Este otoño que concluye, en Argentina, es frío. Destemplado. Áspero. Es el primer otoño neoliberal desde 2003. Se siente más tal vez porque venimos de una primavera -inestable pero esperanzadora- de 14 años. Y no queremos imaginar el invierno que nos depara el gobierno de las multinacionales. La situación es mala al día de hoy pero el invierno asoma con perfiles de naufragio. «No vamos a poder vivir», es el clamor popular: el enunciado de los clase media, de los pobres, de los débiles, de los viejos, de los frágiles.

La impotencia para modificar, aunque sea en parte, la situación familiar dentro del «orden» y la «convivencia» -propaganda del gobierno- se perfila como inverosímil. Día a día crece la certeza de que no hay salida sin desborde, sin explosión, sin violencia.

«Aguantemos, tal vez mejore. Demos tiempo» es el pedido angustioso de los pacientes. Se dirigen a una población perpleja, cada día más exhausta.

La pregunta es: ¿hasta cuándo se podrá aguantar? Nadie lo sabe con seguridad. Pero mes a mes engorda la convicción de que se acerca el «No va Más», hermano menor del «¡Que se vayan todos»!. ¿Remember 2001?

La «clase política» tiene su credibilidad en ruinas -es difícil distinguir la paja del trigo, sobre todo entre tanta paja- y la «clase empresarial» que instalaron las multinacionales como alternativa, está en franco retroceso ante la opinión pública.

El problema mayor para el ciudadano parece ser que la «realidad» es demasiado traumática para aceptarla sin más. Las personas no creen en lo que ven, no pueden aceptar que se hayan equivocado tanto. Están educados par dudar de sí mismos pero quieren creer que es un error que será corregido y el sinsentido actual trocará en el porvenir prometido. Recuerdan que votaron porque creyeron que habría «pobreza cero», que «se mantendrían los logros del gobierno anterior,» que «bajaría la inflación», que habría «pleno empleo»…

Creen que no puede ser -no puede ser- que los servicios de agua, electricidad, gas, transporte, alquiler, medicamentos… hayan subido tanto que no se pueden pagar. NO-SE-PUE-DEN-PA-GAR. ¡Así de simple! El encarecimiento de los alimentos y la depresión de los salarios hacen que las restricciones lleven al ciudadano a un espacio fronterizo con la desnutrición, la enfermedad y la muerte.

La desocupación también aporta al desastre existencial que ha provocado el conjunto de desatinos gubernamentales en los últimos siete meses.

El ser humano, ese «ente de carne y hueso» del que hablaba con ternura el gran vasco Miguel de Unamuno, ese que elige de buena fe -también con mucha ingenuidad- a los que deben ocuparse de los asuntos públicos, está abatido. Pero no postrado.

La semilla de la rebelión está latente. Vive en la memoria y germina en el corazón de los argentinos.