Durante los últimos 5 o 6 años he escrito muchos artículos que hablaban de la conquista de derechos en el continente latinoamericano y de cómo se iba retrocediendo en los mismos en Europa o Estados Unidos. Las causas podían disfrazarse de políticas de austeridad, antiterroristas o de “eficiencia administrativa”, lo cierto es que se fueron cercenando derechos laborales, derechos sociales y de las individualidades.

El monstruo de las corporaciones vuelve a gobernar la Argentina, ya no hay un gobierno que pueda pelearle para evitar algunos abusos, es más, se ha instaurado un gobierno del cual forman parte los directivos y asesores de las grandes corporaciones: la agroindustria, la comercialización de servicios, el sistema financiero, la salud privada, la gran distribución de productos e incluso los lavadores de dinero.

¿Cómo hicieron para conquistar el poder político?

Esta vez no necesitaron de la complicidad militar para llevar adelante esta toma del poder, su principal aliado fueron los medios de comunicación, en las mismas manos, con los cuales fueron orquestando un in crescendo de conflictos y malestares sociales agudizados por las operaciones persistentes del sistema especulativo capitalista, las fuerzas de seguridad que perdían terreno en sus negocios espurios o las disputas del tablero geopolítico internacional, fundamentalmente dependiente del negocio de la energía y las armas y que encontraba en Argentina un escollo para la propagación de sus fines.

Lo cierto es que se confabularon detrás de una serie de candidatos marionetas de ese poder económico en las sombras que con un discurso demagogo y binario consiguieron doblegar a un candidato falto de carisma y de resonancia popular. Pero el problema, más allá de los errores propios del gobierno saliente, debemos encontrarlo en la subyugación de masas que juegan los medios de comunicación, que no requieren que sean consumidos directamente, sino que instalan los temas de conversación de la población, los sentidos comunes desde dónde se analizan los conflictos y generan los deseos y quejas de grandes porciones del electorado.

El deseo de satisfacción

Todos hemos sido consumidos por la insatisfacción, causas muy diversas, en muchos casos desconocidas por nosotros mismos, pero llevamos décadas siendo bombardeados por esa canción. Incluso creíamos que era positivo vivir insatisfecho porque eso generaba la rebeldía, el esfuerzo de superación y demás. Sí, está bien, pero también genera monstruos.

Estos son algunos detalles del contexto argentino que pueden ayudar a comprender cómo en menos de un mes de gobierno de Mauricio Macri, podamos escuchar la justificación de los aumentos de los precios por la pesada herencia o una devaluación feroz por un sinceramiento del valor del peso, una ola de despidos del sector público sin precedentes porque se trata de militantes políticos que no cumplen sus funciones… Hago un breve alto en esta enumeración para decirles a los incautos que puedan pensar esto que si realmente los más de 12 mil despedidos en este mes fueran militantes políticos peronistas o kirchneristas, Macri no hubiera tenido ninguna opción de ganar las elecciones.

Pero se justifican esos despidos, sino, por una promesa de excelencia y profesionalismo, insostenible cuando uno mira los currículums vitae de esta nueva generación de justificadores seriales del despropósito.

Las importaciones se han abierto y eso desencadenó otra ola de despidos, en este caso en el sector privado, empresas que fabricaban en el país porque era el único modo de comerciar en la Argentina, anuncian el cierre de sus plantas y el reemplazo por productos producidos en el exterior. Los beneficios para estas empresas son siderales, mientras son miles de familias las que pierden puestos de trabajo.

Carrefour, Procter & Gamble y tantas más forman parte de esta política de desprecio por la producción nacional y por el trabajador argentino prefiriendo la producción de las factorías de explotación y ataque ecológico de otras latitudes.

La represión

El absurdo más absurdo de esta forma de mirar la realidad tiene que ver con la aceptación generalizada de que hay que reprimir. No hay ni la más mínima pizca de empatía con las personas reprimidas en los medios de comunicación, son presentados por delincuentes como si los delincuentes fueran los que están cortando una ruta, exigiendo que se cumpla una promesa o que no se atropellen los derechos básicos de las personas o los colectivos.

Este desquicio lleva a describir a la policía como abnegados trabajadores que sufrieron en silencio durante 12 años la prepotencia de un gobierno que los obligó a dejarse pegar por los manifestantes, perdonen, pero tengo que hacer otra aclaración importante. Los medios de comunicación criticaron sistemáticamente cada represión existente durante los últimos 12 años (las hubo) y al mismo tiempo criticaban al gobierno por no reprimir y meter bala a la protesta social. Ante esta capacidad de pararse en las dos veredas, en el asfalto y por encima de la ciudad de los medios, era imposible encontrar un grado de cordura en la comunicación de masas en la Argentina.

La descripción mediática incluye a las víctimas de la represión como punteros políticos, como ñoquis o como barrabravas. Da igual que sean mujeres con niños en brazos, abuelos, personas con muletas, cooperativistas, empleados, desempleados o recientemente despedidos. Cabe decir que si se trata de “gente bien” que prende fuego contenedores y cortan avenidas céntricas de Buenos Aires por un corte de luz se trata de un reclamo de vecinos y pobre de quién los critique.

Ante tamaña campaña falaz la gente deja de pensar por sí misma y se convierten en ejércitos de repetidoras del sentido común enarbolado histéricamente por Majul, Laje, Bazán o Feinmann, con la consiguiente degradación de la especie humana que eso significa.

Esta suerte de hipnosis colectiva busca generar temor a enfrentar a un régimen desatado dispuesto a voltearse la Constitución, atropellar al Poder Legislativo y secuestrar el Poder Judicial. Un régimen que habilita la represión, no solo de la protesta social, sino de la libre circulación de las personas con la nueva normativa que permite la identificación y averiguación de antecedentes sin necesidad de estar en actitud sospechosa y hasta la libre filiación política, ya que identifica entre los trabajadores del Estado a aquellos que podrían ser opositores para deshacerse de ellos. Ni hablar del espionaje de las cuentas personales de los empleados estatales o de obligarlos a “confesar” que militan en algún partido u organización política en interrogatorios dignos de la Gestapo.

Sigo sin entender del todo cómo han podido endurecer tanto el corazón de cierta gente que parece dispuesta a avalar que se pongan granadas en las bolsas de basura para que vuelen los cartoneros o que se destruya a la compañía aérea de bandera porque en ella trabajan militantes de La Cámpora.

Por favor, un poco de cordura. No le puedo pedir cordura a quienes vienen a llevar a cabo un plan sistemático de depredación del Estado y de la patria, pero sí a los testigos indiferentes de estos atropellos, a quienes aplauden el encono y revanchismo y a aquellos que todavía se agarran la cabeza, pero con tibieza y suspicacia despotrican contra la organización social. ¡Vamos a unirnos porque estos nos llevan puestos!