Por Pablo Vasco*/Revista Ajo

Mar del Plata, ciudad de Amor.

La Feliz es un lugar que no falla, por eso es la elegida por tanta gente, verano tras verano. Somos la Ciudad Feliz, la de Piazzola, Guillermo Vilas, los Lobos de la Rambla. Tenemos las mejores playas (un dato surgido en 1945 y que nunca se actualizó).

Nuestro deporte nacional es ir a la Costa cuando está lindo y tomar mate con facturas. Porque las medialunas de Mar del Plata son de las mejores del país. Aunque los vigilantes no se quedan atrás.

Llevate media docena y después me contás:

1) Los que discriminan todo el tiempo y no embocan ni una

Es un grupo de personas que va en constante ascenso numérico. Cada vez somos más. Me incluyo en esta categoría.

¿Alguna vez se preguntaron cuántas veces fallaron a la hora de prejuzgar a alguien en la vía pública? A mí me suele pasar. Esperando el colectivo en una zona oscura, buscando las llaves para entrar a casa o simplemente caminando en la calle, empiezo a justificar el miedo que tengo escrachando mentalmente a otras personas que andan por ahí.

—Uy este me afana, mejor empiezo a caminar más rápido.

—Esos dos en la moto seguro que me la ponen.

—Me parece que el de capucha tiene un fierro en el bolsillo. O una jeringa cargada con SIDA (?), tal como lo leí en Facebook.

Lo más probable es que esa gente también está volviendo del laburo. O de la escuela. O tal vez vengan de hacer una donación, qué se yo. Y la verdad es que no pasó nada. Pero yo llegué a casa con más prejuicios que antes. Y pensando que “en la calle no se puede andar”.

Atenti: los delitos ocurren. Y lo sufren personas como nosotros. Pero me parece muy injusto también andar poniéndole el rótulo de sospechosa a gente que no lo es.

Tarea para el hogar:

Preguntarse “¿a quién le daré miedo yo? ¿Habrá pasado alguna vez que alguien -al verme llegar y transitar por la vereda- haya cambiado de rumbo o empezado a pensar qué hacer ante un inminente asalto que jamás ocurrió?

Todos somos el probable ladrón de alguien.

Esto hay que verlo como una derrota, claramente.

2) Los que se ponen la camiseta de la empresa

Si de algo sirvió el tarifazo que buscó imponer el Gobierno -aparte de confirmarnos que la Revolución del Amor no nos puso en la lista de invitados- eso ha sido darnos cuenta de quiénes son los que salen a romper lanzas en nombre de las empresas prestatarias de esos servicios esenciales.

Periodistas y formadores de opinión, muy hijos de pauta que salen a bancar márgenes de ganancia exhorbitantes con excusas del tipo “los valores estaban atrasados” o intentando convencerte que un aumento del dos mil (Dos mil!) por ciento es algo lógico.

“Hay que tener en cuenta que las empresas no están pasando por un buen momento”, afirman mientras eligen dónde van a pasar las próximas vacaciones.

Casi seguramente en un lugar con luz y gas.

3) Los que se asustan con cualquier cosa que hagan los jóvenes

Y un día volvieron los reclamos de estudiantes secundarios a las calles de Mar del Plata. ¿Los motivos? Los de siempre. Nadie los escucha ni hace nada.

Piden no estudiar en edificios de mierda, con paredes descascaradas, techos que se llueven o calefactores que no funcionan. Hasta ahí cierto sector de la sociedad los acompaña, porque -como todos sabemos- la educación es lo más importante. Pero cuando esos pibes deciden ir un poco más allá, como tomar las escuelas o el mismísimo Consejo Escolar, aparece el rechazo masivo: “¿Por qué se tapan las caras?” y el “¿Qué tienen que ocultar?” son primos hermanos de “Si no tenés nada que ocultar no debería molestarte que la policía te pida documentos a cada rato…”

Enterate: se ocultan de vos, pedazo de vigilante antipibe.

Si se divierten, te molesta y los mandás a estudiar y a involucrarse. Si se comprometen y toman una escuela, les gritás que esa no es la forma. Si cortan una calle, es porque no quieren estudiar.

Los querés peinaditos y sumisos. Escuchando música a un volumen razonable. Te molesta no saber de qué hablan, qué es lo que quieren y a quiénes odian.

Ningún pibe nace escribano.

4) Los patovicas de vereda

Cada tanto nos aparece una noticia de este tipo. Marplatenses de bien que salen a la calle y llaman a los medios alertados porque otros vecinos se les quieren instalar cerca. Y acá no estamos hablando de una eventual toma de terrenos (estaríamos frente a un delito).

Hablamos de terrenos fiscales y de planes de vivienda.

Ya pasó con el PROCREAR y la Canchita de los Bomberos, cuyos vecinos fueron rápidos de reflejos y lograron un triunfo enorme, evitando la instalación de nueva gente “que no se sabe de dónde viene” y prefiriendo tener un baldío sin desmalezar antes que un conjunto de casas a pocas cuadras del mar.

Pero estos seres de luz están repartidos por todo General Pueyrredón.

Ahora aparecieron en Santa Isabel, rechazando la llegada de nuevas viviendas porque en el barrio “es muy caro vivir” y porque “no sabemos cómo van a hacer para mantenerse”, sugiriendo que la única salida será robarles a ellos, que se rompieron el lomo para poder conseguir un terrenito en las afueras.

Eso no es justo. No en esta meritocracia.

Altos vigilantes que -si pudieran- les cobrarían peajes a esas familias humildes que están haciendo esfuerzos denodados por no quedar afuera del sistema. Y que tuvieron la suerte de encontrarse con personas que trabajan y aúnan esfuerzos para que el mundo sea un poco más inclusivo que ayer.

¿Alguien se preguntó si ellos son merecedores de vivir en nuestra ciudad? ¿Tienen los impuestos al día? ¿Quieren a sus hijos? ¿Son más argentinos que el resto? Si supuestamente es tan difícil vivir y mantenerse en ese barrio ¿cómo hacen ellos?

5) Comentaristas de noticias por internet

Muchas veces tienen un nombre falso. Casi siempre son los primeros en aparecer en la sección que los portales destinan a la libre expresión de sus lectores. En el 90% de los casos, abren el fuego con un comentario provocador, como para originar una reacción en cadena que termina siempre -pero siempre, siempre- con insultos entre los comentaristas.

Ni siquiera son trolls pagados para favorecer una u otra postura política. Son vigilantes innatos, lo hacen gratis, sentados cómodamente frente a una computadora o tipeando desde un celular. Hay dos cosas que desprecian absolutamente: el prójimo y las reglas ortográficas.

Escriben en mayúsculas, tiran datos incomprobables y pretensiosos, que arrancan como si tuvieran información clasificada que puede tumbar un gobierno, pero que se termina diluyendo hasta la nada misma: “POR QUÉ NO LE PREGUNTAN AL CONCEJAL PERENGANO DE DÓNDE SACÓ LA PLATA PARA PAGAR EL COTILLÓN QUE USÓ LA ÚLTIMA NAVIDAD? ME PARECE QUE LA PAGAMOS ENTRE TODOS LOS VECINOS…”

Regla de oro: cuánta más vehemencia le pone a la cuestión de los impuestos que paga el pueblo, más flojo de papeles está.

Y saben de todo. En el tiempo en el que un horno microondas tarda en calentar una porción de tarta de atún que sobró de anoche, se encargan de decirle a Del Potro cómo encarar la final de la Davis, a Messi cómo gambetear y a Arroyo cómo abrocharse el piloto azul.

6) Los fundamentalistas del ojo por ojo

Me da miedo cuando se toman como verdades absolutas esas frases que tiran las estrellas de la TV cuando se habla de inseguridad. Porque el vigilante de alma ni siquiera se esfuerza por escuchar a las personas que han estudiado el tema o que tienen experiencia en el tratamiento del delito.

Y ahí van, repitiendo postulados aparecidos en el programa que conduce Santiago del Moro y que choca el resto de sus panelistas, ese ramillete de Chanos que se estrolan contra la racionalidad y el entretenimiento.

La frase “El que mata tiene que morir”, por ejemplo.

Inadmisible. E impracticable.

Supongamos, querido lector, que usted tiene la desgracia de caer en el delito y cargarse la vida de un tercero. Ojo que no hablo de evadir impuestos o lavar guita. No señor, esos no son delitos.

Bueno, si el que mata tiene que morir, usted debería morir. A manos de otro individuo, claro está. Alguien tiene que matar al que tiene que morir.

Automáticamente, tendríamos otro asesino. ¡Que debería morir!

¿Y quién mata al que mató al que tenía que morir?

Gracias Susana Giménez. Sos divina.


* Soliloquios de un tipo que se pone y saca el traje de periodista todas las mañanas, pero que, en el fondo, gustaría contestar a la pregunta: “¿Profesión?”, con un seco: “Comediante”.

El artículo original se puede leer aquí