Por Carlos Alaña

Para quienes vivimos en Venezuela es muy difícil verbalizar nuestra situación. Hay mucha carga emocional, muchas consignas, mucho twitter y poco tiempo para analizar. Es difícil tener ideas claras y distintas, como lo pretendió el eurocéntrico Descartes. Primero, porque la realidad tampoco se nos presenta de esa forma, segundo porque en el caso de Venezuela la situación es multifactorial y, cómo diría Marx, son muchas las determinaciones que intervienen en una situación histórica.

Mi pretensión, pensando especialmente en quienes no viven en Venezuela, es dar pistas básicas para que quienes lean este artículo construyan un criterio tal vez más apropiado para leer, oír y sentir las noticias, las opiniones y las notas que les llegan desde las más diversas fuentes y a través de todas las posibilidades. Son, como digo, criterios de discernimiento y no una explicación. Eso sí, siempre teniendo como norte los Derechos Humanos.

1. Sí hay una crisis en la posibilidad de cubrir las necesidades básicas que permiten mantener y reproducir la vida

Pensando también en Marx, recuerdo que los Grundrisse del autor tienen como finalidad denunciar que la economía burguesa es incapaz de conservar y reproducir la vida inmediata de las las mayorías. En Venezuela, el gobierno actual no ha logrado producir, distribuir, controlar y gestionar dos elementos básicos de la vida cotidiana: alimentos y medicinas. Al querer controlar todos los procesos productivos y distributivos en cada una de sus etapas, cosa imposible desde cualquier racionalidad, pero particularmente cuando como Estado no se cuenta con la infraestructura material, humana y logística instalada para ello. Las empresas privadas venezolanas, que instalaron durante años un monopolio hermético, explotador y tramposo, sienten sus intereses afectados ante otro modelo de ejercicio de la economía.

La soberbia de ambas partes nos tiene sometidos a una dieta alimenticia y de medicinas que en no pocos casos ha llevado a la muerte. El gobierno culpa la guerra económica que el imperio (haciendo referencia a EEUU) y las élites locales han instaurado y, sin duda, hay mucho de ello. Sin embargo, también existen redes de corrupción en las que están involucrados miembro del gobierno, tal como ha aceptado el propio presidente Nicolás Maduro que, al mismo tiempo, no acepta que esta crisis existe. Venezuela vive una crisis humanitaria. Aceptarlo tiene un costo político muy alto.

2. Hay una crisis institucional

La democracia moderna, aquella que surge sobre todo de la Revolución Francesa, ha convenido que es saludable crear instituciones que se regulen unas a otras para evitar así los monopolios del poder. No es el caso venezolano. El poder ejecutivo tiene amplios poderes sobre todos los demás. Tras las elecciones legislativas del 2015, en las que el voto popular de dio el triunfo a la oposición, la confrontación entre los dos polos se agudizó aún más.

Cuando en enero de 2017 el legislativo, en una acción fuera de toda constitucionalidad y lógica que dejó ver toda la irracionalidad de la oposición venezolana, declaró “en abandono del cargo” al presidente Maduro, la tensión fue en aumento. Si a este elemento se agrega que las elecciones de gobernadores y alcaldes que debieron realizarse en el 2016 no se han hecho, en una acción también inconstitucional por parte del ejecutivo, es evidente que la democracia venezolana vive una crisis institucional.

3. Conflictividad que quema

Antes de la muerte del presidente Hugo Chávez, los niveles de conflictividad habían bajado. De alguna manera, chavistas y opositores podían reconocer algunos puntos comunes indispensables que era necesario superar para seguir adelante como país. Los extremos, todavía extremos, habían perdido adeptos y un cierto clima de resolución desde el diálogo había ganado terreno.

Todo eso se ha ido perdiendo y, en estas últimas semanas, los fuegos se han encendido con mucha fuerza y se han traducido en manifestaciones han ocasionado, como es sabido, pérdida de vidas humanas y destrozos a los bienes públicos y a las propiedades. En respuesta, las fuerzas de seguridad han hecho uso de su fuerza: 600 bombas lacrimógenas se han lanzado en Caracas en un día de protesta.

Los mensajes de descalificación de ambas partes llegan a niveles degradantes, los discursos de ambos bandos son altamente agresivos. Toda la narrativa y la simbología incitan, de la lado y lado, a la violencia. Las dos narrativas se apartan de la vía del diálogo y agregan, a la vida cotidiana, más temor, más angustia, más incertidumbre.

4. Lo internacional, ¿solidaridad con quién?

La gente común dice: “el ALBA, solidaria para con Maduro, ALMAGRO solidario con Leopoldo López y conmigo que no encuentro esta medicina, conmigo que no me alcance el salario como profesional para comprar la comida del mes de forma completa e integral y conmigo que trabajo de obrero en la construcción y luego salgo a buscar en las bolsas de basura ¿quién se solidariza?

El sentimiento de los venezolanos y venezolanas comunes es que sus angustias diarias no son motivo de solidaridad de nadie. El tema de una posible intervención extranjera en Venezuela, que es sin duda un tema serio, no ocupa ni las conversaciones ni las preocupaciones de la gente común, ocupada en resolver el día a día.

5. Venezuela quiere paz

Lo que he descrito arriba no solo parece gris, es gris. Pero los venezolanos no queremos sangre, no queremos violencia. Queremos una solución pacífica, una salida nos permita seguir realizando los sueños que por ahora encuentran muchas y muchas dificultades para realizarse.

La guerra está en la mente de unos pocos. En Venezuela no queremos matarnos entre nosotros. Los llamados a la paz y la construcción están en la agenda de la gente, que busca espacios y formas para enfrentar la situación no desde la rabia y la impotencia, sino desde la alegría y la fiesta, desde lo mejor del pueblo venezolano donde chavistas y opositores establecen solidaridades y hablan de posibles soluciones, toda ellas no violentas. Ojalá sean escuchadas y tomadas en cuenta.

Venezuela no la está pasando bien, pero somos más los que queremos una salida humana, pacífica y consensuada que los quieren muerte y sangre. Finalmente se impondrán el humor y la esperanza, encontrando caminos no violentos en la calle, en la casa, en la escuela, en las familias.