Historia de la filosofía – desde la antigüedad hasta nuestros días

por Christoph Delius y Matthias Gatzemeier, Deniz Sertcan, Kathleen Wunscher. Editorial Ullmann.

Me dije a mí mismo, he aquí un libro que podría llenar unas cuantas lagunas (ya que la filosofía no es algo que yo realmente domine) aprendiendo de los comentarios de aquellas personalidades que han contribuido a su desarrollo y no por un tratado claramente definido del proceso del pensamiento filosófico.

Empezó bien, Antigüedad Clásica, con los griegos y el título neto “Del Mito al Logos” y los primeros balbuceos del asombro filosófico que refleja nuestro estupor ante fenómenos inexplicables, despertando la pregunta por su origen y sus causas. Esto que se presenta en forma de mito y también bajo la forma del preguntar curioso, en una búsqueda muy temprana de explicaciones en la historia de nuestra especie.

La transición del Mito al Logos impulsada por la diferencia entre el lenguaje narrativo de la historia de dioses y héroes mitológicos y el pensar racional que dio entidad a la explicación de las cosas. Este fue un valioso comienzo. El nombre de los dioses usado metafóricamente, reinterpretando los mitos alegóricamente.

A pesar de que profundicé en el trabajo y fui atrapado por él, pensando en todos esos nombres que había tenido que grabar en mí memoria aquí y allá, sentía que cuánto más profundizaba, más difuso se hacía todo.

Con la introducción del término epistemología –la rama de la filosofía dedicada a la naturaleza y el origen del conocimiento– fue como si no pudiera concentrarme en el ocasional asunto ante mis ojos, como si en vez de desvelar una claridad y desarrollo definitivos, se volviera más y más difuso cada vez.

Respecto a la filosofía romana, Cicerón negaba la posibilidad del conocimiento absoluto, al tiempo que “exigía un riguroso examen sobre los propios criterios, por medio de un juicio incisivo sobre todos los argumentos posibles”.

Dejando de lado la pléyade de variantes que saturan el camino de la filosofía en su “desarrollo”, a este último respecto, advierte que vale la pena defenderla aunque sea por su utilidad práctica, con lo cual entramos en la Edad Media.

Es sabido que en Europa o en Occidente, desde el siglo IV en adelante, durante mil años, el peso mayor de aprenderla y conservarla recayó en las iglesias o más exactamente en los monasterios, teniendo como centro a San Benito en el orden monástico.

Hacia el Este florecía Constantinopla, pero esa es otra historia, ya que en el libro en cuestión el sujeto es antes que nada europeo o cristiano-europeo. Sólo cuando Constantino decretó la igualdad estatutaria del cristianismo con el paganismo, comenzó un cambio paradigmático con el cristianismo a la cabeza como única forma aceptable de pensamiento.

Las teorías del mundo ancestral, debieron entonces entroncarse con las enseñanzas cristianas, mezclándose lo nuevo con lo viejo, por demanda política por un lado, y por el otro, porque la mentalidad fue moldeada por toda la enseñanza impartida antes de la irrupción del cristianismo y su insistencia en el sentido de que en Dios –o sea en la casta sacerdotal y en la Iglesia– se asentaba el fundamento de todas las cosas. Como que el logos se contraía ante el mito –tomando la palabra mito en su sentido más alto.

El académico Aurelius Augustinus, San Agustín, puenteó en cierta forma esta brecha epocal ya que para él el mal no tenía existencia independiente, aun considerando el origen divino de la existencia, e igual que para el neo-platonismo, el mal era simplemente la negación del bien. “La verdad habita en el interior de las personas, entendiendo al hombre racional u hombre razonable, como un hombre de verdadera fe en oposición a la fe ciega.

Esta postura o actitud, podía conjugar la verdad revelada con la verdad filosófica, toda vez que ambas son fruto del prodigio, ambas extáticas. Esta postura debe haber asistido a Tomás de Aquino quien vio una síntesis entre teología y filosofía, descansando la una en la fe y la otra en la razón. Sin embargo, la razón para Santo Tomás era una aproximación a la verdad muy limitada, el sentido de la Trinidad o la Reencarnación, se encuadraba en el ámbito de la revelación, del pensamiento inspirado.

En este sentido, Guillermo de Occam (La Navaja de Occam, lex parsimoniae) fue tajante en negar la posibilidad del acceso inmediato al conocimiento de lo Divino, diciendo que el hombre puede solamente tener fe en Dios pero no conocimiento. Su postura dio lugar a los términos conocimiento intuitivo y conocimiento abstracto. Occam allanó el camino a la “forma nueva o moderna” (vía Moderna) mientras que su contraria, la forma vieja (vía Antiqua), si bien manteniendo cierto interés inercial, fue superada por la nueva en las posteriores escuelas filosóficas.

Y así llegamos al Renacimiento cuando el sistema de los estados posmedievales ya estaba bien establecido, la Ilustración era una expresión de moda y los asuntos de la Iglesia y el Estado estaban mejor diferenciados, el papel de las ciencias –y la tecnología- más independiente.

Se imprimió la erudición humanizada, las armas le dieron fin a la cultura de los Caballeros, los navegantes de océanos crearon conciencia de otras tierras. El arte se desarrolló más allá de las pinturas de pantalla plana de antaño. En términos de filosofía, el libro en el que basamos nuestros comentarios (Historia de la filosofía) parece fusionar diferentes prácticas asociadas en torno a este asunto, antes que enfrentarlas.

El vocablo humanismo cobró significado propio dentro de este período; el ser humano como el centro de todas las cosas, según el humanismo universalista de este siglo XXI. Esto fue sumamente destacado por Erasmo de Rotterdam con su tolerancia ilimitada, que unificó las posturas contradictorias de la Antigüedad y la Cristiandad.

Nicolás de Cusa en su escrito (De Docta Ignorantia) confiesa la incomprensibilidad de la infinitud, de Dios, y baja a tierra esta “percepción negativa” con una definición: “Si la eternidad es el aspecto totalmente “ajeno” de la creación y de las cosas individuales, el “absoluto” en contraste con lo relativo, no puede, por lo tanto, ser aprehendido por el aparato razonador…”, en el Absoluto los opuestos se reconcilian, no se oponen. Para Nicolás de Cusa, aunque la razón sea incapaz de entender el absoluto, puede, al menos, “tocar” el absoluto.

Marsilio Ficino y Cosimo de Medici aparecen ambos con lo que puede llamarse una re-interpretación del Neo-Platonismo que lidió con el poder integrador de una “Teología Platónica” o “religión filosófica”. Pico della Mirándola en su discurso De la Dignidad del Hombre, describe al ser humano como un ser absolutamente libre e indeterminado. Una vasta declaración de enormes implicancias y un gran futuro.

Por estos tiempos la filosofía estaba perdiendo su bagaje como término totalizador por encima de las ciencias, siendo el dominio de las ciencias físicas el primero en declarar su independencia y en este sentido, la filosofía –que se ocupaba de los supuestos fundamentales– fue desconectada. Mentes más grandes como la de Newton, aferrado a más amplios conceptos, como indica el título de su ópera magna: Principios matemáticos de la filosofía natural

“La inmediata unión del Hombre con la Naturaleza, o el Cosmos, como se experimentaba en el Renacimiento, fue abolida”, declara el escrito…”la cinta mística enlaza el sentido de las cosas, el entendimiento humano y el orden divino”, concluye.

Descartes sentó las bases del racionalismo continental del siglo XVII, más tarde propugnado por Baruch Spinoza y Gottfried Leibniz, y objetado por la escuela de pensamiento empirista. Desde otra fuente dice Descartes: “de todas las ideas que hay en mí, la que tengo de Dios es la más verdadera, la más clara y distinta”. Descartes se consideraba a sí mismo como un católico devoto, sin embargo la Iglesia católica prohibió sus libros en 1663.

De cualquier modo, la etapa filosófica fue seducida por los encantos de Thomas Hobbes de Malmesbury, John Locke, el Obispo George Berkeley (Obispo de Cloyne), David Hume y otros empiristas, y no fue sino hasta Georg Wilhem Friecon Idrich Hegel, que se le dio credibilidad a la más intuitiva comprensión de la vida en sí, la vida humana y el dominio de lo divino, volvieron a ocupar la escena.

De todas maneras, a pesar de que Hegel era graduado de un seminario protestante, sus ideas se distinguían de las teologías propias del Iluminismo. Pero según el mismo Hegel, su filosofía era compatible con el cristianismo.

En los días en que Galileo le echaba mano a un telescopio, hubo una gran discusión acerca de cuál era el centro de las cosas. Era, o la Tierra o un pivote alguna vez removido, y su propuesta fue muy molesta para la Iglesia, que lo acosó con la Inquisición (1633) obligándolo a abjurar de sus hallazgos. Había contradicho la tradición cristiana escolástica. Los jesuitas lideraron la Contra-Reforma, que fue una reacción contra el protestantismo, más que un movimiento reformista.

En estas páginas es donde encuentro difícil darme cuenta el lugar que ocupaba la filosofía y qué fue de toda la argumentación y contra-argumentación entre tantas personalidades y escuelas de pensamiento. No es una falla del libro, tal fue el rompecabezas de ese momento histórico y no había nadie que escapara del interesante mar de problemas –aunque pensamientos tales como “cuál es el sentido de la vida” no parecían ser abordados directamente.

Es decir, hasta que René Descartes fue presentado en sociedad con su “teoría del conocimiento y la experiencia inmanente del “yo”, desde el pensamiento y su forma; el sujeto se separa del objeto, y el sujeto se define como el punto original de la certeza”. Esto inició el camino a épocas posteriores para hacer de la auto-referencia consciente su fundamentación absoluta, se declara en Historia de la filosofía.

Sin embargo, las “dos substancias” de Descartes fueron mejoradas por Spinoza como la singularidad de expresiones dualistas, trayendo en su “Dios o Naturaleza” una propuesta de solución. También Leibniz rechazó el dualismo de las substancias de Descartes y construyó su propio sistema metafísico, produciendo una adaptación universal del individuo con el todo. Su postura memorable fue que este es el mejor de los mundos posibles y entrevió una armonía perfecta que incluía las imperfecciones. No existía el mal en sí mismo; “la totalidad de la existencia representa la realización óptima de existencias meramente posibles, en existencia real”.

De todos modos, dejando atrás a Leibniz luego de encontrar a Locke, Berkeley y Hume, todos los temas de discusión parecen reducirse a nimiedades. La mente de este lector vaciló y mantener el interés le resultaba difícil. En cuanto a los filósofos, daba la impresión de que, atrapados en las complejidades de sus propios pensamientos, estuviesen girando en círculos.

En cuanto a Feuerbach, él había resuelto la dicotomía sujeto-objeto; el concepto del objeto en general era mediado por el concepto “Tú”. Cuando yo “sufro”, soy, pasivamente, el objeto de la percepción de otro y así surge “la noción de una objetividad externa a mí”. El “Ego” que Feuerbach sugiere, debía ser un “Tú” antes de poder devenir en un “Yo”.

“El secreto de la teología está en la antropología” al decir de Feuerbach… “Pero esto es también una cuestión de experiencia individual y de entender el “ser”, no en sentido abstracto, sino el “ser” como objeto de “sí mismo”, es decir, de una existencia humana particular”.

Marx, como entusiasta de los escritos de Feuerbach, veía la realidad como una estructura de proceso en el cual el Hombre y su entorno inseparablemente se condicionan entre sí, como un producto de la actividad práctica (praxis) como algo que es producido… él atrapa el concepto de “labor” y comprende al Hombre objetivo, que es verdadero porque es real, producto de su propia labor. De allí que Hegel estuviera principalmente interesado en los procesos de conciencia y no en el trabajo como actividad concreta, nos dicen los autores de Historia de la filosofía. Marx arguye que el punto de partida deben ser las condiciones reales de trabajo y las relaciones de producción.

Esta forma de pensar de Marx retrotrae al orden del feudalismo medieval con su falta de libertad, en el cual, entre otras cosas, la propiedad de la tierra y de los siervos era decisiva -como lo es para el capitalismo moderno- ligado a la propiedad de los medios de producción y a la propiedad y la venta de la fuerza de trabajo de las personas. De allí parte el interés y las explicaciones de ideologías de Marx, en términos de factores antagónicos dentro de las condiciones históricas de la lucha de clases.

En la búsqueda de un punto de vista no desplegado en Historia de la filosofía, aparece Rodolfo Mondolfo explicando que: “En realidad, si examinamos desprejuiciadamente el materialismo histórico, como se nos entrega en los textos de Marx y Engels, debemos reconocer que no se trata de un materialismo, sino más bien de un verdadero humanismo, (y) que sugiere la idea del hombre como el centro de toda consideración, de toda discusión. Es un humanismo realista (Reale Humanismus), como lo llaman sus creadores, que quiere considerar al hombre en su efectiva y concreta realidad, y comprender su existencia en la historia como una realidad producida por el trabajo y la acción social a través de los siglos, en los que gradualmente se modifica el ámbito en el que vive y en el que él mismo se desarrolla gradualmente, como causa y efecto simultáneos en toda evolución histórica…” (Ver: Silo, Diccionario del Nuevo Humanismo).

Husserl es el siguiente en introducir un tópico de importancia e interés con su visión de que la conciencia estaba “intencionalmente” estructurada, no como percepción pasiva, sino como acto resoluto, intencional. Fue la fenomenología, que cubrió con su manto el existencialismo en Francia. La percepción trasciende el dualismo cuerpo-mente, ya que los objetos perceptibles pueden, en última instancia, sólo ser entendidos en relación a un sujeto que opera físicamente en el mundo.

Martín Heidegger, Karl Jaspers y Jean-Paul Sartre fueron los principales existencialistas. La pregunta filosófica, entonces, era simple: “¿Qué es el Ser?” admitiendo que esta es más la pasión del poeta-activista que la del filósofo. El ser- para-mí fue separado del ser-en-sí.

Bertrand Russell, quien aplicó el análisis lógico al lenguaje natural, impulsó el desarrollo del positivismo lógico. Es decir, una persona individual, puede reclamar para sí una comprensión del mundo que expresará en palabras (pensamientos o imágenes). Lo obvio se hace evidente… que no existe una única descripción correcta del mundo, más bien, que la descripción sea correcta, dependerá del lenguaje que se utilice”… “el significado de una palabra depende del sentido en que se use” –la convención social del uso correcto del lenguaje.

En apariencia, gracias a los escritos de los húngaros Georg Lukacs y Max Weber, el rasgo distintivo de las sociedades modernas fue el proceso de un progresivo racionalismo según el cual, las poblaciones no se guiaban ya por valores comunitarios si no por el propio interés –que Lukacs llama cosificación– en el que el hombre moderno se ve a sí mismo y a los demás como “cosas”. Este proceso puede rastrearse en los orígenes de la propagación del salario laboral y el sistema económico capitalista: así, una revolución pondría fin al capitalismo y a la cosificación.

El resultado, teniendo en cuenta las influencias y la mentalidad general de los nuevos tiempos, fueron “las democracias liberales del siglo XX con toda la problemática social emergente, debida a la “colonización de la vida mundana perpetrada por el Sistema”. El Sistema como invasión de la esfera privada y la vida pública por medio del dinero y el poder y la institucionalización de estas influencias como parte del control estructural de la gobernancia.

Ese era el escenario para el estructuralismo que era opuesto al humanismo de Sartre, quien atribuía una posición central al ser humano; negaba aquello, declaraba que el mentado estructuralismo es una ilusión alimentada por esos procesos anónimos de la era moderna (el Sistema), según el cual una persona cree que piensa por sí misma.

Y así concluye Historia de la Filosofía… uno se queda sin palabras y con la mente en blanco. Es un escrito (probablemente ex profeso) sin conclusiones, pero a su vez, como no hay un envoltorio final de parrafadas, uno cae desde la plancha a lo más profundo.

Bueno, está ese final: Este no es un artículo marginal producido al calor de una chimenea….la pintura sólo representa un estado mental que se ha quedado estancado intelectualmente, uno tiene que volver a las inmediaciones de Marx, de Sartre, a los estudios de la antropología cultural referidos por el escritor-pensador latinoamericano, Silo, que nos permite saltar por encima de ese abismo, entregando aquí una más razonable conclusión, ajustada a cualquier consideración sobre la filosofía, su historia y su intento: ¡vean cómo puede cambiar alguien respecto a esos humildes párrafos iniciales!

Silo “comienza” con Franz Brentano en torno a la intencionalidad, aunque su abordaje es más psicológico que filosófico. Entrando en Husserl, Silo afirma que eso,… “nos ubica en el terreno de la reducción eidética y aunque innumerables conclusiones pueden extraerse de sus trabajos, nuestro interés está orientado hacia los temas propios de una fenomenología psicológica más que a una fenomenología filosófica”. Con estos comentarios, Silo presenta su tema El espacio de representación (Ver Contribuciones al pensamiento, Psicología de la imagen)

Los escritos de C.G. Jung, Mircea Eliade, James Frazer, Bronislaw Malinowski, etc. también atraen el interés de Silo en asuntos que se encuentran fuera del ámbito de la corriente principal de los estudios filosóficos ortodoxos. Para Silo, la censura y la autocensura son aborrecibles; propone escapar –él y la gente afín, y en realidad, cualquier otro– de la estridente censura actual y pretérita.

Mientras los trabajos de Marx-Engels impulsaron a Lenin a bajarlos al llano en sus escritos sobre el socialismo, Silo, como filósofo-activista, pone un pie firme en tierra y con sus muchos colegas fundan una serie de organismos en el campo  socio-político-cultural  y posteriormente los Parques de Estudio y Reflexión en varios continentes, haciendo piruetas ante el rostro mismo del estancado nihilismo rampante en el pensamiento europeo y occidental en general y él-nosotros (Silo y otros) lo hicimos expresamente para crear ámbitos de comunicación profunda y abierta con miras al futuro.

Silo ve los signos de una nueva forma de pensamiento que se estaba desplegando, una forma completamente distinta – y la historia de la filosofía hacía lo propio. No en busca de una verdad intelectual, sino del establecimiento de relaciones coherentes, humanamente amigables y serviciales entre diversos pueblos. Hacer: en lo personal, familiar, político, social, tecnológico, ambiental y espiritual. Ser es Hacer y Hacer es Ser.

El Ser ampliado nutre la conciencia y la calidad de conciencia y ello pone el sentido en el tapete y un sentimiento válido de plenitud, y en eso se basa la no-violencia: en una actitud activa a favor de la vida. El conocimiento es provisto por la experiencia sana, y el esclarecimiento aumenta –hay gusto por la vida- la única conclusión e intención posible de la filosofía y de nuestra circunstancia humana.