He sido enviado en un viaje de un día a Idomeni en una misión con la ONG PRAKSIS, solo a un metro de distancia de la frontera de la esperanza. La caravana de autobuses que transportaban a las personas que quieren salir de Grecia, espera pacientemente en la gasolinera a pocos kilómetros detrás del campo de refugiados. Los agentes de la policía permiten solo a dos autobuses cada vez a acercarse al campo, con el fin de controlar los flujos. Veo a mi alrededor muchas familias de refugiados con niños, la mayoría de ellos muy jóvenes, con sombreros y guantes, pero lo más característico es su sonrisa, especialmente cuando una mano les ofrece chocolate.

En el corto camino hacia la frontera, me doy cuenta de su fatiga y ansiedad, pero también de su esperanza. Los voluntarios de las ONG en los campamentos ofrecen bolsas de dormir y ropa; ofrecen alimentos, agua y jugos fuera de los campamentos provisionales; preguntan acerca de medicina que necesitan, o de los servicios médicos. Trabajan 24 horas, 7 días a la semana en turnos. Las relaciones entre ellos son armoniosas. Mientras la gente va avanzando, obtienen lo que necesitan y son enviados hacia la gran carpa de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), donde tienen que mostrar sus documentos y decir de dónde vienen. Si sus documentos son aceptados por la policía de fronteras, pasan, si no, vuelven. Nada más importa, salvo los documentos. Los funcionarios explican que uno puede pasar si viene de Siria, tal vez incluso si viene de Afganistán o Irak. Envían de regreso al que viene de cualquier otro lugar, inclusive de Palestina. Lo envían de regreso incluso si tiene niños pequeños, si está cargando un bebé o si está embarazada. El ACNUR se involucra cuando aparece algún problema de emergencia o de controversia. En tales casos, la esperanza vuelve a surgir, pero no siempre es seguido por un resultado positivo.

Un hombre desesperado que viene de Irán y que ha llegado a sus límites, trata de saltar sobre la cerca. Se lesiona gravemente; una ambulancia lo traslada al hospital más cercano. Algunos jóvenes de Marruecos murmuran: “Malo, malo…” Otros hablan en sus teléfonos móviles con sus familiares que lograron cruzar, preguntándoles: «¿Cómo lo hiciste? A nosotros nos han enviado de vuelta.» De los cerca de 500 personas que llegaron a la frontera ese día, solo 200 lograron pasar. Los otros fueron enviados de vuelta. ¿Volver a dónde? ¿Volver a sus países? ¿Volver a la guerra y la pobreza? «Pero, de eso es lo que estamos tratando de escapar, ¿no lo comprenden? También lo hemos escrito en las tiendas de las organizaciones, tratando de hacerlo comprender: Quemen las fronteras, no el carbón…»

Las autoridades explican que ser un refugiado es una cosa; pero ser un migrante económico, es otra. Venir de Siria es una cosa; pero venir de Palestina, es otra cosa. ¿Qué tipo de criterios son esos? Nuestra civilización mantiene las fronteras cerradas y las abre en ciertas condiciones. Creo que esas condiciones deben volver a examinarse. Inmediatamente.