Un problema para conseguir un pacto vinculante es que el tema ambiental tiene otras raíces: económicas, políticas, de seguridad alimentaria o la industria. El técnico de la WWF, Tarsicio Granizo, hace un repaso sobre los principales logros del documento final en la COP21 y aquellos que falta mejorar.

Por Tarsicio Granizo

Cada año, desde hace 21, se reúne la Conferencia de las Partes o COP por sus siglas en inglés. Se trata del órgano supremo de la Convención marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. La última cumbre, realizada en París, tenía una importancia especial, pues se buscaba aprobar un nuevo acuerdo que sustituyera al Protocolo de Kioto.

Este Protocolo, como cualquier otro en el derecho internacional, es un anexo de la Convención, que en este caso buscaba principalmente disminuir la emisión de gases de efecto invernadero. Tenía vigencia hasta 2012, año en que se decidió prolongarlo hasta 2020. Por eso París era tan importante, pues el acuerdo debía tener valor legal o “vinculante”, es decir ser obligatorio para los 195 países firmantes.

Si bien Kioto fue vinculante, las emisiones de los gases causantes del cambio climático no disminuyeron, primero porque un país fuertemente emisor, Estados Unidos, nunca lo ratificó y, segundo, porque los países desarrollados que sí lo hicieron no lograron cumplir con sus compromisos. Tampoco cumplieron con sus ofrecimientos de financiar la lucha contra el cambio climático, que se basa en un principio de la Convención, el de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, lo que significa que si bien todos somos responsables del cambio climático, unos países son más causantes que otros, y por tanto tienen que asumir esa responsabilidad, entre otros aspectos financiando acciones de mitigación (disminución de emisiones) y de adaptación.

¿Pero por qué ha sido tan difícil llegar a acuerdos en esta Convención? Lo que sucede es que la Convención contra el Cambio Climático no se relaciona solamente con el tema ambiental sino con otros aspectos, como la economía, la seguridad alimentaria, el agua, el comercio, la industria, etc. Por ejemplo, hacer que una fábrica emita menos CO2 a la atmósfera puede costar millones de dólares en tecnología, cambios en su diseño y tiempo, lo que puede ponerla en desventaja frente a otra de la competencia.

Hay otro aspecto fundamental: las llamadas responsabilidades históricas. China es hoy casi tan emisor como Estados Unidos, pero, a diferencia de este, los países desarrollados han contaminado la atmósfera desde el inicio de la revolución industrial. Además, si se calcula las emisiones per cápita, las de los países desarrollados están muy por encima de los de economías emergentes como India o Brasil.

Como hay mundos y modelos económicos, políticos, sociales y culturales diferentes, encontrar una solución única no es fácil. El Acuerdo de París lo ha logrado de alguna manera y contiene cosas buenas…y otras no tanto.

Si bien es obligatorio para los países, por ejemplo, la reducción de emisiones, el Acuerdo no cuenta con mecanismos de sanción para los que no cumplan. Se basa ante todo en la reducción voluntaria. Esto es especialmente peligroso porque los cálculos que se han hecho sobre los actuales compromisos de reducción de emisiones (conocidos como INDC, por sus siglas en inglés) nos dicen que no se podrá mantener un aumento de “solo” 1,5º C con respecto a los niveles de temperatura preindustriales (lo deseado), sino que al ritmo que vamos, estaríamos elevando la temperatura en los próximos años hasta en 3º C o más. Es como si en un restaurante luego de comer cada quien pagara la cuenta según lo que “quiere” y no según lo que “debe”.

Por otro lado, se menciona la necesidad de financiar el proyecto con $ 100 mil millones anuales hasta 2020 y compromisos mayores a partir de 2020. Esta cifra es ínfima con respecto a lo que requiere el planeta para combatir el cambio climático. El convenio carece de mecanismos de control para saber de forma transparente que el financiamiento no esté “camuflado”.

Por último, se logró que el llamado mecanismo REDD (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de bosques) tenga al fin acceso a recursos. Los bosques son importantes herramientas para mitigar el cambio climático porque “guardan” carbono en sus troncos.

Lo real es que aún queda trabajo para desarrollar los mecanismos de aplicación del acuerdo. Y todavía queda por resolver el problema fundamental: que los países desarrollados reconozcan la deuda histórica que tienen con el planeta y se comprometan a disminuir sus emisiones y a financiar con montos apropiados las causas y efectos del cambio climático. Si el acuerdo es suficiente no lo sabremos sino después de algún tiempo. Y ojalá no sea demasiado tarde.