad para aprovechar lo no conocido, para la creación de nuevas visiones y nuevos paradigmas, elaborando respuestas que han creado una nueva realidad.

Tal vez por eso estamos aquí. Para no ceder ante el pesimismo y para contribuir a la creación de un nuevo nivel de conciencia planetaria, para dar un nuevo salto hacia la libertad de la conciencia, del ser humano y de todo el cosmos, libres de cualquier tipo de determinismo.

Y entonces, tal vez, incluso la muerte perderá su importancia.

Gracias a todos por su amable atención.

*El Centro de Estudios Humanista “Salvatore Puledda” (Roma, Italia) forma parte del Centro Mundial de Estudios Humanistas