Compartimos con nuestros lectores el comentario de Luis Dávila Loor, comunicador social ecuatoriano, al libro de Pressenza. El comentario fue hecho en el marco del lanzamiento del segundo libro de Pressenza: Crisis Global-Consecuencias y Oportunidades.

Han pasado seis días desde el viernes 13 de noviembre de 2015, cuando ocurrieron los acontecimientos de terrorismo en París. La magnitud del evento, la barbaridad y las víctimas, han sido motivo más que suficiente para que se haya producido una avalancha informativa sobre el tema. Y, como en la mayoría de casos de gravedad, la información ha llegado con perspectivas homogenizadas. ¿Qué puede hacer una persona para encontrar una visión distinta a la de la mayoría de agencias, informantes y analistas internacionales que repiten prácticamente los mismos argumentos? ¿Quién puede brindarnos una mirada que no se sume, sin beneficio de inventario, al lenguaje guerrerista, a la absurda estrategia de convertirlo todo en espectáculo, hasta las tragedias más inhumanas? ¿Qué fuente confiable hay que no disfrace esta tramoya mercantilista sin echar mano a los doloridos testimonios de los sobrevivientes? ¿Cómo evadir la hipocresía de mostrar el rechazo mundial a semejante bestialidad a través de las declaraciones de Obama, Putin, Hollande, Netanyaju, y otros personajes, quienes, precisamente, forman parte de esa camarilla de líderes que de varias maneras alientan el clima de violencia en el planeta?

Quizás ustedes conozcan fuentes alternativas y que tengan confianza en ellas. Yo diría que sí las hay, por ventura, aunque hay que bucear para encontrarlas. Y, sin necesidad de sumergirnos, también tenemos a Pressenza, esta plataforma de periodistas, comunicadores, que se ha planteado el compromiso de informar desde una perspectiva de paz y no violencia. Tarea complicada, vanguardista, comprometida con causas profundas que va a contracorriente de las éticas pragmáticas que hoy infestan la mente humana. Seguramente, lo que en estos días Pressenza habrá informado sobre los acontecimientos de París se habrá colocado en la acera contraria a los ejes transversales con los cuales hoy, lastimosamente, se construyen los sentidos: el fanatismo, el hegemonismo, la intolerancia, el egoísmo, el individualismo y los más aberrantes fetichismos.

Esta agencia, Pressenza, es la que hoy realiza la presentación del libro La crisis global, consecuencias y oportunidades. Libro que aborda ámbitos complicados que ocurren en el mundo y que demandan lecturas desde todos los ángulos. Obra que nos ilustra acerca de temas que en estos tiempos han estado a la orden del día: Gracia, España, Colombia, los refugiados en Europa, la crisis en América Latina, Unasur, China, Ucrania. Y páginas que se adentran en el pensamiento filosófico, político, económico y social, siempre con una mirada crítica, desde el humanismo que les inspira.

Para comentar esta voluminosa obra que ha recogido una serie de opiniones de sus periodistas y entrevistas a personajes, empezaré preguntando: ¿qué no es la paz? Aunque en la cátedra de lógica se enseñaba que las cosas nunca debían definirse por sus contrarios, por su negación, tal vez, como ejercicio metodológico sí convenga hacerlo.

No es paz lo que ocurre en Irak y Siria, donde los yihadistas suníes de ISIS, al grito de Allah k´bar (Alá es grande), con una brutalidad que deja corta a Al Qaeda, su brazo originario, buscan mayor control territorial y la implantación de un califato. Ni lo es el apoyo bombardero ruso para combatirlos. Ni lo será la guerra y persecución que ya se está desatando contra ellos, de la cual será la principal víctima la inocente población civil. Ni la sospecha y represión que se desatará contra musulmanes por el solo delito de profesar el islam. Ni la guerra que libra el presidente sirio Bachar Al Asad con la oposición a su gobierno. Ni los múltiples conflictos en Yemen. O en Afganistán, donde ya se decidió prolongar la estadía de tropas de los Estados Unidos. Ni los conflictos al noroeste de Pakistán, y los de este país con la India por el territorio de Cachemira. Peor las gravísimas crisis de la República Centroafricana, o los conflictos en Sudán del Sur, Mali, Somalia, o los recientes atentados en Nigeria o los episodios en República Democrática del Congo, por los problemas con la población fronteriza de Ruanda.

Cuando pronuncio la palabra Ruanda pienso en el documental La sal de la tierra, que da cuenta de la obra fotográfica de Sebastián Salgado, cuyo lente captó primero el horror de la masacre de hutus a tutsis y años después la revancha de estos hacia aquellos: palas mecánicas recogiendo cadáveres como si fueran escombros, un padre dejando a su fallecido hijo en la pila de muertos o kilómetros de cadáveres a lo largo de una carretera. Esto le llevó al famoso fotógrafo a creer que el hombre era la peor especie que había engendrado La Tierra, el ser más nefasto, el más dañino. Quizás esas fotografías, que además dieron testimonio de la hambruna en Etiopía, de la guerra en Yugoeslavia y de la quema de los campos petrolíferos ordenada por Hussein en Irak, puedan describir con absoluta claridad lo que no es la paz.

No es paz, tampoco, la acción de narcotraficantes contra el Estado y sociedad mexicana ni los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapla. Ni los cientos de miles de desplazados que hoy peregrinan por los bordes europeos, ni las embarcaciones rebosantes de emigrantes en el Mediterráneo, ni los niños ahogados, ni las manifestaciones xenofóbicas contra la ola migratoria. Como tampoco lo es el hecho migratorio por el desierto de los Estados Unidos. Ni las docenas de muros y murallas, más oprobiosas que la de Berlín, que buscan impedir el ingreso de los diferentes. Ni los asesinatos de estudiantes a sus compañeros en colegios norteamericanos.

No es paz las décadas de violencia en Colombia, que al fin parece que terminarán. Recuerdo un reportaje que hizo hace varios años la monja Alma Montoya acerca de un confín en el departamento de Bolívar, donde los paramilitares, para aterrorizar a los pobladores que no querían abandonar sus viviendas, le cortaron la cabeza a un niño y se pusieron a jugar con ella. En minutos no había quedado un alma en esa localidad.

Tampoco es paz la obscena concentración del capital, la exclusión. No lo son los tratados bilaterales de inversión ni la OMC y sus vergonzantes Aspectos de Propiedad Intelectual relativos al Comercio. Ni el altísimo índice de Gini de América Latina, ni la concentración de la tierra, ni las necesidades básicas insatisfechas, ni las dos mil niñas menores de 14 años que son violadas y embarazadas anualmente en Ecuador, ni la pedofilia de los obispos católicos y de los jerarcas sodalicios, secta desarrollada en el Perú que tiene altos personajes de la política ecuatoriana como seguidores.

Un avión de Metrojet que viajaba a San Petersburgo estalla en el aire 23 minutos después de despegar de la localidad turística de Sharm el-Sheij, en el mar Rojo. Mueren 224 personas y hay quienes victoriosamente, orgullosamente, se atribuyen el atentado. La no paz ha llegado a este nivel de irracionalidad.

No es paz que te maten por robarte el celular. O que te siga juicio con todo el aparato estatal por ser crítico, por no creer que hay verdades absolutas, menos en la política.

“Hermanos a hermanos hacían la guerra, / perdían los débiles, ganaban los malos, / hembra y macho eran como perro y perra…” Ahora que se van a cumplir 100 años de la muerte de Rubén Darío, apelo a estos versos suyos con los que el lobo, al que todos consideraban asesino, le hizo ver a Francisco de Asís de lo que era capaz el ser humano, por su saña, su ira, por su infamia y mentira.

Si la no paz es lo que conocemos, lo que encaramos todos los días, lo que, a fuerza de cotidianidad, podemos conceptualizar con sobra de detalles, ¿cómo gente humanista puede encarar la tarea de informar acerca de lo que acaece en este mundo desde una perspectiva contraria? ¿Es que los periodistas de Pressenza tuercen los ojos y se dedican a informar sobre cosas insulsas? ¿Desenfocan la lente para mirar solo lo bonito que pasa? Esta paradoja que parece infranqueable entre violencia y paz es la que se revela en las páginas de La crisis global, consecuencias y oportunidades. Si no me equivoco, casi todos los temas que he enumerado arriba son abordados en este libro, lo cual agranda su valía, incluso como texto de consulta.

Creo que Pressenza sí desenfoca la lente, no para dejar de mirar lo que aterra sino para observar con otro sentido, desde otra ética, desde una diferente estética. ¿Cómo entender la que Pressenza informe desde una cultura de paz y no violencia en un mundo tan violento? En el preámbulo de este libro dice: “No podemos simplemente ser cómplices de la violencia. La denunciamos, la develamos, la resistimos”. Ahí está la respuesta.

Y más adelante, leemos a Guillermo Sullings: “A la hora de construir un camino de verdadera transformación, somos muchos los que coincidimos en el punto de partida: no queremos un mundo en el que ese para-estado que es el poder financiero internacional, decida el rumbo de la economía. No queremos un sistema económico que enriquece a unos pocos y margina a millones, motorizado por la avaricia y el consumismo que están depredando el planeta. No queremos dictaduras autoritarias ni tampoco democracias hipócritas conducidas por políticos cómplices de ese sistema. Somos muchos también los que coincidimos con el mundo al que aspiramos. Un mundo en paz, sin guerras ni ningún tipo de violencia, un mundo en el que la economía esté al servicio del ser humano y no a la inversa. Un sistema económico que se desarrolle en equilibrio con el ecosistema, en el que la riqueza se distribuya equitativamente, y donde cada ser humano tenga reales posibilidades de tener una vida digna, sin ser ni marginado, ni explotado, y sin alienarse en la carrera materialista”.

Imposible resumir en tan poco tiempo lo que dicen estas 450 páginas. Sin embargo, vale citar otros textos. En el plano económico, hay opiniones en el libro que hacen propuestas innovadoras.

Con respecto a la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas: no basta –se señala– con cobrar impuestos para financiar empleos públicos o subsidios, porque se favorece la creación de burocracias estatales dependientes del clientelismo político, porque se agotan los recursos fiscales o se producen procesos inflacionarios. Se plantea que la herramienta fiscal sea utilizada para presionar a las empresas a fin de que destinen una parte creciente de sus ganancias a la reinversión productiva generadora de puestos de trabajo, lo que significaría también un avance irreversible en la dinámica de inclusión laboral, y un proporcional retroceso de la canalización especulativa de los excedentes.

Se propone una banca estatal sin interés –no sé si esto sea posible–, que promueva el desarrollo inclusivo y la canalización de fondos hacia la producción, para así debilitar la especulación financiera. Para una tercera edición, que Pressenza seguramente estará ya pensando, sugiero se aborden hechos alternativos que bien valen la pena: banca ética, por ejemplo, con base en los ejemplos de España e Italia. O las experiencias de economía popular y solidaria y finanzas populares y solidarias que se llevan adelante en Ecuador, que, aunque todavía se sitúan en el plano de una utopía reactiva, son aportes que buscan salir de la matriz capitalista.

En el plano político, se plantea a lo largo de varios artículos de opinión el avance hacia una democracia real, en la que los ciudadanos tengan cada vez más injerencia en la toma de decisiones. “En ese sentido, cada logro vinculado a la implementación de consultas populares, elecciones directas, iniciativas populares, revocatoria de mandatos, y todo tipo de participación en la toma de las decisiones, debiera ser un bastión desde el cual trabajar para la siguiente conquista, hasta que realmente el poder esté en la población” se señala.

Es interesante la crítica que se realiza en torno al papel del Estado. “Si bien, luego de la época neoliberal, se recuperó el papel del Estado en la economía, y eso ha sido de suma importancia, debemos decir que, aún en aquellos casos de reformas más profundas, no se ha logrado modificar sustancialmente la estructura distributiva del capitalismo. En algunos casos solamente se ha intentado compensar las injusticias del mercado, mediante el aumento de gasto público en función social, y en otros además se ha tratado de potenciar la industria nacional. Todo este proceso, si bien ha significado un gran avance con respecto a la situación anterior, ahora está llegando a un límite, a una meseta desde la cual será difícil seguir avanzando, si no se encaran transformaciones estructurales más profundas”.

El libro, en esta perspectiva, contribuye de manera crítica a reflexionar sobre los llamados gobiernos progresistas en América Latina, y coincide así con otras posiciones serias que visualizan, en primer lugar, una nueva fase de movimientos sociales que se están expandiendo y que están modificando sus propias realidades; en segundo lugar, una baja en la gobernabilidad de los gobiernos progresistas que se había asentado en políticas sociales que fueron posibles, en gran medida, por los excedentes que dejaban los altos precios de las exportaciones y que ahora se ven limitados debido a la caída de los precios de los commodities, y, en tercer lugar, la capitalización política de las derechas luego del declive de un modelo que promovió la inclusión a través del consumo, tal como señala Raúl Zibechi. Las opiniones vertidas en el libro en este orden de cosas son valientes, y no se detienen ante las burdas y acríticas voces que creen que siempre la mano de la derecha está detrás de las críticas al progresismo.

Destaco en la obra pensamientos como los de Javier Ruiz Tagle, cuando tiene la audacia de plantear que, “Dada la actual situación de urgencia, sería hora de volver a tomar en serio las viejas propuestas del anarquismo, las mismas que el Humanismo Universalista hizo suyas desde su nacimiento: desconcentración del poder y democracia real; descentralización y federalismo; cooperativismo –yo preferiría llamar economía popular y solidaria–; multiplicidad de respuestas en todos los campos, desde una base social activa y organizada. En este nuevo contexto social, el Estado debiera reformularse para ejercer un rol muy distinto al que ha jugado históricamente: su función será la de establecer una coordinación eficiente entre las diversas variantes que vayan surgiendo, para hacerlas converger hacia un objetivo común. Los proyectos hegemónicos, cualquiera sea su signo, ya no son viables (si es que alguna vez lo fueron) y el asunto político más importante para el futuro no será la acumulación del poder sino que, por el contrario, el crear los medios efectivos y confiables para transferirlo hacia el todo social”.

Me parece que este criterio confluye con el de personas y movimientos que en la actualidad, al ver como se están desarrollando las cosas, plantean que hay que trazarse una estrategia política de largo aliento, afincada principalmente en la ética, que mire un proyecto desde un tercer eje: la ciudadanía. Pues, los modelos que han privilegiado la acción del mercado, primero, han fracasado, y las que han privilegiado el papel del Estado, últimamente, están llegando a su agotamiento.

El libro también es una oportunidad para acercarse al Humanismo. Al respecto, el propio Ruiz-Tagle escribe que, “Para el Humanismo no existe nada más sagrado que el ser humano y sus posibilidades de liberación, no solo de las limitaciones materiales sino también de su condicionamiento mental. Cuando esta sentida aspiración es compartida, se convierte en un aglutinante muy poderoso pero también se distancia claramente de cualquier otra posición que ponga límites a ese despliegue libertario […] Para el Humanismo Universalista todo cuanto se refiere a lo humano es histórico, no natural”.

En las palabras anteriormente leídas se plantea que, además de la lucha por la igualdad manifestada en muchos escritos del libro, prima un equilibrio con la libertad. Esto es central en el debate latinoamericano actual y trae a colación una reflexión que realizó hace algunos meses Fernando Tinajero, en referencia a una tesis de Bolívar Echeverría. La tesis planteada por Echeverría –señalaba Tinajero– “parte de la famosa declaración aristotélica que concibe al ser humano como animal político: a semejanza de muchas especias animales, la nuestra se caracteriza por tener una vida social; pero a diferencia de ellas, su socialidad no está definida de una vez para siempre por las leyes naturales, sino que tiene que ser continuamente redefinida mediante la elección libre de una forma propia. Por eso, mientras los animales no hacen historia, el ser humano es su propia historia, o sea, lo que ha hecho de sí mismo. Esa capacidad de dar forma a la vida social es la politicidad, o, en otras palabras, lo político: atributo humano esencial, sin el cual el ser humano recaería en la pura animalidad. La política, en cambio, es el ejercicio real y concreto del poder, de su impugnación o su conquista. […] Cuando la normalidad cotidiana es rota por factores endógenos o exógenos, sobreviene la crisis y la sociedad se alista a los actos de su propia refundación, que es la actualización del pacto tácito que sostiene cada forma de organización social. Entonces se suspende la política y se actualiza lo político: la sociedad reasume su condición de entidad llamada a darse su propia forma”. Tinajero utiliza esta tesis para plantear que no es posible aplazar la vigencia de la libertad para asegurar la igualdad. “Actuar políticamente es lo propio de nuestra condición de seres libres; no hacerlo es descender a la pura pulsión biológica o al mero consumo enajenado”, concluye.

El libro La crisis global, consecuencia y oportunidades trata de estos y muchos aspectos más, y nos despierta consensos y, por supuesto, disensos, como debe ser. Justamente, por la cantidad de ámbitos nacionales, regionales y globales que topa, es, como señalé antes, una obra de cabecera para cualquier comunicador. Felicito a quienes lo han editado por la valía del producto y el esfuerzo y dedicación plasmados.

Por lo demás, el libro nos ofrece la oportunidad de acercarnos a una corriente de pensamiento que hoy, cuando las palabras socialismo, revolución, cambio y otras se han vaciado, pervive y se fortalece: el humanismo.

Muchas gracias.