Sí, corro descalzo. Corro descalzo por asfalto, por tierra, por ciudad, montaña o en la playa.

En mis entrenamientos matinales o carreras he de escuchar todo tipo de miradas y comentarios, desde palabras de ánimo o sorpresa hasta algún insulto espontáneo pero con gracia que me escupió un hombre mayor de un pueblo quien  nunca pensó hubiese alguien capaz de semejante aventura: “¡gilipollas, qué has perdido las zapatillas!”.

Muchas personas me preguntan ¿Por qué? La pregunta correcta sería ¿Para qué?

Todo empezó hace unos tres años, corría maratones y ultramaratones con zapatillas. Lento, a mi ritmito, me gusta mucho correr y meditar, sin prisa, disfrutando del hecho de correr. El contacto con mi ser interior en las carreras facilita el dejar atrás etiquetas y egos y encontrarse con el yo más intimo, con mi autentico ser interior. En esa época corría y corría y me lesioné. Tuve un par de fascitis, una falsa ciática, todo era provocado por pisar mal.

Una tarde mientras firmaba en la Feria del Libro de Madrid  ejemplares de mi tercera obra, Misterios y enigmas de Madrid, amigos corredores pasaron a saludarme, estábamos como en casa, el Parque del Retiro es el lugar de entrenamiento de muchos de nosotros. Hablando con ellos me preguntaron cuando volvería a correr…tras un rato callado dije, “pronto, además voy a probar a correr descalzo, creo que me lesiono por las zapatillas”.

Al poco tiempo, otro amigo con el que comparto meditación y carreras, me regaló Nacidos para correr de Christopher McDougall. En este libro cuentan los beneficios de correr descalzo o minimalista con los huaraches que usan los indios tarahumaras de México. Al parecer la mejor obra de ingeniería que ha hecho la naturaleza son los arcos de los pies, los arquitectos se basan en ellos para hacer los puentes pues pueden sujetar todo el peso que sea preciso.

Somos la mejor obra de ingeniería del universo pero no nos lo creemos.

Las zapatillas con sus cuñas y tacones, plantillas con gel y burbujas de aire a modo de calzas nos estropean la pisada y a su vez la espalda, pues no corremos naturalmente, como lo hacían nuestros antepasados, nuestros ancestros. Otros factores como la sociedad del bienestar; el exceso de vida sedentaria, cada vez caminamos menos, usamos transportes a motor en lugar de caminar o usar la bicicleta; los tipos de trabajos e incluso el ocio nos han hecho emocionalmente blanditos y nos hace ser carne de cañón para las lesiones de uno u otro tipo, físicas o emocionales.

Me regalaron un dorsal para la carrera de Juegoterapia, justo el día antes murió María de Villota, corredora de Formula 1, todo el mundo hablaba de su eterna sonrisa, de su muerte, de su vida, de su obra, “La vida es un regalo” escribió como legado, pero nadie hablaba de los 800 muertos que había habido el mismo día en Lampedusa. Inmigrantes que cruzaban ilegalmente unas fronteras imaginarias para intentar conseguir un motivo para sonreír, por cierto ¿Os fijáis que esos “negritos” ilegales que hay en la puerta de los supermercados son los únicos que sonríen, al menos en Madrid? Sonríen porque es su forma de entender la vida. Sonríen sin esperar nada a cambio, les demos o no unas monedas como pago para limpiar nuestras conciencias. Sonríen.

Esa carrera de diez kilómetros, solidaria por la ong Juegoterapia, era mi vuelta a las carreras de asfalto.
Reflexionaba sobre esa idea de las sonrisas sin entender  muy bien las prioridades de occidente…la vida es un regalo para todos. Durante mi proceso de meditación en movimiento reflexioné ¿y si corro el último kilómetro sin zapatillas? Me hacía falta una excusa para atreverme a dar el paso al descalcismo, así que me dije “Lo haré por los muertos en Lampedusa por los que intentan llegar a un mundo en el que poder sonreír”.

Ese kilómetro fue un autentico placer de sentimiento de libertad, de empatía, compasión y contacto con la tierra. Sentía el latir de Pachamama bajo mis pies, mis raíces llegando al corazón de la tierra. Entendí que ponía en su lugar a los fallecidos anónimos en una tragedia olvidada, honraba a su memoria, pero el favor que ellos me hicieron no tiene comparación. Ese día cambió mi vida.

Al día siguiente otra carrera en la que corrí los dos últimos kilómetros descalzo pero esta vez por mí, sin excusas.

Así dejé las zapatillas a un lado.

Hice nuevos amigos minimalistas que me aconsejaban muy bien desde dónde comprar material para hacerme yo los propios huaraches hasta cómo hacer una correcta transición añadiendo poco a poco kilómetros descalzo o la forma de correr, como un lince, las rodillas un poco dobladas como cuando haces TaiChi, los pies como garras y el alma dispuesto a volar. Y así hice una carrera de montaña de 34 kilómetros volando entre las piedras. Contacté con mis animales de poder de cada momento, pasé de ser jaguar a halcón en cuestión de minutos y me sentía volar entre las piedras, era libre. Mi mente trabajaba en la meditación, en el aquí y el ahora, no era yo el que corría, era Mi niño interior disfrutando del momento.

Las enseñanzas de correr descalzo no acaban con la carrera, no me importa pararme durante una, en mitad de la montaña, a abrazar árboles. No importa llegar el último, lo realmente importante es conectar con la esencia del ser, con la unicidad, sabiendo que todos somos uno.

Tras mi transición también cambié mi forma de alimentarme, me he convertido en vegetariano ético. Amo la vida y evito hacer daño a todo ser vivo. Abogo por un consumo responsable y coherente con nuestros propios principios de sostenibilidad en contra de la industrialización salvaje de la alimentación que no contempla el bienestar de los animales o del propio planeta.

¿Cómo era la pregunta que me estoy desviando del tema? ¿Para qué corro descalzo?

Para sentirme parte de la tierra, para recordarme que los límites que tengo los pongo yo y que cuándo quiera rompo mis miedos y salto al vacio…¿límites? No existen.

Meditar y correr, correr y meditar. Ser consciente de mi cuerpo, mis pisadas, la respiración, de dónde termino yo y empieza el ego. Sentir el dolor de pisar una piedra como una señal de algo que he de mejorar y olvidarme del sufrimiento que conlleva ese dolor.

He llegado a una meta, en los 10k de Parla y el servicio médico me llevó a su carpa. No sabía por qué, había hecho mi mejor marca en  un 10.000, estaba feliz no entendía por qué me llevaban. Me suben a una camilla y me dicen que levante el píe. Estaba ensangrentado, pisé mal durante la carrera y se hizo una rozadura. La piel levantada cubría un poco de arena pegada a la carne, había que quitarla y los enfermeros lo hicieron muy bien, sin escrúpulos. El dolor que no sentí en mi meditación durante la carrera lo sufrí en un eterno segundo. Volví a casa observando el origen del dolor, lo encontré, lo abracé  y lo dejé ir. Entonces el dolor se convirtió en gratitud. Llegué a casa sonriendo.

He corrido el maratón de Madrid descalzo y 63 km de los 104 de Madrid Segovia con huaraches…ahora no entiendo otra forma de entrenar ni de vivir.

El ser minimalista es conocerte, empoderarte, aprender a ser fuerte a pesar de las debilidades, es mente, es poder del pensamiento, es fusionarte con la naturaleza, es amar la naturaleza, es amarse, AMAR.

Cuando corro me siento poderoso, cuando corro descalzo me siento invencible, no habrá monstruo, pesadilla ni sombra que pueda conmigo, ni siquiera yo mismo.

Todo empezó hace unos tres años, corría maratones y ultramaratones con zapatillas. Lento, a mi ritmito, me gusta mucho correr y meditar, sin prisa, disfrutando del hecho de correr. El contacto con mi ser interior en las carreras facilita el dejar atrás etiquetas y egos y encontrarse con el yo más intimo, con mi autentico ser interior. En esa época corría y corría y me lesioné. Tuve un par de fascitis, una falsa ciática, todo era provocado por pisar mal.

Una tarde mientras firmaba en la Feria del Libro de Madrid  ejemplares de mi tercera obra, Misterios y enigmas de Madrid, amigos corredores pasaron a saludarme, estábamos como en casa, el Parque del Retiro es el lugar de entrenamiento de muchos de nosotros. Hablando con ellos me preguntaron cuando volvería a correr…tras un rato callado dije, “pronto, además voy a probar a correr descalzo, creo que me lesiono por las zapatillas”.

Al poco tiempo, otro amigo con el que comparto meditación y carreras, me regaló Nacidos para correr de Christopher McDougall. En este libro cuentan los beneficios de correr minimalista o descalzo o con los huaraches que usan los indios tarahumaras de México. Al parecer la mejor obra de ingeniería que ha hacho la naturaleza son los arcos de los pies, los arquitectos se basan en ellos para hacer los puentes pues pueden sujetar todo el peso que sea preciso.

Somos la mejor obra de ingeniería del universo pero no nos lo creemos

Las zapatillas con sus cuñas y tacones, plantillas con gel y burbujas de aire a modo de calzas nos estropean la pisada y a su vez la espalda, pues no corremos naturalmente, como lo hacían nuestros antepasados, nuestros ancestros. Otros factores como la sociedad del bienestar; el exceso de vida sedentaria, cada vez caminamos menos, usamos transportes a motor en lugar de camiar o bicicletas; los tipos de trabajos e incluso el ocio nos han hecho emocionalmente blanditos y nos hace ser carne de cañón para las lesiones de uno u otro tipo, físicas o emocionales.

Al día siguiente de El día antes todo el mundo hablaba de su eterna sonrisa, de su muerte, de su vida, de su obra, La vida es un regalo escribió, pero nadie hablaba de los 800 muertos que había habido el mismo día en Lampedusa. Inmigrantes que cruzaban ilegalmente unas fronteras imaginarias para intentar conseguir un motivo para sonreír, por cierto ¿Os fijáis que esos “negritos” ilegales que hay en la puerta de los supermercados son los únicos que sonríen, al menos en Madrid? Sonríen porque es su forma de entender la vida. Sonríen sin esperar nada a cambio, les demos o no unas monedas como pago para limpiar nuestras conciencias, sonríen.

Esa carrera de diez kilómetros, solidaria por la ong Juegoterapia, era mi vuelta a las carreras de asfalto.
Reflexionaba sobre esa idea de las sonrisas sin entender  muy bien las prioridades de occidente…la vida es un regalo para todos. Durante mi proceso de meditación en movimiento reflexioné ¿y si corro el último kilómetro sin zapatillas? Me hacía falta una excusa para atreverme a dar el paso al descalcismo, así que me dije “Lo haré por los muertos en Lampedusa por los que intentan llegar a un mundo en el que poder sonreír”.

Ese kilómetro fue un autentico placer de sentimiento de libertad, de empatía, compasión y contacto con la tierra. Sentía el latir de Pachamama bajo mis pies, mis raíces llegando al corazón de la tierra. Entendí que ponía en su lugar a los fallecidos anónimos en una tagedia olvidada, honraba a su memoria, pero el favor que ellos me hicieron no tiene comparación. Ese día cambió mi vida.

Al día siguiente otra carrera en la que corrí los dos últimos kilómetros descalzo pero esta vez por mí, sin excusas.

Así dejé las zapatillas a un lado

Hice nuevos amigos minimalistas que me aconsejaban muy bien desde dónde comprar material para hacerme yo los propios huaraches hasta cómo hacer una correcta transición añadiendo poco a poco kilómetros descalzo o la forma de correr, como un lince, las rodillas un poco dobladas como cuando haces TaiChi, los pies como garras y el alma dispuesto a volar. Y así hice una carrera de montaña de 34 kilómetros volando entre las piedras. Contacté con mis animales de poder de cada momento, pasé de ser jaguar a halcón en cuestión de minutos y me sentía volar entre las piedras, era libre. Mi mente trabajaba en la meditación, en el aquí y el ahora, no era yo el que coría, era Mi niño interior disfrutando del momento.

Las enseñanzas de correr descalzo no acaban en la carrera. No me importa pararme durante la carrera en mitad de la montaña a abrazar árboles. No importa llegar el último, lo realmente importante es conectar con la esencia del ser, con la unicidad, sabiendo que todos somos uno.

Cambié mi forma de alimentarme, me he convertido en vegetariano ético. Amo la vida y evito hacer daño a todo ser vivo. Abogo por un consumo responsable y coherente con nuestros propios principios de sostenibilidad en contra de la industrialización salvaje de la alimentación que no contempla el bienestar de los animales o del propio plantea.

¿Cómo era la pregunta que me estoy desviando del tema? ¿Para qué corro descalzo?

Para sentirme parte de la tierra, para recordarme que los límites que tengo los pongo yo y que cuándo quiera rompo mis miedos y salto al vacio…¿límites? No existen.

Meditar y correr, correr y meditar. Ser consciente de mi cuerpo, mis pisadas, la respiración, de dónde termino yo y empieza el ego. Sentir el dolor de pisar una piedra como una señal de algo que he de mejorar y olvidarme del sufrimiento que conlleva ese dolor.

He llegado a una meta, en los 10k de Parla y el servicio médico me llevó a su carpa. No sabía por qué, había hecho mi mejor marca en  un 10.000, estaba feliz no entendía por qué me llevaban. Me suben a una camilla y me dicen que levante el píe. Estaba ensangrentado, pisé mal durante la carrera y se hizo una rozadura. La piel levantada cubría arena que había que quitar. Los enfermeros limpiaron sin escrúpulos. El dolor que no sentí en mi meditación durante la carrera lo sufrí en un eterno segundo. Volví a casa meditando el origen del dolor, lo encontré, lo abracé  y lo dejé ir. Entonces el dolor se convirtió en gratitud. Llegué a casa sonriendo.

He corrido el maratón de Madrid descalzo y 63 km de los 104 de Madrid Segovia con huaraches…ahora no entiendo otra forma de entrenar ni de vivir.

El ser minimalista es conocerte, empoderarte, aprender a ser fuerte a pesar de las debilidades, es mente, es poder del pensamiento, es fusionarte con la naturaleza, es amar la naturaleza, es amarse, AMAR.

Cuando corro me siento poderoso, cuando corro descalzo me siento invencible, no habrá monstruo, pesadilla ni sombra que pueda conmigo, ni siquiera yo mismo.