Bergoglio ha reclamado su eliminación en un territorio que aún mantiene esta práctica en varios estados. Siete de ellos ejecutaron a presos en 2014.

«Una pena justa y necesaria nunca debe excluir la dimensión de la esperanza y el objetivo de la rehabilitación», ha dicho al respecto.

El pontífice se ha reservado también unas palabras para los refugiados: «la crisis representa grandes desafíos y decisiones difíciles de tomar».

«La abolición mundial de la pena de muerte». Es una de las peticiones, quizá la más importante, que el pontífice ha hecho este viernes en el Congreso de Estados Unidos, un territorio que aún mantiene esta práctica en algunos estados, como Texas, Oklahoma o Florida.

Según los datos del Centro de información sobre la Pena de Muerte (DPIC, por sus siglas en inglés), desde que el Supremo confirmó las nuevas leyes de pena capital en 1976, en Norteamérica se han llevado a cabo 1.414 ejecuciones. Solo Texas ha sido responsable del 45%. Siete estados terminaron con la vida de algún preso el año pasado.

Para Bergoglio, «una pena justa y necesaria nunca debe excluir la dimensión de la esperanza y el objetivo de la rehabilitación». «Estoy convencido que este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad solo puede beneficiarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito», ha añadido.

En Estados Unidos, Nebraska ha sido el último estado en poner fin a la pena de muerte. Antes de él, ya lo hicieron otros 18. Pero aún hay motivos para seguir reclamando su abolición universal, y así también lo respalda la propia sociedad norteamericana. De acuerdo con una encuesta del Pew Research Centre en abril, la pena de muerte cuenta con el menor apoyo de los últimos 40 años en la sociedad estadounidense, aunque aún mantiene una mayoría a su favor, con un apoyo del 56%.

En su discurso, el papa ha tenido también palabras para las personas migrantes. «No podemos dar nunca la espalda a los vecinos», ha dicho en alusión a los millones de inmigrantes cuyos derechos «no siempre fueron respetados». Se ha referido expresamente a las políticas de inmigración de Estados Unidos. Para ello, ha hecho referencia a las personas que en tiempos pasados, «bastantes convulsos y sangrientos», llegaron a lo que hoy es Estados Unidos. «Es difícil enjuiciar el pasado con los criterios del presente», ha justificado después.

«Construir una nación -ha continuado- nos lleva a pensarnos siempre en relación con otros, saliendo de la lógica de enemigo para pasar a la lógica de la recíproca subsidiaridad, dando lo mejor de nosotros. Confío que lo haremos». «Nosotros, pertenecientes a este continente, no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros», ha recordado Bergoglio al aludir al pasado común que comparte con muchos de los congresistas ante los que pronunció su discurso.

Y para la crisis de refugiados se ha reservado una nota al pie. «Nuestro mundo está afrontando una crisis de refugiados sin precedentes desde los tiempos de la II Guerra Mundial. Lo que representa grandes desafíos y decisiones difíciles de tomar». «A lo que se suma, en este continente -dijo Bergoglio- las miles de personas que se ven obligadas a viajar hacia el norte en búsqueda de una vida mejor para sí y para sus seres queridos, en un anhelo de vida con mayores oportunidades».

Otro tema recurrente en sus intervenciones, la del extremismo religioso, ha aparecido una vez más en esta ocasión. «Ninguna religión es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo ideológico. […] Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad de las religiones, de las ideas, de las personas requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que trabajar», ha afirmado.

El papa ha criticado en su discurso que «el mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión». «Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino, ha denunciado Francisco, es la mejor manera de ocupar su lugar».

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