Los gobiernos europeos, el FMI y el BCE se comportan como desalmados con el pueblo de Grecia. Sólo ven los números, no las personas que hay detrás.

El pueblo griego está llamado a decidir si todavía tiene alma.

Un desalmado es alguien que no tiene alma; alguien que, según los antiguos, no tiene ánima, no está animado, o sea que no está vivo. Uno no le pide nada a un muerto, porque asume que éste ya no puede hacer nada; sin embargo, mantenemos la creencia -y la esperanza- de que quienes están a cargo de los gobiernos europeos, del FMI o del BCE, son personas vivas, y por tanto esperamos de ellos algunas actitudes propias de un ser humano vivo.

Lamentablemente, día tras día nos van demostrando que estamos equivocados, que ya no queda vida en ellos, que son como zombies, autómatas que se comportan según intereses extraordinariamente mezquinos, con una estrechez de miras ridículamente cortoplacista aunque, tal vez, muy representativa de esta época. Han perdido toda capacidad de empatía con la población, sólo se entienden entre sus círculos de poder, con una elaborada jerga que les facilita el aislamiento y los protege de la realidad circundante.

Los restantes gobiernos europeos -que no sus pueblos, los cuales han vuelto a ser ignorados- exigen al gobierno griego varios imposibles: que traicione a quienes los han votado hace pocos meses, que traicione sus propias convicciones, que se suicide políticamente, que estrangule aún más a la extenuada población griega, y que haga todo eso aparentando normalidad, como si no pasara nada fuera de lo común. Quizás sea que están acostumbrados a estos comportamientos en otros gobiernos, que se esconden detrás de pantallas de plasma, o que ganan elecciones con un discurso de izquierda para inmediatamente comenzar a aplicar políticas opuestas a lo que habían prometido.

Hace unos años Michael Moore hizo la película “Psicópata”, referida al sistema sanitario en Estados Unidos, dando a entender que quienes lo controlaban eran personas con tendencia psicópata, incapaces de empatizar con los demás. Algo muy parecido ocurre con las “instituciones europeas”, aisladas en sus torres de marfil, tan lejos del suelo que sólo ven hormigas, no personas.

Mientras tanto, el gobierno griego ha cometido la peor de las traiciones, según la visión del poder: ha convocado un referéndum, pretendiendo que sea el pueblo soberano el que decida qué hacer. Ya se sabe que, para los poderosos, hay cuestiones demasiado importantes como para dejarlas en manos del pueblo. En cambio, quienes de verdad creemos en la libertad y la democracia pensamos lo contrario: hay cosas demasiado importantes como para dejarlas en manos de desalmados.