Por Pablo Brodsky

Esta mañana, después de tres meses de trabajo, la Comisión Externa del Instituto Nacional de Estadísticas chileno dio a conocer públicamente su Informe respecto del Censo realizado por el “gobierno de los mejores”. El Comité, integrado por David Bravo, Osvaldo Larrañaga, Isabel Millán, Magda Ruiz y Felipe Zamorano, no deja lugar a dudas: se botó la friolera de 30 mil millones de pesos a la basura porque las cifras entregadas por el Censo 2012 no contabilizaron el 9,3% de la población nacional, el triple del promedio internacional en este tipo de procesos. Y este es el promedio nacional, porque una quinta parte de las comunas del país tendría un promedio de omisión de más del 20%. En definitiva, nadie sabe a ciencia cierta si somos 15 millones 800 mil o 17 millones 400 mil los que seguimos soportando al “gobierno de los mejores” para hacer las cosas mal. Esta ausencia de información respecto de los chilenos, deja sin efecto cualquier política pública y pone en duda las cifras relacionadas con cualquier información que contenga datos oficiales. Ni más ni menos.

El “mejor censo de la historia de Chile” es incapaz de decirnos cuántos somos, por lo tanto no sabemos cuál es el Producto Interno Bruto per cápita, cuáles son las estadísticas que miden las condiciones sociales de los chilenos ni los cambios que se han producido en ellas, cuál es la cantidad de indigentes y de pobres, cuál es la información sobre los presupuestos familiares, los índices de creyentes y no creyentes, de heterosexuales y homosexuales, los bisexuales y la cantidad de personas que conviven con una pareja, la que se casa y quiere casa, la que accede al cable, a la Internet, al teléfono celular, la que tiene microonda y refrigerador, la que vive hacinada y la que se la puede sola, la que tiene un pololito, la que tiene trabajo y la que se cree la muerte
porque le dicen “jefe”, la que sale en su último modelo atropellando a todo el mundo y la que se transporta como sardinas en conserva, la que duerme en camillas en los pasillos de los hospitales y la que tiene seguros hasta para cortarse las uñas, la que se refleja en los espejos de su baño y la que no tiene cadena que tirar, en fin, nada sabemos de nosotros los chilenos, excepto que ya no podemos creerle ni un solo “numerito” a este gobierno.

Como se sabe, el Instituto Nacional de Estadísticas depende del Ministerio de Economía, del cual Pablo Longueira fue su máxima autoridad, hasta que la UDI dejó sin piso a Lorenzo Golborne y lo proclamó como su candidato presidencial para las primarias de la derecha. En otras palabras, Longueira era la autoridad política más importante relacionada con el Censo 2012. Y siempre apoyó, al igual que su jefe Sebastián Piñera, al director del INE, el tecnólogo más incapaz de la historia de Chile: Francisco Labbé, el manipulador de datos. ¿Se habrá filtrado el Informe de la Comisión Externa del INE al candidato a la presidencia por la derecha chilena, después de ganarle las primarias a Andrés Allamand? La respuesta puede estar en el origen de la depresión del prohombre y médium de la UDI. Con este chascarro, cualquier pretensión presidencial se venía abajo y, en definitiva, se hacía insostenible ante la ciudadanía o clientela, como nos llaman en las reuniones de gabinete del gobierno. Es una pena, debe pensar Allamand, que la información no la haya recibido él, antes de su adversario. De hecho, tiene experiencia en hacer tacles rugbistas y botar al contrincante con datos que pueden dañarlo irremisiblemente, como lo tiene bien asimilado Lorenzo Golborne.