Reproducimos aquí íntegramente la exposición del economista Guillermo Sullings en el panel que organizara recientemente Pressenza dentro del Foro Global de Medios de la Deutsche Welle, en Bonn, Alemania:

«Vivimos desde hace tiempo en un mundo en crisis; crisis social y cultural, crisis política, y crisis económica.

Ante semejante panorama, se podría pensar que la aspiración humanista de un mundo unido y solidario se aleja cada vez más. Sin embargo, quienes no renunciamos a las utopías que han movilizado a la humanidad desde hace siglos, confiamos en que esta crisis sea la señal de un nuevo mundo, porque algo está cambiando dentro de las personas, y entonces podría cambiar la sociedad.

Entrando en el tema económico, es evidente que el capitalismo se aproxima a un callejón sin salida. Ese capitalismo, que en algún momento pareció reformular su ecuación distributiva, alentando las políticas keynesianas y el estado de bienestar; a partir de los años 80 resurgió en su verdadera naturaleza
depredadora a través del Neo-liberalismo. Las multinacionales fueron desplazando las diversas etapas productivas hacia países con bajo costo laboral y gran flexibilización en el mercado del trabajo. La distribución del ingreso a favor de las ganancias empresariales y en detrimento de los salarios fue aumentando la brecha, y el modo que se encontró para mantener los niveles de consumo de las poblaciones fue la expansión del crédito; esto produjo el creciente endeudamiento de las personas, de las empresas y de los gobiernos, con el consecuente enriquecimiento de la Banca.

Esta agudización en la inequidad en la distribución del ingreso, y el financiamiento del consumismo irracional mediante el crédito, no hizo otra cosa que alimentar las sucesivas burbujas, que al ir estallando desnudaban la inviabilidad del sistema, que solamente volvía a dinamizarse provisoriamente con otra burbuja mayor; hasta que estalló la última. Y esto continuará así hasta tanto no se resuelva la raíz del problema, que es la regresiva mecánica distributiva, intrínseca al sistema capitalista. Desde luego que no se resolverán las crisis con ajustes austeros que empobrecen aún más a las poblaciones; pero tampoco alcanzará ya con las políticas keynesianas aplicadas por los estados más progresistas, porque resultarán insuficientes para revertir el plano inclinado de la dinámica capitalista.

Pero en esta economía depredadora, motorizada por el afán desmedido de lucro y por el consumismo irracional, tras el espejismo del crecimiento eterno, existen al menos tres tendencias que la están acercando a sus propios límites.

1. La tendencia hacia la concentración de la riqueza, genera graves contradicciones que aceleran los estallidos sociales. El mismo sistema que predica el consumismo y el éxito económico como valor de vida, margina a cada vez más gente de ese objetivo anhelado, generando, además de pobreza, frustración social y resentimiento.

2. El mismo sistema que predica el crecimiento sin límite como falsa solución de la pobreza, provoca mediante el consumismo el incremento de la demanda de las commodities elevando su precio y por lo tanto el costo de vida de los más pobres.

3. El mismo sistema que predica que el crecimiento sin límite dará trabajo a todo el mundo, disminuye fuentes de trabajo al poner la tecnología en función exclusiva del lucro, y también precariza el trabajo trasladando sus plantas a lugares con mano de obra barata.

Es evidente que este sistema no es sustentable en lo ambiental, no es sustentable en lo social, no es sustentable en lo político, ni en lo económico. Hay quienes podrían suponer entonces que están dadas las “condiciones objetivas” para producir un cambio. Sin embargo, habrá que ver si lo subjetivo, el factor humano, se inclinará también hacia los cambios profundos. Pero por sobre todo, habrá que ver si los pueblos somos capaces de buscar esa transformación como una respuesta global, y no solamente en el marco de las reivindicaciones nacionales.

Quienes detentan el poder económico en este sistema globalizado, ya conocen las consecuencias sociales y políticas de sus acciones, y han buscado las formas de eludir los controles. Si bien es evidente que el sistema financiero mundial es el gran responsable de la crisis actual, cada vez es más difícil controlarlo, no sólo por la complicidad del poder político, sino también por su posibilidad de refugiarse en los denominados “paraísos fiscales”. Pero además de los “paraísos fiscales”, han creado los “paraísos de explotación laboral”, lugares donde las multinacionales no están obligadas a respetar normas mínimas de condiciones laborales ni mucho menos pagar salarios dignos. Y también han creado los “paraísos de contaminación ambiental”, porque cuando las multinacionales no pueden contaminar en un territorio, llevan sus factorías adonde sí se les permite hacerlo.

Lo que estamos diciendo es que el poder económico mundial, al haberse globalizado, por lo general compra al poder político, y cuando no puede comprarlo elude su acción. Entonces, para cambiar la situación de una población,  ya no es suficiente con cambiar a sus gobernantes, porque su posibilidad de acción es limitada.

Si tuviéramos que responder a la pregunta de si es posible reemplazar este sistema económico, debemos decir definitivamente que sí. Desde luego que esto requeriría de una reingeniería gradual, paso a paso, para que el sistema no se caiga sobre las cabezas de los pueblos. Habría que revertir la mecánica distributiva, mediante la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas, pero sobre todo habría que transformar la actual estructura de producción y consumo y el modelo de crecimiento. Hay sociedades que tal vez no debieran buscar mayor crecimiento, sino una reducción de la jornada laboral.

En cambio hay otras sociedades que sí necesitan desarrollarse para mejorar su condición de vida, y hacia allí debieran dirigirse las inversiones. Hay que modificar los rubros del crecimiento económico, aumentando los servicios de salud, de educación, las comunicaciones, el esparcimiento, y otros servicios que mejoran la calidad de vida sin impactar en el medio ambiente. Y habría que dar mayor racionalidad al crecimiento que implica extracción de recursos. No podemos entrar en mayores detalles ahora, pero desde luego que es posible cambiar el sistema económico y humanizarlo.

Y si tuviéramos que responder la pregunta de si sería políticamente posible hacerlo, podemos decir que esto depende fundamentalmente de las poblaciones, que deberán a su vez transformar la política para sacar del poder a los socios del capital globalizado. Entonces, el esfuerzo será doble, los pueblos deberán avanzar hacia los cambios en la política, construyendo una democracia real, para que desde allí realmente se avance hacia transformaciones profundas en la economía.

Pero desde luego, que esto sería políticamente posible.

Sin embargo, aún logrando todo lo anterior en cualquier país, sabemos que los alcances de las políticas nacionales no son suficientes frente a un poder globalizado. Será necesario entonces que se dé una respuesta mundial, una respuesta articulada entre los pueblos. Parece un camino difícil, pero tal vez sea el único verdadero, tomando en cuenta las sucesivas frustraciones de los intentos nacionales aislados. Y una historia de frustraciones, agrega a las dificultades propias de cualquier intento de cambio, la dificultad del desánimo, de la resignación, del prejuicio del “no se puede”. Y para saltar esa barrera es necesario que una nueva mística recorra el mundo, la imagen de una futura Nación Humana Universal, una aspiración que nos dé fuerza en cada rincón del planeta para converger en el proceso transformador, generando sinergia unos con otros.

Debemos utilizar todas las nuevas tecnologías de la comunicación para expandir los ideales de un nuevo mundo, y contrarrestar el pesimismo al que nos quieren llevar algunos medios de comunicación, que nos quieren convencer de que las propuestas alternativas en economía y política son ingenuidades, y que hay que aceptar pragmáticamente a los viejos esquemas conocidos como lo único que funciona. Hay que instalar fuertemente la idea de que el viejo mundo ya está en retirada, y el ideario de una nueva civilización asoma en el horizonte. Estamos hablando de la necesidad de profundizar un cambio cultural, hacia una sociedad que valore más la solidaridad que el consumismo, que valore más su vida y  la del planeta.  Hoy ya hay señales de que muchos seres humanos, y sobre todo las nuevas generaciones, comparten esta nueva sensibilidad, esta aspiración de un mundo mejor, y sobre todo ya viven con nuevos valores.

Pensamos que es un buen momento histórico para alentar la expansión de esos cambios que ya anidan en el corazón del ser humano, a través de una idea-fuerza: la de una Nación Humana Universal, en la que se vayan borrando las fronteras, para articular políticas globales que vayan reduciendo las desigualdades, que vayan acabando con la violencia, con la depredación del planeta, y sobre todo que permitan al ser humano reencontrarse con su espíritu y volar por encima del materialismo alienante.