Por Federico Mayor Zaragoza – fuente: blog de Montserrat Ponsa.-

Tuve el honor de conocerle bien. Su imaginación, su intrepidez, su profundo conocimiento de lo realidad, su permanente preocupación por el porvenir, su increíble capacidad para la conciliación y su perseverancia le permitieron llevar a cabo la difícil -y dificultada- transición desde una dictadura militar a una democracia parlamentaria.

El primer paso era conseguir el pluralismo político a través de la atenta escucha de todos los pareceres, en particular de quienes durante tantos años habían sido silenciados. A pesar de la frialdad o claro rechazo con que fue recibido en no pocos casos, dirigió con gran lucidez el complejísimo concierto de acuerdos y disentimientos, de generosas renuncias y exigencias indebidas hasta alcanzar el gran objetivo de unas condiciones adecuadas para la celebración de elecciones plenamente libres.
La Ley de Reforma Política representa una inflexión fundamental en la trayectoria de la Nación española. Los Pactos de la Moncloa, la exquisita habilidad con que logró el regreso del Presidente Tarradellas… acreditan su insólita estatura de estadista.
“Lo conseguimos porque no sabíamos que era imposible”. Cuando trabajaba con el Presidente Suárez tenía el convencimiento de que él sabía bien que lo que se decía “imposible” podía dejar de serlo si se inventaban las soluciones.
Yo mismo experimenté su rapidez persuasiva cuando me ofreció encabezar la lista de UCD por Granada a las elecciones de 1977. Le dije que creía que debía ser un granadino. “Lo hiciste muy bien de Rector…” Contesté que una cosa es la vida académica y otra la política. Y que no conocía bien el programa de UCD ni a la mayoría de los miembros del partido. Raudo dictó una orden por la que me exoneraba de cualquier dependencia de UCD y me confería total autonomía para decidir la composición de la lista electoral y el contenido del programa.
La Constitución refleja su inmensa capacidad para construir un Estado plenamente democrático, teniendo en cuenta su magnífica diversidad. Hizo cuanto pudo para respetarla y protegerla, pero no le dejaron -fue un acoso sobre todo militar, pero no sólo militar- terminar de atribuir las características de autogobierno que su visión de la vertebración del Estado requería. El capítulo octavo de la Constitución quedó, según sus propias palabras, como “sinfonía inacabada”.
Más adelante, cuando había sido ya capaz de “asegurar el suministro de electricidad al tiempo que cambiaba las redes eléctricas” y empezaba a hacerse evidente la desafección progresiva de muchos, así como las dificultades para su nuevo partido CDS, el presidente Suárez aparecía, en la intimidad, entristecido y consternado. Le dije entonces algo que repetí años después al presidente Gorbachev: “no se puede pretender estar en la historia y el poder al mismo tiempo”.
Suárez, figura clave para recuperar la dignidad nacional, es ya referente inmarcesible de la historia de España. La mejor manera de recordarlo y rendirle homenaje es tratar de imitarle.