Todos nos hemos quedado horrorizados frente al espantoso ataque de la semana pasada en Garissa University College, Kenia, en el que, al parecer, el número de muertos llega más de 150 jóvenes estudiantes, quienes tenían toda una vida por delante. Es también sorprendente que los líderes mundiales no hayan acudido a Kenia para marchar solidariamente con el presidente Kenyatta y el pueblo de Kenya, como sí lo hicieron con el presidente Hollande y el pueblo de Francia después del ataque a Charlie Hebdo. Tal hipocresía merece un artículo aparte.

Seguramente, las raíces del terrorismo en Kenia no son sencillas, pero sin duda tienen que ver con la historia colonial de Kenia y Somalia. Estando el territorio somalí dividido entre los franceses, los británicos y los italianos, después de la Segunda Guerra Mundial, Somalia se reconstituyó en Somalia y Djibouti, pero con partes del territorio somalí entregadas a Etiopía y otras partes incorporadas a la fuerza a lo que, más adelante, sería la República de Kenya, en 1963 .

Para ilustrar el punto de la interferencia colonial, lo único que se necesita es mirar el mapa. Tres líneas rectas marcan la frontera entre Kenia y Somalia. Los africanos ciertamente no trazaron esas líneas.

Una gran parte del territorio de Kenia, casi exclusivamente habitada por somalíes, votaron luego abrumadoramente en un plebiscito no oficial para separarse y volver a unirse a Somalia. Esto llevó a la «Guerra Shifta», de 1963 a 1967, que fue ganada por el gobierno central. Durante la guerra, la población somalí fue hacinada en asentamientos de campos de concentración, llamados «aldeas protegidas», y su ganado fue sacrificado sin motivo alguno, dejándola de esa manera empobrecida. Finalmente, un alto el fuego fue firmado con la República de Somalia (que había estado apoyando al movimiento de secesión), que luego pasó a sufrir décadas de guerra y de violencia que aún continúan hasta nuestros días.

El reciente Informe de la Verdad y la Justicia producida en Kenia tras la violencia durante el proceso electoral 2007/2008, encontró culpable al régimen de Kenia de «asesinatos, torturas, castigos colectivos, y de denegar las necesidades básicas (alimentos, agua, y cuidado de la salud)» durante la Guerra Shifta.

Los detalles del Informe de la Verdad y la Justicia, en relación con la guerra Shifta, es horrible:

«La Comisión considera que el Ejército keniano cometió asesinatos en masa de civiles durante la Guerra Shifta, y que el número de personas que murieron durante la Guerra es posiblemente mucho mayor que la cifra oficial de 2000. La mayoría de las muertes tuvieron lugar en los pueblos, pero el Comisión también recibió pruebas que demuestran que los asesinatos tuvieron lugar en lugares de culto».

«La Comisión considera que la violencia contra las mujeres era generalizada y sistemática. Esta violencia incluía la violación y otras formas de violencia sexual. La Comisión recibió pruebas de que a las mujeres se las mantenían como esclavas sexuales por parte de miembros del Ejército de Kenia».

«La Comisión considera que el Ejército keniano fue el responsable de los asesinatos y la confiscación a gran escala de los animales pertenecientes a la población civil. En especial, la matanza de camellos era una particular estrategia usada por el Ejército, ya que se creía que los camellos eran utilizados por el Shifta para transportar armas y otros suministros. El ejército fue el responsable del envenenamiento del ganado».

«La Comisión considera que, como parte de la Guerra Shifta, el gobierno de Kenia estableció aldeas o campamentos restringidos o protegidos en los que los residentes del norte de Kenia fueron esencialmente detenidos y su movimiento rigurosamente limitado. Este programa de reasentamiento producía inquietantes reminiscencias de los campos de detención creados durante el período colonial. Las condiciones en las aldeas restringidas en el norte de Kenia, eran las peores. Informes recibidos por la Comisión indican que enfermedades como la disentería, neumonía, malaria y tuberculosis, eran comunes en las aldeas».

Es evidente que hay muchas cosas que no se han reconciliado.

La caída de Somalia en una guerra civil y las décadas de conversaciones para tratar de establecer algún tipo de régimen democrático, resultó en la alienación de algunos grupos que mantenían las armas, y ahora se hacen llamar al-Shabaab. Kenia ha venido participando en la misión de la Unión Africana en Somalia para erradicarlos y, por su lado, los militantes de al-Shabaab encuentran en Kenia un blanco fácil para sus ataques de venganza.

Durante años, la industria del turismo ha sido devastada a lo largo de la costa, con ataques que van desde la principal zona turística de Mombasa hasta la idílica isla de Lamu, en el norte. El año pasado, un ataque a un centro comercial en uno de los barrios más prósperos de Nairobi tuvo como resultado más de 70 muertos.

Este ataque en Garissa es uno más en una larga fila que parece no tener fin. Los militantes están, ya sea como refugiados en Kenia, o como ciudadanos kenianos, o pasan por la frontera sin dificultad. Nairobi está llena de armas, si sabe usted dónde comprarlas. Los tipos de ataques, como éste último, son casi imposibles de predecir y prevenir sin convertir al país en un estado policial con un toque de queda nocturno permanente y controles policiales.

Políticos de la oposición en Kenia están pidiendo a las fuerzas kenianas a retirarse de Somalia hacia la frontera para prevenir que cualquier persona pueda cruzarla, pero ésta está a cientos de kilómetros de distancia y, en cualquier caso, una gran población de somalíes no reconciliados viven en Kenia.

Resolver el terrorismo no será fácil como ocurre en todos los casos en los que está presente, pero ya sea que el terrorismo esté en el Oriente Medio, África, Asia o en Madrid, Nueva York o Londres, parece que la fuente siempre se remonta a la historia colonial y a la falta de un plan para resolver la pobreza y los desastres económicos causados por un sistema económico mundial que somete a unos 3,5 mil millones de seres humanos a una vida en la pobreza.