Las imágenes del gran evento el 11 de enero en París provocan dos reacciones opuestas: por un lado está la conmoción por la cantidad de gente común que quería dar testimonio con su presencia del rechazo al odio y la violencia, mientras provoca indignación la imagen de la primera fila donde marchan los «importantes» que son sólo en apariencia muy diferentes de los terroristas con fusiles Kalashnikov.

Si entendemos por terrorista alguien que nutre el más absoluto desprecio por la vida y la dignidad de los demás, que para sus propios fines e intereses se está siempre listo para poner en marcha acciones despiadadas, con peligrosas consecuencias para cientos de miles de sus semejantes, justificándolo con necesidades superiores y reglas que se deben respetar, entonces podemos poner con toda seguridad en esta categoría también a los líderes que asistieron al evento en París: Cameron como inglés, el español Rajoy y el griego Samaras, sólo para nombrar unos pocos.

¿O no es terrorismo el lanzamiento de las medidas gubernamentales de Cameron, las leyes y medidas mediante las cuales 3,5 millones de niños viven en la pobreza, 1 millón de personas se alimenta sólo gracias a los comedores populares, cientos de miles logran sólo puestos de trabajo precarios y 3, 6 millones de personas con discapacidad se ven afectados por las medidas de recortes al presupuesto público? ¿No es terrorismo desalojar a 300.000 familias porque no pueden darse el lujo de pagar el alquiler o la hipoteca, como en España, con el Gobierno de Rajoy? ¿No es terrorismo  recortar tanto los presupuestos de salud que los pacientes de cáncer se ven forzados a pedir donaciones para pagar los remedios, o a los jóvenes a emigrar debido a que uno de cada tres está en el paro, como está sucediendo en Grecia con el gobierno de Samaras?

Como la violencia no es sólo física, sino también económica, psicológica, racial, etc., el terrorismo no sólo está representado por el turbante de un fanático islámico y el Kalashnikov, sino también por el empresario irrefrenable que prospera en el comercio de armas y por el jefe de gobierno que reduce los presupuestos, aumenta la pobreza en grandes sectores de la población y alimenta el racismo, la inseguridad y el miedo a la diferencia, mientras que gracias a su política unos pocos privilegiados se enriquecen sin límite.

Y la responsabilidad de los que son considerados «importantes» no termina ahí: no se puede cerrar los ojos ante el hecho de que las acciones despreciables que terminaron con muchas vidas en París son también una respuesta monstruosa a las guerras desatadas por Occidente para asegurar ganancias y materias primas y a la arrogancia de los que invaden y destruyen otros países sin tener en cuenta los enormes costos humanos de sus acciones, alimentando una espiral infinita de odio y violencia.

Como dice Noam Chomsky: «hay una manera muy fácil de luchar contra el terrorismo: dejar de practicarlo.«