Avanzar en el camino de una salida negociada al conflicto constituye un desafío de grandes proporciones para un país que ha estado sumergido en una violencia endémica producto de la acción beligerante de grupos al margen de la ley como las FARC, paramilitares y grupos de autodefensa que a través del tiempo se han ensañado contra la población civil. Por lo tanto, los diálogos de paz que se vienen desarrollando en la Habana, que han generado cierto escepticismo y poca confianza por parte de la ciudadanía, pueden llegar a constituir un camino de No-violencia como forma de dirimir los conflictos de manera pacífica y con acuerdos establecidos por ambas partes.

Hay que destacar que la participación activa de la sociedad civil es clave para generar herramientas de incidencia y de acción frente a los fantasmas de una guerra que pareciera no querer desaparecer en el tiempo, sino que se mantiene vigente por el silencio y la complicidad de quienes no quieren ver en la paz el momento de llegar a la reconciliación y el perdón como una alternativa al uso de la violencia. El primer paso que se debe dar desde la sociedad es eliminar la indiferencia, el escepticismo o el poco entusiasmo ciudadano por construir consensos que fortalezcan la posibilidad de pensar un país lejos de la crueldad y
el terror de las personas que la han padecido.

Para dinamizar el conflicto más allá de los discursos convencionales y que se han mantenido en el tiempo como una serie de dogmas, es conveniente que las viejas prácticas de confrontación sean sustituidas por mecanismos de cooperación, y que el uso desmedido de la violencia sea sustituido por el diálogo y el entendimiento entre partes opuestas. La búsqueda de un camino hacia la paz no depende únicamente del Estado o del grupo beligerante, depende también de la forma como mis acciones afectan a los demás: el desprecio, odio, rencor, envidia y muchas circunstancias que afectan la creación de escenarios libres de violencia, constituyen una piedra en el zapato para ir zanjando un nuevo horizonte promisorio de paz.

La consolidación de una política nacional de paz abarca desde el empresario, la fuerza pública, medios de comunicación, universidades, centros de pensamiento y diversos tipos de organizaciones que con su aporte al sostenimiento de la paz serian actores de peso en la visibilización no solo de las víctimas de la guerra, sino en la generación de espacios de inclusión y participación tanto a la vida laboral como académica. ¿Estamos dispuestos a abrir un espacio a ex guerrilleros en la vida pública y política del país? ¿Estamos preparados a convivir con ellos en armonía y sin prejuicios? ¿Debemos ser parte de la solución y no del problema?

Las preguntas son muchas, pero todas tienen un común denominador y es que todo depende del uso de la No-violencia como una estrategia de respetar y valorar a quién actúa y piensa diferente y que bajo ninguna circunstancia se le deben desconocer sus derechos en una democracia como la colombiana.

Así las cosas, se hace apremiante generar nuevas salidas al conflicto armado desde una mirada más inclusiva pero que no pierda el rumbo del fortalecimiento de la No-violencia como arma de negociación y establecimiento de una paz más estable y duradera.