Por María Ester Feres.

También a la CUT le llegó el momento. Sus cuestionables prácticas eleccionarias y de gestión salen a la luz y son parte del escrutinio público, al igual que otras instituciones sociales y políticas hoy severamente cuestionadas por la ciudadanía. Su discutible accionar democrático, a menudo con cacicazgos carentes de transparencia y nocivas injerencias desde el Gobierno o los partidos, ha hecho crisis, harto mayor que las anteriores, que ya preocupaban por el debilitamiento de su representación.

Particularmente en sociedades democráticas vivas y participativas, siempre es difícil articular correctamente la normal y deseable militancia política de las dirigencias sociales con la indispensable autonomía de los partidos que deben tener en su función representativa de intereses colectivos que les son propios;  en este caso, uno tan amplio e importante como el mundo del trabajo.

La experiencia en nuestro país no ha sido exitosa producto del sistema de relaciones laborales que nos rige históricamente agudizado con el plan laboral de la dictadura. Un sistema que, con escasas excepciones en el tiempo, estatuye un sindicalismo muy regulado, atomizado, con alta injerencia estatal y proclive a ser cooptado políticamente. ¿De qué otra manera se entiende el respaldo dirigencial de la CUT a un proyecto de reforma laboral presentado por el Gobierno como de cambios estructurales a dicho plan, y que más bien lo legitimaba, a pesar del rechazo creciente de muchas de sus organizaciones afiliadas?

Así, las razones que se esgrimen para su crisis, atribuidas a una larga práctica electoral poco transparente, explican solo en parte su debilitamiento.

Para reparar el daño, no basta transitar con urgencia desde el tradicional voto ponderado a un ineludible voto universal y directo, exigible a todas las organizaciones de representación pública, más si estas son de carácter nacional. Se requieren cambios más profundos que le permitan representar a un mundo del trabajo cada vez más complejo y precarizado, que aspira a reformas sustantivas que aporten a mayor igualdad, al respeto integral de sus derechos laborales, de seguridad social y de ciudadanía.

Esta es quizás la oportunidad de refundar la CUT; de crear un gran referente sindical nacional, unitario, de amplia representación de los intereses de la clase trabajadora, como siempre lo soñó y por lo que tanto luchó don Clotario Blest y otros grandes dirigentes sindicales históricos. Todo ello, sobre la base de la autonomía sindical, lo que implica, entre otros factores, contar con registros transparentes, al día en afiliación y cotizaciones, con votación universal y directa, con los debidos órganos internos de control, también en materia de fondos -de la organización y de sus dirigencias-  sin reclamar improcedentes interferencias gubernamentales. Para un sindicalismo históricamente dependiente del Estado y de las leyes, con la admirable excepción de la ANEF, se requiere insistir que dichos ámbitos son parte de “la autonomía sindical”, según la OIT; que estos constituyen obligaciones ineludibles de resguardar por las propias organizaciones; procesos que, en caso de cuestionamiento al accionar de sus órganos internos, solo caben ser impugnados antes los tribunales competentes.

Esperemos que los últimos acontecimientos no solo dañen a la CUT en tanto la central sindical más representativa y por tanto interlocutora privilegiada ante el Gobierno y el empresariado, y que no perjudique significativamente la legitimidad del sindicalismo como actor socio-político, irremplazable en sus funciones de representación de los intereses de las y los trabajadores en nuestra tan debilitada democracia.

 

* Académica de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Central.

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