Por Peter Dombi; información cruzada desde Our Broken System de Occupy London

Esta semana Hungría tuvo un referéndum para decidir si acepta o no las cuotas de inmigrantes del resto de la UE. El resultado de la consulta indicó un fuerte rechazo a aceptar las cuotas, con un masivo 98% de los votos emitidos por esa opción. Sin embargo, el propio referéndum fue declarado no válido, ya que sólo el 40,4% de la población emitieron votos válidos, no alcanzando la exigencia legal del 50%. Dejando a un lado el problema real que se debate aquí (migración), esto plantea algunas cuestiones políticas y morales muy interesantes, y, en particular, la mejor manera de llevar a cabo referendos para que dejen de ser manipulados.

Entonces, ¿qué estaba sucediendo realmente aquí? En esta votación fue muy claro desde el principio que el «No» ganaría, particularmente porque fue vehementemente apoyada por el gobierno. La respuesta al «Sí», en lugar de tratar de persuadir a la gente a votar por esa opción, simplemente se limitó a instar a todos sus seguidores a boicotear el referéndum – no porque pensaban que, de cualquier manera, la votación fuera fraudulenta, sino simplemente para impedir que alcance el porcentaje requerido por su legitimidad. Muy inteligente, y al final muy efectivo – pero, ¿es eso la democracia? En esta era de participación política popular de masas, ¿es aceptable boicotear la votación y desvirtuarla, simplemente porque usted piensa que no le gustará el resultado?

La mayoría de las personas están de acuerdo en que para que un referéndum sea válido tiene que llegar a un cierto nivel mínimo de acuerdo popular, pero pareciera ser que ahora los niveles mínimos exigidos son mucho más abiertos, permitiendo así los abusos. Por lo tanto, sería mejor simplemente establecer un nivel mínimo absoluto de apoyo a la propuesta, independientemente de si los del otro bando expresan su descontento votando contrariamente o no votando en absoluto.

Por lo general, en la mayoría de las elecciones generales, una participación del 60% se considera bastante aceptable, aunque muchos creen que en un referéndum de importancia nacional una participación del 70% sería mejor. Por lo tanto, tomando la cifra más alta como punto de referencia, un voto absoluto para un determinado curso de acción requeriría un poco más del 35% de la población para conferir legitimidad.

Sobre esa base, el voto en Hungría habría sido legítimo, dado que el lado ganador se aseguró el apoyo del 39,5% de la población. Curiosamente, en una línea similar de pensamiento, el voto Brexit (que de hecho no especifica una participación mínima para su validez) también habría superado el 37% del electorado que votó por “salir”.

En esta nueva era de democracia participativa, y de referendos, tenemos que encontrar la manera de hacer que estas cosas funcionen, y todos necesitamos acostumbrarnos a la idea de que no importa cuán seguros nos sintamos de estar en lo correcto, estar en la posición minoritaria significa estar en el lado perdedor.

Del sitio web de Peter Dombi: http://ourbrokensystem.com/