Por Roberto Cervantes Rivera, profesor de Historia, Arequipa-Perú.

Después del bochornoso papel del Jurado Nacional de Elecciones – desde cualquier punto de vista- que ha enturbiado el proceso electoral, el pasado domingo 10 de abril del 2016 se han llevado a cabo las elecciones presidenciales en Perú. Los votos en las urnas han dado un giro radical para posicionar en el gobierno agrupaciones políticas que, en sus diferentes propuestas, no tocarán el sagrado modelo económico neoliberal de libre mercado, modelo que sistemáticamente ha ido destruyendo el papel del Estadoy favorecido el crecimiento de empresas transnacionales y de sus grandiosas ganancias sin responsabilidad social.

Una muestra de ello es el balance social de alta precariedad de miseria, desigualdad, violencia y vulneración de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Contradictoriamente, Keiko Fujimori, la hija del dictador, en esta primera vuelta electoral tiene aproximadamente el 40% de los votantes; además, con 60 curules, se convierte en la primera fuerza política en el parlamento, escenario favorable para el diseño de las políticas y de la toma de decisiones orquestadas desde palacio, si gana en segunda vuelta o desde su casa. En ambos casos, no hay la menor duda que la mano larga del japonés Fujimori, desde la seudo-cárcel, indicará siempre la dirección del país.

Más allá de las reacciones de asombro ante los acontecimientos, estamos ante los ojos del mundo, sintiendo vergüenzas propias y ajenas. Estamos validando la violencia provocada por la dictadura fujimontesinista; hemos olvidado la violación de derechos humanos, el crimen, la injusticia, la corrupción, la impunidad. Casos que han sido sentenciados por el Poder Judicial, por los que objetivamente Fujimori y sus compinches están presos pagando crímenes de lesa humanidad en cárceles doradas; a lo que hay que añadir que temas planteados por la Comisión de la Verdad y Reconciliación – CVR, no han sido asumidos en su integralidad por el Estado y que aún las víctimas exigen justicia.

Ya no cabe duda que el fujimorismo tiene directa vinculación de participación en los temas descritos. Con esta tendencia electoral, si se concretiza la elección de los Fujimori, menos que antes se asumirán dichas responsabilidades, estamos en pleno retroceso político y ético que nos conduce a la impunidad. Sin embargo, nuevamente tenemos elegir al “mal menor” aunque ambas se parecen en lo mismo, la distracción estará en los temas de corrupción y seguridad ciudadana. Ya los conocemos: más cárceles y militarizar el espacio público, la diferencia quizá esté en el número.

Las dos agrupaciones que van a segunda vuelta ya contemplan dejar sin efecto la privación de libertad del dictador, para convertirlo en héroe nacional. Nos aguarda un hueco profundo y oscuro a nuestra fracturada moral como sociedad, precio de esta legitimación, de esta ausencia de memoria colectiva, que será el precedente de un mal inicio que deslegitima la institucionalidad, tan debilitada hoy en el país.

Entramos en un proceso de acercamientos políticos para sumar votos y asegurar la victoria; se irán negociando intereses partidarios y empresariales; repartijas, cargos y todo tipo promesas-chantajes que con el tiempo se convertirán en polarizaciones que van a transgredir el proceso democrático. Consecuentemente, Tía María, Conga y otros proyectos mineros detenidos hasta hoy, con cualquiera de estas bancadas tienen luz verde para hacer posible su viabilidad, decisiones que serán vinculantes a la generación del conflicto social. Esta situación será crítica porque está previsto la participación de la Fuerzas Armadas en términos de seguridad ciudadana y del cumplimiento de la “ley”, para garantizar el modelo económico que no entra en discusión, como las “aspirinas” de los programas sociales que conforman el limitado ejercicio ciudadano.

Otro escenario importante es la visualización de la izquierda en el país, que ha puesto nervioso a más de un inversionista y que ha logrado la movilización parcial de los sectores populares con una propuesta de re-mirar el país, con prioridad en la gente y en rol del Estado con respecto al modelo económico. Sin embargo, la división de la izquierda para esta elección, objetivamente hablando, ha impedido el protagonismo de su lideresa para la segunda vuelta. Hay rostros nuevos, disposición y renovación de ideas que son un reto de romper con la radicalidad y ser correspondientes a la democracia.

Finamente, ojalá que la intromisión de la Iglesia Católica, no perturbe el proceso electoral en esta segunda vuelta, tal como ocurrió con el representante de la Arquidiócesis de Arequipa, que rompió con la neutralidad tomando posición, estigmatizando y satanizando a algunos de los candidatos a la presidencia de la república.

En un escenario futuro el fujimorismo, con sus antecedentes autoritarios, estará ligado a confrontar viejas heridas de un pasado no resuelto, lo que significará para el país movilización e inestabilidad social . Se fortalecerá la concentración de los recursos y de las inversiones desde políticas centralizadas dejando a las provincias del resto del país en la postergación como proveedoras de materias primas y con problemas medioambientales graves. Culturalmente, representaremos un país sin moral porque hemos avalado la corrupción de la dinastía de los Fujimori, como también de los representantes parlamentarios que tienen serios problemas de corrupción con la justicia. Puede correrse el riesgo que esta legitimación sea el comienzo gangrenal de una la sociedad donde todo es válido.