Al vivir sumergidos en la vida en línea, como los seguidores de 4chan o PewDiePie, uno comienza a imaginarse que nada tiene importancia, ni siquiera el racismo, la misoginia ni el renacer del fascismo

Por George Monbiot, The Guardian 28/2/2017

Todo es posible. Nada es posible. Ya nada hace daño, hasta que las consecuencias traspasan el mundo de la pantalla. Sumergidos casi permanentemente en los mundos virtuales, no podemos cotejar lo que nos dicen con la realidad tangible. ¿Es, acaso, una sorpresa que vivamos en una era post-verdad, siendo que vivimos privados de experiencia real?

Ya no es inusual conocer adultos que nunca han nadado en el mar; sólo en piscinas, nunca han dormido al aire libre, nunca han corrido por 1 km ni han escalado una montaña, nunca los ha picado una abeja, nunca se han roto un hueso ni les han puesto puntos. Sin un conocimiento visceral de lo que es herirse y curarse, sentirse agotado y decidido, inmóvil y frenético, perdemos nuestros puntos de referencia. Estamos separados del mundo por una capa de vidrio. El cambio climático, las guerras de países lejanos, la decadencia de la democracia, el renacimiento del fascismo: todo esto se reduce a abstracciones dentro de nuestras cómodas casillas.

Dos razones me dieron el impulso para escribir esto. La primera fue un análisis perturbador y fascinante del foro 4chan.org que escribió uno de sus ex-participantes, Dale Beran. En este foro se crearon muchos de los tóxicos memes de ultraderecha, y de aquí vinieron las personas que acosaron salvajemente a las mujeres que se atrevieron a desarrollar videojuegos (a través de Gamergate), lo que se convirtió en una verdadera avalancha de misoginia. Los millones de miembros de este foro ayudaron a Donald Trump llegara al trono.

¿Acaso 4chan es un invento astuto de un grupo de conspiradores fascistas? No, no lo es. Creció de manera espontánea entre los jóvenes, a menudo desempleados y frustrados sexualmente, que buscaban refugiarse en un mundo creado por ellos mismos y pasar allí la mayor parte de su tiempo. A medida que ese mundo virtual de ironía y narcisismo se expandió, se fue reduciendo su contacto con el mundo real hasta que ya nada tuvo importancia, salvo el odio a las mujeres. Dibujar a su mascota Pepe la Rana disfrazada de nazi levantándole el dedo del medio a los liberales y a las personas de color fue, simplemente, una broma. Volver famoso a Milo Yiannopoulos también fue una broma. Y también elegir presidente a Trump.

Los usuarios de 4chan, así como los chicos adolescentes y los hombres inmaduros, son “extremadamente susceptibles y reservados”, explica Beran. Lo ocultan comportándose de manera insensible con el sufrimiento de los demás, exhibiendo la falta de empatía que sólo tienen “las personas que nunca han sufrido de verdad”. Todo lo que hacen y dicen (postear esvásticas, memes racistas, incitar al matonaje) lo hacen para reírse.

En el mundo aislado e indiferente en el que pasan la mayor parte de su tiempo nada parece importar. Cuando cometen el error de bajar al mundo real, sienten que están en un lugar duro y aterrador, como mostró Laurie Penny la semana pasada en su descripción de los jóvenes que acompañaron a Yiannopoulos en su gira. “Son muy valientes detrás de la pantalla del computador”, pero estas personas son “absolutamente incapaces de lidiar con las consecuencias del mundo real”, escribió. Sus comentarios políticos de extrema derecha eran simplemente una broma más hasta que se enfrentaron con un grupo de manifestantes en contra del fascismo. Beran explica que Trump es un perfecto ejemplo de la ética 4chan: un perdedor que triunfa milagrosamente, una inmensa y rencorosa burla para las personas del mundo real. Está haciendo realidad su mundo de fantasía.

La segunda razón por la que escribí esta columna es que estos mismos temas están relacionados con otro furor del mundo de Internet: los vídeos del youtuber PewDiePie. Su parloteo incoherente, venerado por sus 53 millones de seguidores (la mayoría adolescentes), eventualmente incluyó un saludo nazi, comenzó a insertar en sus videos esvásticas y fragmentos de los discursos de Hitler, le pagó a dos hombres indios para que sostuvieran un cartel con el mensaje “MUERTE A TODOS LOS JUDÍOS” y en un vídeo comparó a la actriz Leslie Jones con el gorila Harambe (esta misma actriz fue acosada brutalmente por Yiannopoulos y sus seguidores por “el crimen de ser negra y mujer en un lugar público”).

Muchas personas han intentado explicarme que todas esas cosas son solo bromas, que no lo hace con mala intención. Para mí, ese es exactamente el problema. En los tiempos del holocausto, el nazismo y el racismo eran conceptos abstractos tan alejados del mundo real que se convirtieron en una mera expresión más del desapego cínico. Cuando las normas morales se desintegran en risas cómplices, desaparecen nuestras defensas ante los horrores del mundo real.

Usar el humor para traspasar las barreras de lo que es aceptable es, hoy en día, una estrategia común en la extrema derecha. Puede que PewDiePie piense que sus “bromas” son divertidas e inofensivas, pero calzan perfectamente con un plan político que no lo es. El sitio web nazi Daily Stormer hizo notar que “puede que PewDiePie haga todo esto para causar polémica y hacerse famoso. A fin de cuentas, sus motivos no importan porque el resultado es el mismo: normaliza el nazismo y margina a nuestros enemigos”.

Nuestro contacto con el mundo tangible se está reduciendo a una velocidad tan grande que nos cuesta adaptarnos, y aún no podemos saber cuáles serán las consecuencias. Los hijos de las personas de mi generación piensan en la infancia con vida al aire libre que tuvimos, en el campo o en la ciudad, de la misma manera en que se piensa en los mamuts: algo exótico, atemorizante y absolutamente lejano. Vivir en el mundo real puede resultar solitario para las personas que aún se quedan mirando cuando un arcoíris cuelga sobre la ciudad, mientras todos los demás están hipnotizados con sus teléfonos celulares.

Sospecho que esto es sólo el comienzo. Se está desarrollando la realidad virtual, y vemos que cuando una persona se repliega detrás esos visores y audífonos, y ya no puede ver ni escuchar nada de lo que sucede alrededor suyo, se desconectan aún más del mundo real. La intención de Facebook de que las gafas de realidad virtual se vuelvan una herramienta indispensable para el aprendizaje, ver deportes e incluso consultar a un médico es una perspectiva realmente horrorosa (hace algunos días el escritor Adam Alter desarrolló este tema en un artículo). Es la amenaza de que todos nos convertiremos en lo que los japoneses llaman hikikomori: alguien que se ha sumergido tanto en los mundos virtuales que ya es imposible hacer contacto con él.

Todo esto hace que estemos muy vulnerables a la manipulación política, especialmente si pensamos en que la extrema derecha está utilizando inescrupulosamente los nuevos descubrimientos en neuromarketing y lingüística cognitiva. En un mundo diabólicamente complejo, el único recurso que tenemos para elegir entre distintas afirmaciones excluyentes entre sí es basarnos en nuestra propia experiencia. Sin experiencia real, estamos perdidos.

Este tema es aún más fundamental que los filtros burbuja. Estamos hablando de lo que significa ser un ser humano, de lo que implica perder el elemento esencial de nuestra existencia: el contacto con el mundo real. Las consecuencias políticas, sociales y medioambientales serán incalculables.

Se publicará una versión con más enlaces de esta columna en monbiot.com

Traducido del inglés por Emilio Stanton

El artículo original se puede leer aquí