A casi 24h del atentado en Barcelona, y los hechos posteriores en Cambrils, una sigue buscando respuestas y opiniones en las redes, porque si algo nos ha aportado la sociedad de la información es que los testimonios de las personas de a pie, nos ayudan a conformar una idea del sentir colectivo que va más allá de la descripción detallada de los hechos, de las imágenes sangrientas y de los titulares confusos y oportunistas.

Ante toda esta masacre humana, una vez más decimos (y lo digo en plural porque me uno al sentir de tantos que ya lo han declarado) que denunciamos todo tipo de violencia, de respuesta social que vulnere cualquier derecho humano, que responda a actos fanáticos, y en definitiva que vaya en la dirección opuesta a eliminar el sufrimiento de las personas.

Detectar y revertir el móvil interno que individual o colectivamente mueve estos actos violentos, es la gran tarea que debería unirnos como seres humanos que aspiramos a un progreso donde los valores humanistas se enaltezcan por encima de todo, porque el progreso debería ser eso, el avance de aquello que podría definirse como valor humano.

La gran noticia esperanzadora, es que ante tanta irracionalidad e impotencia, se alzan las voces donde las notas de paz y amor invierten el dolor que ya no tiene vuelta atrás. Enaltecer el AMOR ante un acto criminal, ¡eso si que es un sentimiento elevado! Porque ¿cómo podemos rescatar el sentimiento de compasión, entendida ésta como no venganza y empatía con lo humano en el otro ser humano? Esa es la gran tarea después del duelo.

Afortunadamente nuestra sociedad crece también en dirección opuesta al sufrimiento y así lo demuestran muchas de las declaraciones de las que nos nutrimos e informamos en el inmenso mar de las redes. Ahí no se cuenta sólo la labor del especialista ni el paso siguiente que tan pulcramente tiene que dar el experto para cumplir con su protocolo. En el espesor de a red, aparecen esos claros esperanzadores, sentimientos que son valores a seguir y que no se revelan en los medios cotidianos. Se pide no difundir imágenes cruentas, para no seguir alimentando el odio; se insiste en no creer más en la batalla de los que siembran el miedo; se insiste en seguir siendo un país que sale a la calle para luchar contra la guerra y acoger a los que huyen de ella; se habla abiertamente de haberse sobrecogido por actos de amor en un escenario marcado por la venganza y el odio.

Barcelona se halla en la cabeza de las ciudades que piden un cambio social centrado en los derechos humanos; que está luchando por revertir las feroces secuelas de un capitalismo demoledor; que se ha declarado sede refugio para acoger la inmigración que forzada huye de las catástrofes bélicas de sus países; que trata de regular injusticias; que mira hacia un futuro, apoyada en las mismas miradas internacionales que hastiadas buscan un nuevo modelo de sociedad. Barcelona y sus nuevas voces no nos han decepcionado, pero el brutalismo inconsciente de quienes todavía se mueven por el odio, el poder, el fanatismo y la venganza son esas otras voces, que fruto de la irracionalidad del mismo sistema aparecen como consecuencia de su mismo mal funcionamiento. Frente a ellas las oleadas de solidaridad, de fuerza, de amor y de no venganza, tiñen la urdimbre de un tejido social que aspira a los más elevados sentimientos.