Por Gonzalo Larenas.-

“El error consistió en creer que la tierra era nuestra cuando la verdad de las cosas es que nosotros somos de la tierra” Nicanor Parra.

El sábado 21 y domingo 22 de junio pasado se celebró, en el centro ceremonial Mapuche de Viña del mar, el We Tripantu; celebración del nuevo año que comienza con el solsticio de invierno, pero que a diferencia nuestra, no solo marca una fecha de transición temporal según nuestro calendario gregoriano, sino que además representa un cambio del ciclo de la vida, conectada en cuerpo y espíritu con la naturaleza, a través de la nueva salida del sol, salida que se identifica con las fases de la luna, una verdadera simbiosis entre cielo y tierra, sin buenos ni malos, sino como un complemento del que el hombre es parte y no dueño.

Esta concepción como la de los Mayas, donde el hombre representa los puntos cardinales y el cuerpo de la mujer el cielo, la tierra y el inframundo, corresponden también a un complemento, sin lados oscuros, más bien como parte de un todo, similar a la creencia de los Incas, creencia y vivencia que ahora también pude compartir con una comunidad del pueblo Mapuche, complementando así una visión precolombina única a lo largo de Latinoamérica.

La comunidad Relmu Rayen Chod Lafken nos invitó a profesores y alumnos de la universidad a ser parte de este importante rito, que consistía en compartir con ellos sus costumbres, bailes, creencias y con el respeto que se merece una situación así, ser partícipes de la ceremonia, punto que destacaban para que no nos quedáramos mirando ajenos a su mundo, porque como ellos decían: -No somos piezas de museo, acá todos somos parte de la naturaleza.-

“Aquí se comparte lo mío es tuyo” Latinoamérica, René Pérez.

Al llegar, lo primero que llama la atención es su hospitalidad, al entender que nadie es dueño y que todos somos parte de la tierra los lleva a compartir lo que se tiene sin problemas, es lo natural. Por mi parte siempre he trabajado ligado a la acción y responsabilidad social, y erradamente uno busca necesidades y problemas para solucionar, fue así como la primera vez que me reuní con ellos les pregunté (presumidamente equivocado) qué era lo que necesitaban o en qué podíamos ayudarlos, ellos con bastante simpleza me respondieron que quizás éramos nosotros los que podríamos necesitar de su ayuda, y así fue, nos enseñaron y nos complementamos, aprendimos entonces que acá se trabaja y se vive en conjunto, como lo hace la naturaleza, con mayor perfección que un engranaje, metáfora tan recurrente en casos como este.

Después de comer unas sopaipillas y compartir una taza de café y mate junto al fuego, comenzaron los preparativos para la ceremonia de la cual no se tiene registro fotográfico por petición de sus líderes, quienes vestían, al igual que los niños, su tradicional indumentaria para festejar y rendir homenaje a la madre tierra.

Nos levantamos y fuimos hasta el centro del lugar, ahí comenzó la ceremonia que tenía por esencia renovarse, absorber toda la energía de la tierra y ser parte de la fuerza de sus espíritus, cantando y gritando con fuerza, golpeando el suelo al ritmo del Kultrun y girando alrededor del Rewe, símbolo del cerro más alto.

Es difícil explicar lo que ahí se vive, la fuerza y el orgullo de su cultura, la determinación de sus hijos que eran quienes nos enseñaban y nos guiaban en lo que debíamos hacer en cada paso del rito, el respeto y la reverencia hacia la naturaleza como parte fundamental de toda su existencia. “Es por eso que defendemos tanto nuestro territorio, porque no es algo que tenga que ver con enriquecerse como podría ser para ustedes, es porque ahí están nuestros espíritus, porque ahí está nuestra fuerza, lo que creemos.” Dijo uno de ellos mientras el resto asentía con la cabeza.

Fuimos parte de una hermosa ceremonia, que continuaba de un día para otro, en la noche harían un fogón y junto a él se contarían historias, compartirían comidas y bebidas, todo siempre pensando en este nuevo año, esta nueva fuerza que de la tierra nace para hacerse parte de ellos, de nosotros, de quienes comprendan esta cosmovisión, el otro lado de la historia, la que no nos enseñan en los colegios ni de la que tampoco nos enteraremos por los noticieros. Algo que sería fundamental para una verdadera integración cultural, conocer y reconocerse, como un ejercicio de empatía, pilar fundamental en la resolución de conflictos, pero que por egoísmos no hemos querido enfrentar.

Necesitamos entonces de experiencias como estas, necesitamos un we tripantu, renovarnos como sociedad y llenarnos de nuevas visiones para enfrentar un nuevo futuro, en el que quepamos todos, dejando de creer que somos dueños de un mundo que solo visitamos.